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Uno de los poetas más importantes de la segunda mitad del siglo XX fue el ovetense Ángel González (1925-2008). En 2001 apareció el libro Otoño y otras luces, al que pertenece este poema, dedicado a su mujer Susana Rivera.
El amor, la ternura y el hechizo de la mirada son un motivo recurrente en un autor que compartió con Gil de Biedma el compromiso social de la poesía de los años 50 del siglo pasado. Ángel González manifiesta en estos versos su honda sensibilidad y su aliento lírico.
QUISE
Quise mirar el mundo con tus ojos
ilusionados, nuevos,
verdes en su fondo
como la primavera.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza
para admirar tanto prodigio desde
el claro mirador de tus pupilas.
Y fuiste tú la que acabaste viendo
el fracaso del mundo con las mías.
El escritor argentino Jorge Luis Borges no sólo se dedicó a la prosa, especialmente al relato breve. Compuso, además, excelentes poemas sobre el amor, sobre la vida y sobre la muerte, esos temas tan universales.
En 1976 publicó el libro La moneda de hierro. A él pertenece el siguiente poema, que es un lamento por haber dejado de ser feliz, esa asignatura pendiente que, cuando queremos recuperar, ya es un poco tarde.
EL REMORDIMIENTO
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
He leído casi todas las obras de Antonio Muñoz Molina, he seguido de cerca casi todos sus ensayos y artículos, pero no me imaginaba hace veinticuatro horas que, en mi primer día de estancia en El Escorial con motivo del curso de verano para profesores "Leer para aprender en Educación Secundaria", iba a tener la oportunidad de asistir a la inauguración oficial de los cursos de verano de la Universidad Complutense y a oír una de las conferencias más brillantes y coherentes de los últimos años.
El autor de El jinete polaco (1991) ha realizado un elogio del conocimiento en estos momentos en "los que se valora tan poco la democracia y en los que se concede tan poco prestigio al saber". El escritor jienense (Úbeda, 1956) ha elogiado desde el principio el instinto de aprender de los niños y ha hecho hincapié en la importancia de la educación, en la democratización de la enseñanza y en el espíritu crítico, que tanto se echa en falta en las nuevas generaciones.
Muñoz Molina no ha dejado de lado la real¡dad actual de la sociedad española, después de volver la vista atrás y recordar - como en muchas de sus novelas - los duros años de posguerra de la generación de sus padres, los últimos coletazos del franquismo y la fragilidad de la incipiente democracia. Ha afirmado al respecto: "Por muy defectuosa que sea la democracia, nunca es lícito renegar de ella". Ha insistido en lo poco que valoran los más jóvenes esa conquista del estatus de ciudadanos libres - nunca súbditos - y ha recordado con nostalgia el legado de saberes populares que heredamos de nuestros padres como esa gran cultura universal de los pobres que a veces ignoramos y menospreciamos.
En un discurso lleno de sentido común, se ha quejado de la baja calidad de la enseñanza en España y de la desolación que experimentan tantos profesores al comprobar el desinterés de los alumnos y la poca inquietud por la cultura. Ha aludido, por úlimio, a los cambios vertiginosos en el mundo actual y a la incertidumbre ante el futuro
Ayer por la noche tuvo lugar en la sala Príncipe de Asturias del Euroforum Felipe II un acto en recuerdo al escritor, ensayista, periodista y poeta Francisco Umbral (1932-2007). Este homenaje, impulsado por la Fundación Francisco Umbral y programado por la Universidad Complutense dentro de los Cursos de Verano 2010, reunió a un grupo de intelectuales muy ligados durante su vida al escritor de raíces vallisoletanas.
En la mesa presidencial estuvo presente su viuda María España y el escritor Manuel Hidalgo, que presentó este acto tan entrañable. A pocos metros, y a modo de escenario, presidió el acto de modo simbólico una reproducción al natural del escritor con su bufanda blanca, sus inconfundibles gafas y su máquina de escribir Olivetti.
