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josemarco

PRIMAVERA TARDÍA

PRIMAVERA TARDÍA

      Después de un largo y desapacible invierno, la primavera llega paulatinamente a los valles del alto Guadalope. Aunque los chopos cabeceros casi centenarios todavía no se han vestido de ese verde claro de finales de abril, el paisaje, el río, las laderas de las montañas, los campos de cereal presentan un semblante saludable después de las últimas lluvias de marzo, bastante generosas.

     Por eso, caminar por las orillas del río La Val o del río Miravete durante estos días de asueto es algo que relaja y esponja el ánimo. Hasta algunas fuentes que estaban resecas han vuelto a renacer, como la de la Cedrilla o la de Capileta, que nos recuerda momentos inolvidables de nuestra infancia escolar. El Chorredor del barrio de Santa Bárbara presenta también su mejor aspecto y el río Seco surca con alegría el silencioso valle de Cobatillas.

     A pesar de las fechas en que nos encontramos, el contraste de temperaturas es brutal. Y ha habido que encender las estufas al caer la tarde o tener a punto la calefacción. Las chimeneas respiran todavía un humo invernal y las umbrías se engalanan de rosada al amanecer. Son los caprichos de esta estación, tan cambiante como sorprendente. Unos meses en los que buscaremos la sombra durante el día y echaremos de menos el calor del sol en el crepúsculo.  De todos modos, ver el caudal de los ríos como hacía años nos invita a esperar un verano sin escasez de agua y sin restricciones.

    El regreso a la ciudad, con sus árboles decapitados, sus aceras grises y sus edificios incontrolados nos abre más los ojos a una evidente realidad: los pueblos se quedan cada vez más vacíos y las ciudades nos hechizan a pesar de los cielos opacos, los ríos contaminados y las fuentes artificiales.

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