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josemarco

LA LOTERÍA

LA LOTERÍA

Soy aficionado a los juegos de azar. Lo reconozco. Aunque no suelo caer en la tentación de muchos ciudadanos que, cuando se acercan las fechas de Navidad, comienzan a comprar lotería compulsivamente como si en ello les fuera la vida.

La lotería tiene, sin embargo, aspectos positivos: si se comparte, mantiene o refuerza los lazos familiares o de amistad. Desde el punto de vista psicológico, este juego de azar que tantos beneficios reporta al Estado, puede mantener a las personas en un provisional estado de esperanza, aunque luego se desvanezca el 22 de diciembre y vuelvan a consolarse pensando en la Lotería del Niño.

Hay que reconocer  que la Lotería de Navidad ha perdido un cierto atractivo para los niños y jóvenes de hoy. En mi infancia no se televisaba y, a través de las ondas, nos llegaba la nítida voz de los niños de San Ildefonso con un halo de ilusión y entusiasmo. Incluso con las pesetas rimaba mejor que con el oscuro sonido de los euros. Hoy, además, suele ser un día lectivo.

En el año 1990 fui afortunado. Me tocó un pellizco de la lotería. Pero no era la de Navidad. Era un sorteo de los sábados. Lo curioso es que me enteré unos días después, hojeando la prensa en el vetusto casino de Alcaraz. Cuando fui a la oficina de la Caja de Ahorros en Teruel y actualicé mi libreta para comprobar que el premio era algo real, el joven que me atendió se quedó estupefacto al comprobar el inesperado aumento del volumen de mis ahorros. Tuvo que llamar por teléfono para cerciorarse de que mi ingreso era de las arcas de Hacienda y no de alguna venta fraudulenta o de algún blanqueo de dinero. Fui feliz durante unos meses. Aunque otros problemas más importantes han dejado este momento - tal vez único en la vida - como una anécdota más para recordar.

1 comentario

ana a. -

Pues yo sólo juego la del instituto, y por compromiso.