RUTA DE CONTRASTES
Mientras se despereza el día, subes en la bicicleta de montaña y tomas la carretera de Aliaga en dirección a Ejulve. Sabes de antemano que el itinerario de hoy va a ser una ruta de contrastes. Contrastes de temperatura, contrastes de desniveles y, sobre todo, contrastes paisajísticos.
Hoy tienes como meta llegar a Cirugeda, un lugar encantador, que desde hace unos años pertenece al ayuntamiento de Aliaga. Cruzas la Aldehuela y dejas a la derecha el pantano - o lo poco que queda de él - y la estructura esquelética de la central térmica, clausurada ya hace treinta años. Después de una pequeña subida, el paisaje cambia radicalmente y, aunque a lo lejos ya se adivinan las huellas del pavoroso incendio de julio de 2009, todavía vas a poder disfrutar de unos kilómetros de carretera orlados de pinos lozanos, de enebros enhiestos y de seductoras sabinas. Pero poco a poco, a medida que te acercas a las inmediaciones de La Muela, el contraste es evidente, casi brutal. Avistas lo que parecía un sueño y es todavía una amarga realidad: pinos ennegrecidos, paisaje desolado, campos sin cultivar y una sensación casi inexplicable de vacío.
No continúas hacia La Cañadilla ni hacia Ejulve. Tomas la carretera que te encamina a Cirugeda. Afortunadamente son casi cinco kilómetros salvados de la quema y que mantienen todavía sus señas de identidad. La vegetación no es muy tupida, pero el paisaje vuelve a ser atractivo, encantador. Prefieres no volver la vista atrás hasta que regreses media hora después y vuelvas a contemplar el brutal contraste - como se observa en la fotografía. Mientras tanto, desciendes hacia ese lugar idílico, que prepara sus fiestas patronales de la virgen de la Asunción y que presume de su fuente de cuatro caños con un agua cristalina y de rincones reservados al que busca el silencio y la soledad.
El contraste se agudiza durante el camino de regreso. Las piernas comienzan a agarrotarse y un solo inclemente parece que presagia una posible tormenta vespertina. Ha sido, de todos modos, una ruta interesante, con el recuerdo agridulce del incendio y la esperanza de que en unos años la incipiente hierba se vea acompañada de pequeños retoños de pinos, enebros y sabinas.
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