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josemarco

RAMOS

RAMOS

     La Semana Santa siempre ha ocupado un lugar especial en mi vida. No sólo como celebración religiosa, sino como hecho cultural y como vehículo de nuevas vivencias e impresiones. Soy consciente de que no sólo me ocurre a mí. Son muchas las personas que evocan e incluso siguen viviendo estos días con un no sé qué de devoción teñida de nostalgia.

     Esta mañana, mientras veía desfilar por la calle don Jaime de Zaragoza a una de las procesiones más emblemáticas de la Semana Santa de esta ciudad, recordaba los domingos de Ramos de mi infancia en Aliaga. En vísperas de la celebración, ya nos asomábamos a la ermita de la Virgen de la Zarza para ver cómo preparaban el paso de la borrica con Jesús sentado encima y los adornos consiguientes como aparejo del animal. Ere uno de los pasos más simpáticos y una de las procesiones más alegres, lejos de la tristeza lúgubre de la procesión del Viernes Santo. En la misa del domingo de Ramos nos entregaban un ramo de boj - siempre eran de este duro y austero arbusto que abundaba en nuestro término municipal, aguas abajo del Guadalope - que llevábamos orgullosos durante la misa y la procesión, y colocábamos luego en el balcón de nuestra casa hasta la misma fecha del año siguiente. Decían los vecinos que el ramo bendecido llevaba la paz y el sosiego a los hogares.

     Varias décadas después, los ramos de olivo se alternan con las sofisticadas palmas - como vemos en la fotografía - que llenan de ilusión a los niños ya que contienen pequeños regalos y algunos dulces de colores llamativos. Es la fiesta del estreno, el día de la manifestación, la antesala de unas jornadas que, al parecer, han perdido el reclamo religioso pero siguen manteniendo el gancho turístico por su exotismo o suntuosidad. 

     En muchos pueblos de España habrán desfilado hoy de nuevo los pasos de Jesucristo sentado en una borrica. Es una estampa idílica, casi popular, que podría sugerirnos un toque de sencillez tan necesario en estos tiempos de crisis. No sé si muchos captarán esta vertiente. De momento me quedo con la imagen contrastada de un ramo de olivo - símbolo de la pervivencia - en manos de una persona mayor y de una palma ornamental en manos de un niño encantador.

 

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