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josemarco

EL PODER DE LA PUBLICIDAD

EL PODER DE LA PUBLICIDAD

     El poder de la publicidad es tal, que ya lo tenemos asumido en nuestra vida cotidiana y lo toleramos como un huésped cada vez más familiar y menos inoportuno. Los programas de Lengua Castellana de Secundaria y de Bachillerato dedican algún tema a los mensajes publicitarios. Lo plantean, lógicamente, desde un punto de vista objetivo y desde una perspectiva de comunicación lingüística y audiovisual. Es un planteamiento correcto. Porque hay que transmitir a nuestros niños y adolescentes qué pretenden los anuncios publicitarios, cómo presentan el mensaje y cuál es su intencionalidad implícita. Una vez comprendan estos presupuestos más o menos teóricos, podrán elegir entre unos productos u otros. Lo importante es que vayan adquiriendo espíritu crítico para no dejarse llevar por tanta publicidad engañosa, por tantos cantos de sirena, por tanta basura diseminada entre lo útil, lo necesario, lo válido o lo duradero.

     Porque, debajo del mensaje publicitario, subyacen connotaciones de todo tipo: el prestigio, el placer, lo natural, la juventud, lo light... Y ya sabemos que la finalidad esencial de la publicidad es vender el producto a costa. En ocasiones, a cualquier precio. Los más influenciables son, lógicamente, los niños. Solicitan y desean poseer lo que ven en la televisión o en las vallas publicitarias. Pero para eso están los padres: para educarlos en el consumo responsable y alejarlos del consumo compulsivo. Los adolescentes sufren también esta fiebre consumista. En este caso, la moda, el mimetismo, el qué dirán, el ser como los demás... alimentan su afán de consumir. Les obsesionan determinadas marcas y se dejan llevar por el brillo, el colorido o la parafernalia. Pero todos sabemos que no es oro todo lo que reluce. Y que la mejor publicidad es, casi siempre, el boca a boca; es decir, la propia experiencia del consumidor. Hay que reconocer, sin embargo, que la publicidad aglutina originalidad, arte y creatividad. Pero de ahí a que nos avasalle y subyugue hay un largo camino. 

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