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josemarco

PAISAJE DE MI INFANCIA

PAISAJE DE MI INFANCIA

     Hoy he vuelto a contemplar el paisaje de mi infancia desde un lugar privilegiado. He divisado a lo lejos la fisonomía callada y silenciosa de Aliaga. Y he contemplado las montañas que rodean al pueblo que me vio nacer desde otra eminencia rocosa, desde el túnel artificial construido encima del cruce de la carretera de Campos en los años cincuenta. Todavía quedan restos del armazón de hierro que sostenía las guías y las maromas de las que colgaban las vagonetas que transportaban el carbón desde la mina de Hoya Marina hasta la central térmica en el barrio de La Aldehuela. Eran años de trabajo, de un cierto impulso para la población minera.

     En este día de San Jorge de 2008, mientras observo los detalles de mi pueblo desde lo alto, pienso en el pasado, me detengo en el presente e intento adivinar el porvenir. Me queda un sabor agridulce cuando atravieso el túnel  con Javier - ¡qué buen trabajo realizaron en aquellos años! - y contemplo el pantano cada vez más anegado, la central cada vez más ruinosa y, a lo lejos, los montes que me resultan todavía muy familiares.

    Ya en el pueblo, antes de regresar a la ciudad, camino por las calles solitarias y silenciosas. Contemplo las casas cerradas, muchas de ellas a cal y canto. Y, ya en mi calle, la calle de la Luna, recuerdo a los vecinos de mi infancia, el bullicio de los años sesenta, la ilusión de los juegos infantiles y la relativa libertad de los diez años.

     En Aliaga todavía no ha llegado la primavera en todo su esplendor. Las casas conservan aún la temperatura invernal y los brotes de los chopos y de los manzanos asoman tímidamente. Sólo la flor blanca de los cerezos y de los perales anticipa una primavera marcada por la sequía y el vendaval. Pero todavía quedan dos meses para disfrutar de un paisaje verde y salpicado de aromas y colores.

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