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josemarco

FIESTAS

FIESTAS

     A medida que se esfuma el verano, las fiestas de los pueblos llegan puntuales a su cita y marcan un antes y un después de la actividad anual, muchas veces monótona y anodina. Antes la fiesta suponía, además de su orientación religiosa, un respiro y un alivio para aquellos trabajadores del campo que veían con satisfacción cómo llegaba a los graneros el cereal o cómo la uva recién vendimiada se recogía en las cooperativas. Estoy hablando, por supuesto de las fiestas rurales, las fiestas más populares y las que conservan todavía ciertas raíces.

    Sin embargo, desde hace unas décadas, las fiestas han cambiado mucho. Han surgido las peñas - que en algunos pueblos crecen como setas -, se han creado las comisiones de fiestas y se han multiplicado actos lúdicos de todo tipo. Y, aunque en esencia parecen las mismas, no lo son ni mucho menos. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los que participamos en las fiestas residimos fuera y acudimos sólo cuatro o cinco días o el fin de semana. Los que viven el el pueblo, que son pocos, son los que sueñan más con las fiestas, los que las viven con más ilusión y los que intentan conservar algo del pasado.

    En Aliaga acaban de terminar unas fiestas multitudinarias. Hay que destacar el papel de la comisión y la aportación de las peñas. Pero también hay que quedarse con los festejos taurinos - tan tradicionales es este pueblo - y con los actos en honor de la patrona, la Virgen de la Zarza. Personalmente echo de menos los fuegos artificiales de la noche del día siete, los juego populares en las eras largas y el baile en la calle mayor o en alguna de las plazas como la del Bote. Es verdad que todo ha cambiado y que hay que innovar. Pero no costaría mucho compaginar actividades de siempre con nuevas iniciativas.

    De todos modos, las fiestas también suponen un reencuentro con los amigos, una alteración de los rígidos horarios habituales, una visita a lugares emblemáticos del pueblo, un cambio de talante, una actitud más abierta y tolerante. Lástima duren tan poco y sean tan efímeras como este verano que se nos escapa de las manos como lluvia de arena. 

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