LAS VÍAS MUERTAS
Con este epígrafe inicia Miguel Mena su última novela "1863 pasos". Y reflexiona sobre la profunda tristeza y nostalgia que le produce contemplar las vías de tren desmanteladas desde la estación de Utrillas de Zaragoza hasta la comarca Cuencas Mineras de Teruel. Con gran acierto y sensibilidad poética compara este paisaje desolado con los cauces fluviales secos, ahora que la sequía es tan acuciante. Todo un inicio prometedor de una novela en la que Miguel Mena desnuda su intimidad y ahonda en la vida con importantes reflexiones filosóficas.
Mi infancia turolense está muy ligada al descubrimiento del tren. Algo ya lejano, romántico e idealizado. Cuando era pequeño, a mis cuatro años, recuerdo mi primer viaje a Teruel para operarme de las amígdalas y mi padre me llevó al viaducto para contemplar el pequeño y gran tren desde las alturas. Me impresionó vivamente. Pero me quedé con las ganas de subir a esos rudimentarios vagones y de percibir de cerca el humo acre de las máquinas, llamadas "cafeteras". Tuve que esperar siete años, en ni primer viaje a Barcelona - abandono cruel de mi infancia en Aliaga - cuando en la estación de Caspe subí al primer tren: ruidoso, rudimentario, lento y mitificado. Fue un viaje iniciático al mundo del progreso, a la Barcelona de los años sesenta, una ventana al mundo que desgarró mi alma infantil.
Hoy día, cuando vuelvo a las Cuencas Mineras y paso por Muniesa, Utrillas, Escucha, Valdeconejos,...contemplo la desolación del paisaje y esas vías muertas que evoca Miguel Mena. Y me pregunto qué hubiera sucedido si esos andenes, esos apeaderos, esas estaciones, hubieran seguido en pie. La vida nos enseña cada día algo y el paisaje nos invita a reflexionar sobre el pasado y sobre el futuro.
Mi infancia turolense está muy ligada al descubrimiento del tren. Algo ya lejano, romántico e idealizado. Cuando era pequeño, a mis cuatro años, recuerdo mi primer viaje a Teruel para operarme de las amígdalas y mi padre me llevó al viaducto para contemplar el pequeño y gran tren desde las alturas. Me impresionó vivamente. Pero me quedé con las ganas de subir a esos rudimentarios vagones y de percibir de cerca el humo acre de las máquinas, llamadas "cafeteras". Tuve que esperar siete años, en ni primer viaje a Barcelona - abandono cruel de mi infancia en Aliaga - cuando en la estación de Caspe subí al primer tren: ruidoso, rudimentario, lento y mitificado. Fue un viaje iniciático al mundo del progreso, a la Barcelona de los años sesenta, una ventana al mundo que desgarró mi alma infantil.
Hoy día, cuando vuelvo a las Cuencas Mineras y paso por Muniesa, Utrillas, Escucha, Valdeconejos,...contemplo la desolación del paisaje y esas vías muertas que evoca Miguel Mena. Y me pregunto qué hubiera sucedido si esos andenes, esos apeaderos, esas estaciones, hubieran seguido en pie. La vida nos enseña cada día algo y el paisaje nos invita a reflexionar sobre el pasado y sobre el futuro.
0 comentarios