Esta tarde hemos regresado a Zaragoza, después de veinticuatro horas en Aliaga. Nos ha acompañado un clima frío, invernal. Eso sí, durante las horas centrales del día - desde las 12 hasta las 16 - el sol brillaba inclemente y el pueblo mostraba la cara más amable de este otoño.
Durante el viaje de vuelta, avanzábamos hacia la capital del Ebro al mismo ritmo que el crepúsculo. Las colinas mostraban su inconfundible perfil y los campanarios de los pueblos brillaban a lo lejos. Al llegar a la provincia de Zaragoza, la noche se ha enseñoreado y sólo las luces permitían adivinar un pequeño núcleo rural o una granja o pequeña explotación. Javier hablaba de "pueblos muertos" al contemplar el perfil oscuro de Mediana de Aragón, con un único testigo visible: el campanario. He preferido matizar la expresión y le ha hablado de los pueblos dormidos azorinianos. Azorín describió en su libro Castilla retazos insuperables del mundo rural de la España de principios del siglo XX. Lo mismo hizo Antonio Machado, pero en verso. Ambas obras salieron a la luz hace casi un siglo, en 1912. Cien años después, lo rural sigue mostrando su perfir agridulce, su triste cara otoñal, su melancólico ocaso crepuscular.
Lécera, Belchite, Mediana...Y el Burgo de Ebro, que se beneficia indirectamente de su cercanía a la capital. Aunque, eso sí, comienzan los atascos, aglomeraciones y reclamos luminosos de los complejos industriales. Es la otra cara del mundo civilizado. Pero la cara oculta, la auténtica, la rural, sigue sin ser descubierta y valorada. Azorín lo logró hace casi cien años. Pero, ¿quién lee o relee al prosista de Orihuela?
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Autor: Luis Antonio
Fecha: 16/11/2008 23:24.
Autor: Mónica
Fecha: 18/11/2008 09:41.
Autor: Javier López Clemente
Fecha: 20/11/2008 13:05.
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