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josemarco

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            Al filo de las nueve de la noche, cuando las luces se apoderaban de las avenidas de una ciudad tomada por la primavera, regreso a casa con un libro entre las manos. No es una novela cualquiera. Se trata del segundo volumen de relatos de la escritora oscense Cristina Grande, que compagina su labor creativa con sus colaboraciones en Heraldo de Aragón y su afición a la fotografía. Aunque no la conocía personalmente, coincidimos en la Universidad de Zaragoza en los años ochenta, en la facultad de Filosofía y Letras. Poco ha cambiado Cristina: recatada, serena y afable.

            Esta misma noche voy a empezar a leer alguno de los veinticuatro relatos que componen este pequeño volumen. Espero que me seduzcan y me envuelvan estas historias de sesgo autobiográfico que están llenas de metáforas, de silencios y de una “ternura seca”, tal como ha afirmado Antón Castro en la presentación de la obra en FNAC. Y es que Antón ha estado genial: elocuente, directo y agudo en sus apreciaciones. Los elogios hacia Cristina no ocultan una profunda amistad y una excelente complicidad literaria.

            Espero iniciar un viaje hacia la noche y un viaje metafórico hacia esa realidad interior que nos propone la escritora de Lanaja. Espero contagiarme de ese lenguaje directo y ausente de retórica. Y seguir disfrutando de la lectura. De noche. Hacia la noche. Buscando esa ternura que transpiran los relatos de Cristina, como el final de Apotheke, que abro casi al azar y que puede servir de botón de muestra: “En el avión de vuelta me entraron unas ganas tremendas de llorar y apoyé la cabeza en el hombro de mi madre, agradecida por no tener que darle explicaciones. Hacía años que no respirábamos tan juntas, y noté que ella suspiraba desde muy adentro”.
            Para disfrutar de la ternura y vivir ese momento fugaz que en un futuro recordaremos con nostalgia.

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