Las intervenciones de los protagonistas de este homenaje fueron variadas, sinceras y emotivas. El actor y director teatral Pepe Martín dio lectura a algunos de los poemas de Umbral. Los escritores Fanny Rubio, Jesús Ferrero y Lourdes Ventura elogiaron la labor literaria de Paco Umbral y valoraron su trayectoria, como admirador y seguidor de Larra – primer periodista moderno – de Plá y de González Ruano. La intervención de Raúl del Pozo, que ha heredado la tarea de columnista en El Mundo – sección “El mundo de la calle” – fue especialmente emotiva, ya que lo sigue admirando como un maestro del ensayo y como uno de los mejores literatos del siglo XX. Cerró el acto el exministro de Cultura César Antonio Molina, admirador de Umbral e impulsor de numerosos homenajes y eventos culturales.
Mi experiencia como lector de Umbral comenzó en los años 70. Recuerdo la lectura de la obra autobiográfica Mortal y rosa (1975), dolorido homenaje a su hijo fallecido y de la novela La noche que llegué al café Gijón (1977), que retrata con nitidez e ironía el ambiente cultural del Madrid de la época. Recuerdo sus columnas en El País – Spleen de Madrid – y sus clarividentes ensayos en homenaje a Baudelaire, a Valle-Inclán o a Gómez de la Serna. Umbral sigue vivo entre nosotros. Esa fue la sensación de todos los que asistimos al acto en esta noche literaria y cultural.
Durante estas cálidas noches estivales, protegido por la sierra de Guadarrama y escoltado por numerosos edificios de piedra y de pizarra, el Palacio-Real Monasterio del Escorial, que llegó a ser considerado durante un tiempo la octava maravilla del mundo, emerge como un fantasma desde la oscuridad del valle y nos transporta a esa época todavía gloriosa para España, con una fe tan segura como los sillares que conforman esta sinfonía de piedra.
Hace muchos años que no me acercaba a este recinto. Y ayer tarde tuve la oportunidad de visitar los aposentos de Felipe II, un rey austero y caprichoso, pasearme por sus patios rectangulares, contemplar la majestuosa basílica, descender a la cripta de los reyes e infantes de los Austrias y los Borbones y, finalmente, visitar con cierta premura su excelente y acogedora biblioteca. Anoche sus torres estaban iluminadas y apuntaban hacia el infinito desafiando al tiempo y al espacio. Un espacio inmenso que acoge a miles de visitantes y que alberga entre sus muros una historia de casi cinco siglos de guerras, saqueos, desafíos, efemérides y otros sucesos que han quedado sepultados bajo sus muros.
El Escorial representa una manera de expresión artística que va del plateresco renacentista al clasicismo vacío, frío, sin ornamentos. Luego llegaría el barroco que supondría el olvido y un cierto desprecio. Bien entrado el siglo XVIII, volvería a ser evocado por los amantes del arte. Ya en el siglo XIX, algunos románticos volvieron a elogiar este monumento por su sublimidad y por su simbolismo. Uno de ellos fue José María Quadrado quien, junto con el dibujante Francisco Javier Parcerisa, recorrió estos parajes en pleno fervor romántico. Tanto uno como otro quedaron impresionados por la magnitud de este fantasma de piedra que, a pesar de tantos avatares, sigue impasible y se mantiene firme, silencioso, fantasmal.
Hoy ha sido un día histórico para España. Un día histórico para el deporte español. No he podido contener unas lágrimas de emoción cuando, a cuatro minutos del final de la prórroga, Andrés Iniesta marcaba ese excelente gol que quedará en los anales de la historia del fútbol mundial.
Cuando todavía están frescas las imágenes de la celebración del gol y las imágenes de entrega de la copa del mundo al gran capitán Iker Casillas, recuerdo los sueños de mi infancia, las ilusiones de mi juventud y las continuas decepciones cada cuatro años. He vivido esta final en compañía de mi hijo Javier que, a sus quince años, ha podido vivir y disfrutar de este triunfo de un equipo unido y motivado. Porque ha sido el triunfo de la constancia, de la modestia, del trabajo diario, sin divismos, sin alharacas, sin falsas expectativas.
El triunfo de la selección española, la victoria de este equipo único debería servir para aliviar el peso de la crisis, para dejar de lado por unos días los problemas cotidianos, para saber valorar lo auténtico y dejar de poner piedras en las ruedas de los que no piensan de la misma manera. El triunfo de la selección debería salpicar de azúcar tantos momentos amargos, tantos recuerdos agridulces, tantos momentos para el olvido. Es un día histórico y como tal quedará escrito en nuestra agenda. Porque, como ha dicho mi hijo al acabar el encuentro, no sé si volveré a vivir un hito deportivo como éste. ¡VIVA EL 11 DE JULIO DE 2010!
