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josemarco

MAÑANA DE EQUINOCCIO

MAÑANA DE EQUINOCCIO

      Se desliza la primavera presurosa por las calles casi desiertas de este barrio solitario y fantasmal. Llega a mis oídos el suave rumor del viento y un leve escalofrío sacude mis entrañas.

      Todavía no ha amanecido. La incierta claridad de la mañana se anuncia ya en el horizonte. Un horizonte todavía opacado por las sombras que proyectan los edificios al filo del alba.

      Camino por la orilla del río. A lo lejos se divisa la desembocadura del río Gállego. El padre Ebro aparece y reaparece escuálido, castigado por la sequía y las heridas del largo invierno.

       Nada es lo que parece en este día del nacimiento de la primavera. Eso sí, los días son igual que las noches. Veinticuatro horas perfectamente repartidas, dosificadas, regaladas, esclavas de una efímera incertidumbre.

       Cuando regreso a casa, los primeros rayos de sol se adivinan tras los visillos. Ni una nube, ni un anuncio de lluvia. Sólo una leve neblina y una luz cada vez más intensa. La ciudad comienza a despertar. El ruido de los vehículos ahoga conversaciones matinales, pasos apresurados, bostezos y toses entrecortadas.

       ¿Qué nos deparará el futuro? ¿Cuál será el perfil de esta recién estrenada primavera? Todos deseamos que se acelere el tiempo. Pero, en el fondo, nos lamentamos del ritmo vertiginoso y fugaz de esta vida acelerada e incierta. Es la eterna paradoja del vivir. Es el sueño de una existencia casi contradictoria. Es el pulso de una mañana que pronto, muy pronto, se convertirá en crepúsculo.

        

 

 

1 comentario

Isabel -

Me ha gustado esta reflexión tuya sobre la primavera y lo demás.
Un abrazo José Mari