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josemarco

DESPEDIDAS

DESPEDIDAS

     Ya se acerca un nuevo final de curso. Parecía que no iba a llegar nunca este verano tardío y perezoso. Pero, mediado el mes de junio, todo huele a vacaciones, a final de etapa y a sueños de futuro.

     Acabo de regresar de Teruel, la primera ciudad que conocí. Una ciudad de provincias tranquila, acogedora, silenciosa. Los alumnos de segundo de bachillerato de la capital y de la provincia se presentaban a las Pruebas de Acceso a al Universidad, a la llamada Selectividad. Una prueba que, según se dice, tiene los días contados. El polémico ministro Wert se ha empeñado en recuperar la reválida de los años sesenta y en poner continuas trabas a lo largo del itinerario educativo. Esperemos que esta ley se quede en nada y no llegue a ver la luz.

    Compás de espera de más de cinco mil alumnos aragoneses para conocer los resultados de estos exámenes y para decidir qué grado universitario van a cursar en el futuro. Un futuro ilusionante, aunque oscurecido por la espada de dámocles del paro juvenil. ¿Tendrán que salir de España para encontrar trabajo? ¿Tendrán que acceder a cualquier trabajo no cualificado? ¿Podrán presentarse a oposiciones si es que se convocan? Toda una retahíla de interrogantes, todo un rosario de incertidumbres.

     Mientras corregía los ejercicios de Lengua Castellana y Literatura, me he dado cuenta - aunque ha sido más bien una confirmación - del déficit expresivo de nuestros alumnos de bachillerato, de la pobreza de vocabulario, de la ausencia de coherencia en sus escritos. Una asignatura pendiente que tiene difícil solución, a no ser que se comience por la base: desde primaria. Una expresión que se empobrece por la ausencia de un hábito lector, por el predominio de lo audiovisual y de las nuevas tecnologías, por el poco valor que otorgamos a los libros que - como decía un texto de la prueba - nos parecen demasiado caros.

    El final de curso tiene un sabor agridulce. Alegría por la etapa culminada y nostalgia por dejar atrás momentos felices, intensos, emocionantes. Las vacaciones de verano son un buen paréntesis. Y pueden ser un oasis para la lectura al aire libre, para las visitas culturales, para la consolidación de experiencias enriquecedoras, para la práctica de los idiomas, para el olvido, para la memoria, para la esperanza.

     Mientras el sol calienta con fuerza en esta mañana preveraniega, releo un poema del libro Ecorché de Brenda Ascoz e intento reconciliarme con la vida y con el futuro:

                                  Abrir las palmas

                                  para que de ellas liben

                                  las abejas. Liben dolor.

                                  Descanso del tormento

                                  en el tormento. Cambiarle de nombre.

                                  Alguien, una voz cansada y rota,

                                  nos exige valor. Abrir las palmas de las manos,

                                  mostrales

                                  su vacío imposible.

 

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