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josemarco

CHARLAS DE CAFÉ (III)

CHARLAS DE CAFÉ (III)

     En la obra de Santiago Ramón y Cajal, el intelectual y científico de Petilla de Aragón reflexiona sobre la vejez en el capítulo III, que titula En torno de la vejez y del dolor. Ramón y Cajal refleja sus sentimientos y sus propias experiencias desde la privilegiada atalaya de sus ochenta años y se acerca al final de su vida. Su sabiduría nos ha dejado estas reflexiones:

     - Hay una enfermedad crónica, necesariamente mortal, que todos debiéramos evitar y que, sin embargo, todos deseamos: la ancianidad. Ya Gracián decía: "Todos desean llegar a viejos y, en siéndolo, no quieren parecerlo".

     - La gloria tardía, en plena senectud, aporta al espíritu cierta tranquila y dulce melancolía... Lo más deplorable de la vejez extrema es la pérdida de la individualidad física y moral y la flaqueza de la memoria.

     - De chicos pensamos: "soy inmortal". De viejos decimos: "muero sin haber vivido", o lo que es más triste: "no he sabido vivir". Y pensaríamos lo mismo si nuestra vida durara, al decir de los naturalistas, los trescientos años del cocodrilo o los doscientos del elefrante.

     - Un viejo refrán, ya conocido de de griegos y romanos, dice: "Si quieres vivir sano, sé viejo temprano".

     - Los años cicatrizan algo las heridas del amor propio y encalman las borrascas de la pasión. Empero la huella subsite siempre en el alma y readquiere vigor y vivacidad gracias al juego azaroso e intempestivo de la asociación de ideas.

     - Las bibliotecas constituyen cuna y sepulcro del espíritu. En ellas se templa y apercibe el joven para las ásperas luchas de la vida, y consuélase el anciano de la muerte, conversando con los muertos... En la triste senectud, sólo distraen el ánimo estas tres cosas: los libros, el sol y las flores.

     - Lo más triste de la vejez es carecer de mañana. Debemos, empero, los viejos reaccionar contra este desalentador sentimiento, no dejándole ascender desde el corazón al cerebro ni derivar desde el corazón a las manos.

     - Ocultemos nuestra decrepitud, anticipada quizá por el exceso de trabajo, aunque no sea más que por no desalentar a la juventud, ansiosa de gloria y de esfuerzo perseverante.

     - Notorio es que los años no poseen la misma duración subjetiva al terminar que al iniciarse el curso de la existencia. De niños, decimos: "Un año más, ¡qué alegría!". De viejos, pensamos: "Un año menos, ¡qué pena!".

     - Los viejos hemos escalado una cima fría, pero serena; no descendamos de ella exudando petulancias y ñoñeces. Defendamos nuestro cerebro de la chochez, inflexibilidad e intolerancia... Puesto que es fuerza caer, caigamos con dignidad y decoro.

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