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JOSÉ MARÍA CONGET, PREMIO DE LAS LETRAS ARAGONESAS

JOSÉ  MARÍA CONGET, PREMIO DE LAS LETRAS ARAGONESAS

     José María Conget (Zaragoza, 1948) es un brillante y profundo escritor, que compagina la creación literaria con la docencia en un Instituto de Educación Secundaria de Sevilla. Pero Conget es sobre todo un crítigo agudo e incisivo, un viajero impenitente y un autor al margen de los tradicionales vericuetos comerciales. Conozco muy poco de sus creaciones de ficción - espero acercarme a ellas en breve - y conozco algo más de sus artículos y ensayos. De entre ellos, he seleccionado estas líneas que escribió en el año 2003 como recuerdo y homenaje al gran escritor guatemalteco Augusto Monterroso:

     De todos los escritores que he conocido personalmente, ninguno me produjo la impresión de ser dichoso, pese a todas las ineludibles melancolías que genera el tiempo, salvo Augusto Monterroso, el inolvidable Tito. Hay escritores que viven pendientes de no resbalarse de su pedestal, los hay que se apostaron frente a un simbólico juzgado de guardia para demandar de inmediato a quienes atenten contra su fama; a muchos les atormentan los honores ajenos, nunca tan merecidos como los propios, y unos cuantos, aunque no numerosos, se han resignado a su puesto en el escalafón que, eso sí, defenderán con sátiras y sonetos —los cultivadores del endecasílabo son los que peor llevan, sin cicatrizar siempre, las heridas de la literatura— contra los advenedizos que pretendan usurpar su rincón en la cuarta fila de la foto de la posteridad. Sin embargo, tengo la impresión de que Tito es de los pocos, tan pocos que a bote pronto me cuesta localizar a otro, que en sus textos confiesa padecer deficiencias morales con las que nosotros jamás le habríamos adjetivado. Así, en el prefacio de La letra e declara a propósito de su libro que «escribiéndolo me encontré con diversas partes de mí mismo que quizá conocía pero que había preferido desconocer: el envidioso, el tímido, el vengativo, el vanidoso y el amargado».

      Dejemos a un lado la timidez y en esa enumeración descubriremos los atributos de la mayoría de los ciudadanos de la República de las Letras. «Es falso que entre escritores exista la camaradería, es decir que se traten con amistad y confianza», le dice a su mujer Bárbara Jacobs en uno de los diálogos que ésta reproduce en Vida con mi amigo. Mis recuerdos de Tito contradicen de forma radical, en lo que a él atañe, la anterior afirmación; incluso en conversaciones privadas y vinosas, cuando los autores aquilatan su veneno, era generoso con los colegas o, en el peor de los casos, irónico sin acritud. Para mí su personalidad y su obra resultaban de una insólita combinación de inteligencia, humor y escepticismo. Amaba los libros —no he olvidado la mezcla de sensualidad y orgullo con que me mostró su primera edición de Cantos de vida y esperanza—, había leído mucho y muy agudamente pero, tal vez por ser inocente de pedantería, carecía del exhibicionismo cultural al que tan propenso es el gremio.

      De mis encuentros con él y con Bárbara lo que más me gusta evocar son las risas. Nos reímos en Chicago y muchas veces en Nueva York, nos reímos durante una noche memorable cerca del Zócalo en México y aquella tarde en casa de Álvaro Mutis recitando nuestros pésimos poemas favoritos. En el año 2002 estábamos citados en Cádiz y en París pero la reunión no fue posible. Ahora que sé que no volveremos a reírnos juntos no quiero repetir el juicio, ya inapelable, del magisterio de su obra. Fue un gran escritor y, algo mucho más difícil, un escritor feliz.

1 comentario

Luis Antonio -

Gracias a tus escritos me pongo al día en literatura aragonesa. También me gusta la preocupación que manifiestas por el tema de la lectura. Creo que todos los profesores, además del de lengua y literatura, deberian asumir responsabilidades en ese terreno. ¿Quién mejor que el profesor de ciencias para explicar los tecnicismos de su materia? Un afectuoso saludo