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josemarco

EL HECHIZO DEL PIRINEO

EL HECHIZO DEL PIRINEO

     Después de más de una década, hemos regresado a uno de los valles más impresionantes del Pirineo Aragonés: el valle de Gistaín. Desde Barbastro, capital del Somontano, el río Cinca nos acompaña con sus aguas cristalinas, verdeazuladas, que alimentan los embalses de Mediano y del Grado, al cien por cien de su capacidad después de una primavera generosa en lluvia y nieve. Pero lo mejor todavía no ha comenzado: el valle del Cinqueta, que tantos recuerdos guarda en su seno, nos acerca hasta el camping Los Vives, renovado, moderno, acogedor, y poco después ascendemos a Saravillo, uno de los pueblos más pintorescos de Aragón. Desde allí emprendemos una ruta ascendente hasta el refugio de Lavasar y comenzamos a disfrutar de un paisaje engalanado de verdes y arropado por el silencio y la soledad.

     Verde de boj, verde de pinos, verde de castaños y avellanos. Sinfonía de verde y sombra sutil que acaricia nuestros cuerpos sudorosos. Ascensión casi continua pero con frecuentes remansos que hay que aprovechar para hidratarse, tomar aliento y contemplar a lo lejos los pueblos diminutos, pos picos altivos, los valles casi inaccesibles. Siempre me ha sorprendido esta zona del Pirineo por su paisaje agreste y su magia singular. Ayer volví a experimentar estas sensaciones a medida que me acercaba al Ibón de la Basa de la Mora, también llamado Ibón de Plan. Al filo del mediodía contemplamos por fin este remanso de agua clara flanqueado por escarpadas montañas y alimentado por pequeños glaciares que aún conservan el blanco de una nieve tardía y generosa. A partir de ahí, lo mejor es dejarse acariciar por el silencio, por la magia del paisaje verdeamarronado, por la sutileza de las flores amarillas, por el rumor de las cascadas ocultas, por la atracción de la altura y del riesgo.

     El descenso ha sido más llevadero. Pero hay que parar de vez en cuando para volver a disfrutar de este paisaje irrepetible. Y contemplar a vista de pájaro el cauce del humilde Cinqueta, y atisbar a lo lejos la inmensa mole del Posets, y adivinar el perfil de las montañas aún nevadas que orlan el valle de Pineta y señalan la senda inconfundible del Monte Perdido. Eso sí, antes de regresar a la civilización, cómo no detenernos de nuevo en el camping Los Vives y recordar, evocar con cierta nostalgia un verano ya lejano e inolvidable.

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