Paseo vespertino por la ciudad del cierzo y del bochorno. Surcas con la bicicleta las nuevas vías verdes - carriles bici - herencia de la Exposición Internacional de 2008. Contemplas el cauce del río, cada vez más escuálido, a pesar de las copiosas lluvias primaverales. La ciudad huele a madera quemada, a hierba socarrada, a cemento rusiente. Mientras pedaleas por una superficie llana y sinuosa - sin reloj, sin prisas, sin agobios - recuerdas otras tardes estivales, evocas otros ríos más vivos, más cercanos, y comienzas a saborear los primeros días de un verano que se te antoja fugaz y escurridizo, como tantos otros.
El sabor del verano es diferente al de las demás estaciones. Es un sabor agridulce, es un sabor penetrante, es un sabor prolongado. Porque la tarde se prolonga hasta el infinito. Porque el crepúsculo se esfuma de los dedos y cede el paso a una noche efímera. Porque el sol se resiste a abandonar el horizonte y adquiere un protagonismo difícil de eludir. Regresas por el mismo camino tapizado de cemento verde. Sólo te detienes en los pasos de peatones. Observas de nuevo las riberas del Ebro y contemplas a lo lejos los edificios de la Expo, casi todos vacíos, silenciosos, como esqueletos de piedra.
Al filo de la noche, desde la galería, muy cerca de los inevitables plataneros, vuelves a contemplar el cauce del río, esta vez más plateado, más idílico, más atractivo. Es el sabor de las noches estivales en una ciudad semidormida, sedada, casi irreconocible. Es el sabor del verano.
Mientras ordenaba mi despacho, he rescatado un poema que escribí a principios de 1998. Es como una modesta declaración de intenciones y como una defensa de la vida del poeta caracterizada por la honestidad, el compromiso y el afán de desentrañar la emoción de lo cotidiano. Aunque hoy no lo escribiría así, lo rescato tal como lo creé en aquel día de enero, hace ya doce años.
SER POETA
Ser poeta o mendigo o cualquier cosa,
ser, en definitiva, un hombre honesto
que se levanta audaz y enamorado
embriagado de luz azul del alba.
Ser poeta o bohemio o cualquier cosa
ser, en definitiva, un peregrino
tras las huellas austeras de Machado
o de León Felipe en el exilio.
Ser o no ser más que hombre sincero,
un hombre del montón de los mortales
- en el mejor sentido del vocablo -
si Dios y la Fortuna lo permiten.
Lo demás son postizos añadidos
que cual ropaje y frágil atavío
hemos de renovar día tras día
si no queremos ver cómo el hastío
nos devora por dentro sin remedio.
Hay novelas que todos deberían leer. Hay películas que todos deberían ver, especialmente las generaciones más jóvenes. El jinete polaco, de Antonio Muñoz Molina o Soldados de Salamina, de Javier Cercas son obras que deberían figurar - en mi modesta opinión en los programas de bachillerato. Algo similar ocurre con el cine. A pesar de que no hay ninguna optativa de cine y literatura en los actuales planes educativos, no debería faltar la proyección de películas como la que ha vuelto a ver esta tarde: Las trece rosas. Dirigida por Emilio Martínez Lázaro en 2007 y con un excelente guión del escritor aragonés Ignacio Martínez de Pisón, la película nos acerca a los peores años de la guerra civil y a los primeros meses de la posguerra. Años de violencia, de venganza, de odio, de veneno negro. Años que esperemos no se vuelvan a repetir. Por eso es bueno que nuestros jóvenes conozcan estos hechos a través de la pantalla y aprendan a vivir en tolerancia, en justicia y en libertad. Eso mismo nos decía Antonio Muñoz Molina en El Escorial el pasado día 5 de julio.
