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josemarco

RIBERAS

RIBERAS

     Siempre me ha gustado pasear por las riberas de los ríos. Tiene un encanto especial. Contemplar el heraclitiano y rumosoro movimiento de las aguas me transmite sentimientos de nostalgia, de fugacidad del presente, de suave melancolía. Mi río preferido, por razones obvias, es el Guadalope. Pero hay otros ríos que me acompañan diariamente y que surcan su cauce silenciosos muy cerca de mi casa. Son el río Ebro y sus afluentes el Huerva y el Gállego. El padre Ebro, como le llamaban en la antigüedad, y que ha dado nombre a nuestra península, recoge las aguas de muchos ríos del pirineo navarro y aragonés y surca diversas comunidades autónomas con un caudal desigual e irregular. En invierno y en primavera, cuando se inicia el deshielo, acostumbra a sorprendernos con frecuentes avenidas que cubren sus orillas y anegan muchos campos de la ribera alta. Muchos agricultores se quejan, y con razón, de que el cauce está cada vez más anegado y lleno de maleza. Esa es la causa de que cada vez se desborde más y busque un cauce distinto al habitual.

     Esta mañana, fiesta local de San Valero, he aprovechado para hacer deporte por la ribera del Ebro. Acababa de llover y el pavimento estaba húmedo. Por los aledaños del Pilar, muchos zaragozanos regresaban de comerse el roscón y beberse un vaso caliente de chocolate. La ciudad respiraba tranquilidad y el río seguía su camino impasible, con casi cuatro metros de altura en el puente de Santiago. Es una avenida ordinaria. No tiene nada que ver con las de 2003 ó 2007. Pero llama la atención de los ciudadanos. Muchos observaban con sorpresa esos miles de metros cúbicos de agua que llenarán los pantanos de Caspe y Mequinenza y se perderán en el mar, no sin antes inundar las fértiles tierras del delta del Ebro. Algunos, cuando contemplan esta imagen, piensan en seguida en el trasvase. Pero no se dan cuenta de que en Aragón todavía hay muchas tierras yermas, sin infraestructuras para regadíos y condicionadas por una lluvia tan escasa como irregular.

     De todos modos, siempre es mejor contemplar el río Ebro crecido e impetuoso, que verlo escuálido y disminuido durante los meses de estiaje. Sin embargo, llaman la atención los numerosos islotes de hierba y de maleza que año tras año ganan terreno al agua. Dragarlo quizás no sea la mejor solución, pero algo habría que hacer para evitar esta extraña anomalía.

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