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josemarco

EL HECHIZO DE MADRID

EL HECHIZO DE MADRID

     La capital de España siempre ha cautivado a literatos e historiadores. Madrid, en el corazón de la meseta, respira aire casi primaveral en esta tarde agradable del mes de enero. Antes de la llegada del crepúsculo, grupos de turistas pasean con curiosidad por el Parque del Retiro, fotografían la Puerta de Alcalá y se acercan con curiosidad a algunas de las más de cien vacas artísticamente decoradas que se esparcen por el centro histórico de la ciudad.

     Pasear por el centro de Madrid al filo del anochecer es sumergirse en un río de viandantes que sortean el intenso tráfico del Paseo de Recoletos y se encaminan hacia la Puerta del Sol, el centro neurálgico de la ciudad. Pasear por el Madrid histórico es embeberse de cultura, alimentarse de arte, emborracharse de sorpresas inesperadas. Porque Madrid siempre ofrece al visitante una fisonomía distinta, siempre brinda al viajero una rendija hacia lo insólito. Caminar por esas calles abarrotadas de ciudadanos de todos los países y culturas es sumergirse en un mundo distinto, distante y variopinto.

    He vuelto de nuevo a la capital de España. He viajado hacia el centro en ese tren de cercanías que me ha llevado inconscientemente hacia ese fatídico 11 de marzo de 2004. He ascendido por la carrera de San Jerónimo y he contemplado la fachada del Palacio las Cortes, escoltada por  los leones, cual mudos testigos de un Golpe de Estado que casi dio al traste con la joven democracia. Me he detenido en la Puerta del Sol, en ese borroso kilómetro cero, en la impresionante Plaza Mayor, en la Plaza de Oriente, en la Plaza de España. He caminado por la Gran Vía, orlada de reclamos para el consumidor, salpicada de salas de cine, teatro y otros espectáculos. He descendido hasta Atocha, dejando a mi izquierda el Museo del Prado y el Jardín Botánico. Han sido tres horas de recuerdos, de sensaciones, de nuevas experiencias.

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