Al hilo de esta reflexión sobre el cine y la educación, quiero recordar que durante la primera semana de agosto - del 2 al 6 - tendrá lugar en la Universidad de Verano de Teruel un curso dirigido por la escritora Espido Freire. Su título es: "Cómo acercar la literatura a los jóvenes: escritura, lectura e historia literaria para alumnos inusuales". Dentro del programa, tienen un papel relevante el cine y la televisión. A ver si los educadores abrimos los ojos a esta nueva realidad audiovisual y, ahora que se habla tanto de competencias, logramos en nuestros alumnos una competencia audiovisual crítica y creativa. Los que estudiamos la literatura como simple memorización agradecemos que las nuevas generaciones se interesen por el cine como vehículo educativo y de reflexión. Las trece rosas o Soldados de Salamina son dos películas que no sólo despiertan la emoción. Su intención va más allá de lo anecdótico. Tienen un fondo histórico y nos ayudan a reflexionar sobre el pasado y el presente.
Una de mis lecturas preferidas de cada verano es el número correspondiente de la revista cultural TURIA. En su entrega 95, esta excelente publicación periódica dedica uno de sus artículos al poeta americano Robert Frost. Martín Merino Ruiz-Funes analiza con detención la trayectoria poética de este creador, enamorado de los bosques de Nueva Inglaterra. A pesar de la fama que tuvo durante su dilatada vida (San Francisco, 1874 - Boston, 1963), sorprende - como dice el articulista - que, a fecha de hoy, no haya ningún libro ni antología de Frost traducidos al español.
La lectura de estas líneas ha supuesto para mí el descubrimiento de un gran poeta - admirado por W.H. Auden, Ezra Pound y Juan Ramón Jiménez - que utiliza magistralmente la alegoría en sus versos y que deja siempre un aliento filosófico y existencial en cada uno de sus poemas. Plasmo unos versos de su poema Abedules, traducido poar Agustí Bartra. Frost parte de una imagen de su infancia - los árboles como gigantescos columpios - y expresa su cansancio y desorientación en medio del bosque como metáfora de la vida.
Yo fui también, antaño, un columpiador de árboles,
y muy a menudo sueño que volveré a serlo;
cuando me hallo cansado de mis meditaciones
y la vida parece un bosque sin caminos
donde, al vagar por él, sentimos en la cara
ardiente el cosquilleo de rotas telarañas,
y un ojo lagrimea a causa de una brizna,
y quisiera alejarme de la tierra algún tiempo,
para luego volver y empezar otra vez.
Que jamás el destino, comprendiéndome mal,
me otorgue la mitad de lo que anhelo
y me niegue el regreso. Nada hay, para el amor,
como la tierra: ignoro si existe mejor sitio.
Quisiera encaramarme a un abedul, trepar
por las ramas oscuras del blanquecino tronco,
y subir hacia el cielo, hasta que el abedul,
doblándose vencido, me devolviese a la tierra.
Subir y regresar sería muy hermoso,
pues hay cosas peores en la vida que ser
un columpiador de árboles.
Tuve la oportunidad de ver ayer por la tarde la película Pájaros de papel, primera que dirige el polifacético Emilio Aragón, y la verdad es que no me ha defraudado. A pesar de las críticas tan dispares y de las opiniones de quienes la consideran demasiado sensiblera y bastante maniquea, la cinta sigue una línea muy coherente y podemos enmarcarla dentro de la pauta marcada por El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez o Ay Carmela, de Carlos Saura.
Dos aspectos me han llamado especialmente la atención de esta película: las excelentes interpretaciones tanto de los principales actores como de los figurantes y el homenaje que rinde su director - de familia de cómicos - a los que se han dedicado y se siguen dedicando a esta vida tan difícil de actores o actrices, tanto en el teatro como en el cine. Hay que destacar, sobre todo, el papel de Imanol Arias como protagonista, huraño y soberbio; de Lluis Homar, convincente y cercano; y del niño Roger Princep, gracioso y zalamero. Sin olvidar a una estelar Carmen Machi, que aporta con soltura el ingrediente cómico.
A pesar de que quizás ya estemos saturados de películas sobre la guerra y la posguerra española, no está de más dediquemos dos horas de este verano a recordar la difícil vida de los cómicos en esa época, las suspicacias y recelos por ambos bandos y el reguero de odio que se prolongó más de lo previsto.
Gracias al escritor Javier Barreiro, los lectores de la revista cultural TURIA podemos leer cuatro poemas olvidados de la oscense Sol Acín (1925-1998), hija menor de Ramón Acín y Concha Monrás.
Estas cuatro composiciones aparecieron originalmente en la revista "Verde Viento", en 1948. Los títulos de los poemas eran los siguientes: "Pan", "Canción", "Poema" y "Creación total". De entre ellos me quedo con el primero, por su aliento vital expresado mediante reiteradas interrogaciones retóricas, por su original tejido metafórico, por su sustrato existencialista y por su desolación juvenil.
