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josemarco

DÍAS INVERNALES EN ALIAGA

DÍAS INVERNALES EN ALIAGA

    Aliaga siempre reserva una sorpresa paisajística a sus vecinos y visitantes. En estos días preinvernales, este valle del alto Guadalope exhibe sin pudores el color grisáceo de sus montañas milenarias, el color amarronado de sus chopos desnudos, el color azul de un cielo transparente, diáfano, sin fisuras.

    El clima invernal invita a cobijarse durante el crepúsculo al lado de la estufa o junto al hogar de leña crepitante. Y esas horas se dilatan en este valle que invita cada día al silencio, a la soledad sosegada o a la tertulia improvisada.

    Además, es bueno y saludable, dejar de lado durante 48 horas el envolvente mundo virtual de internet, los mensajes o llamadas del móvil e, incluso, la rutina televisiva de todas las semanas. Aislado, con un buen libro entre las manos, uno puede evocar el pasado, disfrutar del presente o afrontar un futuro preñado de incertidumbre.

     Y cuando despunta el día, se agradece ese rayo de sol matinal que se despereza desde el horizonte de las colinas y reblandece lentamente el hielo de la madrugada. Una luz cegadora que alegra la vida de este valle y compite con las madejas grises del humo de las chimeneas o la bruma matinal efímera y huidiza.

      Han sido sólo dos días. Lo suficiente para reconciliarnos de nuevo con la naturaleza invernal, con el caudal cristalino del río, con la sonrisa del amanecer, con las huellas grisáceas de un crepúsculo interminable, con un ritmo vital pausado, sin los agobios cotidianos de la gran ciudad, sin la agenda alborotada, sin el vaívén de las cotizaciones, sin el hechizo prenavideño de los centros comerciales. Un paréntesis de sensaciones contrastadas, de renacer de la vida al filo del invierno.

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