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josemarco

BUÑUEL

BUÑUEL

       Tal día como ayer, hace treinta años, el director de cine aragonés Luis Buñuel nos dejó en en México, país donde permaneció gran parte de su vida y al que amó profundamente. Había nacido en la localidad turolense de Calanda, al inicio del siglo XX, pero su niñez y parte de su juventud la pasó en Zaragoza. Eso sí, cuando podía acudía a su pueblo natal, especialmente en Semana Santa. Durante esos días participaba activamente en la rompida de la hora y en el recorrido por las calles tocando los tambores.

       Al releer su biografía, me han sorprendido varios aspectos: su precocidad intelectual, su temprana afición al séptimo arte, sus encuentros y desencuentros con Salvador Dalí, su vida bohemia durante su juventud en Madrid, su amistad y sus visitas a tertulias vanguardistas del café Pombo con Ramón Gómez de la Serna y su carácter rebelde, tenaz e inconformista.

       Ahora le llueven los homenajes, tanto en España como en México, pero durante su vida sufrió la incomprención de los suyos, tuvo que exiliarse a Francia y luego a Estados Unidos y muy pocos supieron valorar películas innovadoras y rupturistas como Un perro andaluz o La Edad de Oro.

       He visto casi todas las películas de Buñuel y muchas de ellas me han resultado difíciles de entender. El surrealismo surca sus primeras producciones y el anticlericalismo y el sexo están presentes en casi todas sus cintas. Por eso en España no fue reconocido en vida y sólo en el país vecino y en México pudo ganarse fama internacional con filmes como Los Olvidados o El discreto encanto de la burguesía, película con la que obtuvo el óscar en 1972.

      Como homenaje a este turolense y aragonés universal, quiero plasmar algún fragmeno de su autobiografía. En Mi último suspiro nos abre su corazón y nos deja retazos de humanidad. La obra está dedicada a Jeanne, su mujer y compañera. Y afirma en el prólogo que aunque no es un hombre de pluma, Jean-Claude Carrière le ayudó a escribir el libro.

     Cuando habla de la MEMORIA afirma: Cuando yo iba al colegio, en Zaragoza, me sabía de memoria la lista de los reyes godos, la superficie y población de cada Estado europeo y un montón de cosas inútiles. En general, en los colegios se mira con desprecio este tipo de ejercicio mecánico de memoria y a quien lo practica suele llamársele despectivamente memorión. Yo, aunque memorión, no sentía sino desprecio para estas exhibiciones baratas. Pero, a medida que van pasando los años, esta memoria, en un tiempo desdeñada, se nos hace más y más preciosa. Insensiblemente, van amontonándose los recuerdos y un día, de pronto, buscamos en vano el nombre de un amigo o de un pariente. Se nos ha olvidado. A veces, nos desespera no dar con una palabra que sabemos, que tenemos en la punta de la lengua y que nos rehúye obstinadamente.

 

 

     Cuando evoca a su pueblo natal afirma: Se puede decir que en el pueblo en que yo nací (un 22 de febrero de 1900) la Edad Media se prolongó hasta la Primera Guerra Mundial. Era una sociedad aislada e inmóvil, en la que las diferencias de clases estaban bien marcadas. El respeto y la subordinación del pueblo trabajador a los grandes señores, a los terratenientes, profundamente arraigados en las antiguas costumbres, parecían inmutables. La vida se desarrollaba, horizontal y monótona, definitivamente ordenada y dirigida por las campanas de la iglesia del Pilar.

      Y respecto a LA MUERTE y EL SEXO dice: En Calanda tuve yo mi primer contacto con la muerte que, junto con una fe profunda y el despertar del instinto sexual, constituyen las fuerzas vivas de mi adolescencia. Un día, mientras paseaba con mi padre por un olivar, la brisa trajo hasta mí un olor dulzón y repugnante. A unos cien metros, un burro muerto, horriblemente hinchado y picoteado, servía de banquete a una docena de buitres y varios perros. El espectáculo me atraía y me repelía a la vez. Las aves, de tan ahítas, apenas podían levantar el vuelo. Los campesinos, convencidos de que la carroña enriquecía la tierra, no enterraban a los animales.

    Muchas de estas vivencias han quedado plasmadas en sus películas en blanco y negro, con imágenes sorprendentes, sonidos de campanas, sonidos de tambores, animales muertos, miseria por doquier, caciquismo, supremacía del clero, instinto sexual y presencia soterrada de la muerte.

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