PAN
¿Dónde nacieron las amarillas flores,
las tristes y enconadas perspectivas del vino reluciente?
¿Dónde nacieron tus corales pardos, oh delirios de vida
y de furiosa trabazón sin mando?]
¡Qué reflejos de sol han goteado sobre los huecos suaves de las piedras
y qué quieren los gritos, atesorados y perdidos siempre bajo el
misterio mudo de las hojas]
y en el sereno musgo de cortezas protegidas del tronco por las
dormidas sombras?]
¿Por dónde es cierto que se entrega el viento
a los tornados ojos del infinito mármol indolente
y a las agudas llamas subterráneas de su congoja muda?
¿Qué remeros de Dios van escalando
la más inverosímil cortadura de una frente tallada,
y qué cadencia en desamor gozoso es la que cubre el corazón del valle,
la que despierta introduciendo ritmos en llanuras sin mancha,
en terrones de tierra humedecida?
¿Quién ha mecido el día para entregar orillas de sonrisas
y ha doblado contornos con la caricia de cortados gestos,
con el amor rasgado de resonancias libres?
¿Quién ha tendido los resortes puros para después doblarlos y recibir
su vida, o introducir sin miedo en cada tiempo su nítida presencia?
¿Quién ha visto el silencio y lo ha mordido
y ha rociado los filos de la noche donde reposa el hombre y
desampara sus dormidas manos?]
¿Quién ha entregado el centro de las cosas a la despierta boca de
los hombres?]
y ha besado su sangre?
¿Quién ha visto la vida?
La poeta gaditana Raquel Lanseros está abriendo día a día nuevos caminos con unas composiciones frescas, audaces, sólidas y penetrantes. En un gran gesto de generosidad, me ha enviado dedicados tres de sus libros de poemas más representativos: Diario de un destello (Colección Adonais, 2006), Los ojos de la niebla (Colección Visor, 2008) y Croniria (Hiperión, 2009), con el que obtuvo en diciembre de ese año el XIII Premio Internacional "Antonio Machado en Baeza".
Todos y cada uno de los poemas de esta última antología de Raquel Lanseros tienen un sabor especial, un aliento personal propio. Pero hoy, en esta tarde de bochorno veraniego, en este día teñido de un azul intenso, quiero compartir con los que os acercáis a menudo a estas páginas un poema de Raquel dedicado precisamente al gran poeta Antonio Machado que tanto disfrutó de la naturaleza, de los días azules y de las tardes dilatadas del verano castellano o andaluz.
22 DE FEBRERO
"Estos días azules y este sol de la infancia".
(Antonio Machado)
La poesía es azul
aunque a veces la vistan de luto.
Viento del sur escultor de cipreses
ahoga la tierra honda de dolor y de rabia.
Abel Martín, conciencia en desbandada
pájaro entre dos astros
nombrador primigenio de las cosas.
Juan de Mairena íntegro
espejo limpio donde se refleja
el rostro que tenemos de verdad.
Nos dejaste la vida
la palabra fecunda
la desnudez, la brisa.
Nos dejaste las hojas y el rocío
el mar
las instrucciones
para aprender a andar sobre las aguas.
Y después te marchaste.
Mejor dicho: te echaron a empujones.
Siempre molestan los ángeles perdidos.
Dicen que desde entonces en Collioure
no ha dejado jamás de ser invierno.
Ya contemplas la vida
desde la alta atalaya de los sueños,
orlada de recuerdos,
tejida de vivencias e inquietudes.
Ya contemplas la vida
desde ese privilegio de los años
y la experiencia dulce
y el poso del silencio aserenado.
Desde esa cima azul de la memoria
acaricias el tiempo que se esfuma
y vuelves al paisaje de tu infancia
y te recreas en tus ratos de ocio.
Desde lo alto del cerro de la vida
contemplas a tus hijos,
disfrutas con tus nietos
y vives la amistad y el sentimiento.
A pesar de lo efímero del tiempo,
te empapas del presente
y avizoras caminos de esperanza
y veredas de amor
desde el silencio.
