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josemarco

EL CERRO DE LOS OLIVOS

EL CERRO DE LOS OLIVOS

     Lo llamaban el Cerro de los Olivos. Pero los más jóvenes no acababan de conocer el porqué. Sólo un ejemplar centenario coronaba la única eminencia que servía de parapeto a la aldea y rompía la monotonía de un paisaje sin ríos, sin montañas, sin valles quebrados. Únicamente los más ancianos del lugar recordaban a duras penas esa hileras casi infinitas de olivares que alcanzaban la cumbre con una geometría perfecta. Un pavoroso incendio asoló hace más de cincuenta años esos árboles añosos que eran la envidia de las poblaciones colindantes.

     Todo ocurrió una tarde de Viernes Santo. Un viento inesperado de poniente comenzó a soplar con violencia bamboleando antenas, derribando postes de electricidad y  azotando los pocos arbustos que habían sobrevivido al voraz incendio. A lo lejos, en lo más alto del cerro, el viejo olivo se mantenía en pie, altivo, enhiesto, como si la violencia del viento no fuera consigo. Algunos vecinos se quedaron sorprendidos al observar ese fenómeno que se solía repetir sólo durante  algunos días de la Semana Santa. Pero este año la imagen que se apreciaba a lo lejos era totalmente distinta: el ulular del viento semejaba el aullido de un lobo y de la rama más recia del olivo pendía una cuerda con la silueta de una persona que se bamboleaba como un espantapájaros. Nadie se atrevió a acercarse aquella tarde. Hasta bien entrada la mañana del sábado, nadie tuvo la osadía de atravesar ese mar de matorrales y averiguar de quién era ese cuerpo inerte, ya cadáver. Hacia el mediodía, un perro salvaje salió despavorido de esa pequeña selva, casi impenetrable. En su boca llevaba un sobre amarronado que dejó abandonado en medio de la plaza. En su interior había un papel con esta escueta leyenda: "He sido un traidor. Perdonadme".

      Todos los habitantes del pueblo, incluso los más escépticos, agacharon la cabeza. A nadie le sorprendió el macabro hallazgo. "Se veía venir", murmuraban algunos en voz baja. Desde entonces, nadie se atreve a ascender a aquel mítico promontorio. Desde entonces, unos lo llaman el Cerro de Judas; otros, el Cerro del Traidor.

1 comentario

filo -

un relato conmovedor, con ingredientes tomados de la sabiduría popular, y muy integrado en estas fiestas que aunque religiosas, tienen también sus matices laicos.

saludos