La mañana estival de finales de julio invita a tomar la bicicleta y recorrer una parte de la ribera del Júcar en la comarca valenciana de La Ribera Alta. Desde Massalavés hasta Alberique hay un flamante carril bici y se llega en un santiamén. Luego dejamos a la izquierda la autovía y nos dirigimos a Gavarda, uno de los pueblos que sufrió las consecuencias de la trágica riada de octubre de 1982, a consecuencia del desemoronamiento parcial de la presa de Tous. A la izquierda dejamos lo poco que queda del antiguo Beneixida - sólo permanece el campanario rodeado de campos de naranjos -. Hemos atravesado ya el Júcar, que desciende apacible desde la presa de Tous, después de recorrer más de 400 kilómetros entre hoces, cañones y gargantas por las provincias de Cuenca - en la que nace en los Montes Universales -, Albacete y Valencia. Y llegamos a Alcántara de Júcar, muy cercana a este río, que recibe a un mermado río Sellent a la altura de Carcer. Pero lo mejor de esta etapa de dos horas escasas está por llegar. Después de una hora de pedaleo nos detenemos en Sumacàrcer, un pequeño y pintoresco pueblo de la provincia de Valencia - como vemos en la fotografía adjunta - que se eleva en una pequeña colina a orillas del Júcar. Desde un pequeño mirador en forma de balcón, contemplamos el cauce tranquilo y sosegado de este río que, sorprendentemente, muestra su mejor cara. Sus aguas casi transparentes hechizan al viajero con ese color verde botella, tan acorde con los dos paisajes que lo flanquean: por un lado, la montaña escabrosa que linda con Navarrés, con sus pinos, olivos y vides; por otro, las dilatadas extensiones de naranjos que se encaraman incluso hasta las montañas, tan castigadas por los incendios en las últimas décadas.
El regreso es todavía más llevadero y gratificante. Descendemos por la orilla del río que, a nuestra derecha, se ensancha antes de llegar a Antella y remansarse en el histórico azud, que retiene sus aguas y sirve como reclamo turístico para sus habitantes y para los que visitan esta bonita localidad. Las banderas ya anuncian las próximas fiestas de verano. Finaliza nuestro recorrido en Alberique. Pero antes volvemos a deleitarnos con el río Júcar en lo que todavía queda de la Gavarda antigua. Muchas casas se salvaron de la riada y sus vecinos vuelven durante el día a visitarlas e incluso están cuidando su entorno. Hasta el bar del pueblo mantiene la vida y la animación de antaño.
No quiero acabar estas impresiones sin aludir a la relación del río Júcar con la Literatura. Tres autores levantinos se hicieron eco en algunas de sus obras de los encantos de este río que, en su curso bajo, enriquecerá los términos de Carcaixent, Alzira, Algemesí, Sueca y Cullera, donde desemboca en el Mediterráneo.
José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín, en su novela Don Juan hace una breve referencia al río Júcar, aunque se trata del curso alto en la serranía de Cuenca:
En los pinares del Júcar
vi bailar a unas serranas,
al son del agua en las piedras
y al son del viento en las ramas...
¡Qué bien bailan las serranas,
qué bien bailan!
El escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez ambienta alguna de sus novelas en los alrededores del Júcar, especialmente en el curso bajo. En la obra Entre naranjos, que se desarrolla en Alzira, describe una riada del Júcar:
La única preocupación era si llovería al mismo tiempo en las montañas de Cuenca. Si bajaba agua de allá, la inundación sería cosa seria. Y los curiosos hacían esfuerzos al anochecer por adivinar el color de sus aguas, temiendo verlas negruzcas, señal cierta de que venían de la otra provincia.
El escritor, poeta, filólogo, historiador y ensayista valenciano Joan Fuster (Sueca, 1922), en su obra El País Valenciano, hace una excelente descripción geográfica e histórica de la cuenca inferior del Júcar. Enfatiza el desarrollo económico de la región con el cultivo del naranjo y del arroz, centrado en la Ribera Baja:
El Júcar sale a nuestro encuentro. En sus meandros finales, y pese a la continua sangría que viene padeciendo a lo largo de la Ribera lo hallamos más caudaloso que nunca, con brío aún para inundar los espaciosos términos de Cullera y Sueca. Dos azudes, cerca de esta última ciudad, le arrancan el agua necesaria al mismo arrozal, y todavía le queda mucha que, lenta y arcillosa, se renuncia en el mar.
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