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josemarco

AZAHAR

AZAHAR

En la Ribera Baja del Júcar, en la comarca de Alcira, donde estoy disfrutando de unos días de descanso, el olor a azahar se desparrama por los caminos, surca las calles y penetra en los patios y jardines. Hasta hace pocos años no había podido disfutar de este aroma inconfundible que caracteriza a la primavera valenciana y que orea el ambiente. Antes de conocer de cerca esta tierra tan favorecida por el clima y por la cercanía del Mediterráneo, soñaba con el olor a azahar de la mano de Blasco Ibáñez - recuerdo la lectura de Entre Naranjos - y de Andrés Hurtado, protagonista de la excelente novela de Baroja El árbol de la ciencia. Pero, en este caso, la realidad supera a la literatura, y poder disfrutar de una mañana apacible rodeado de naranjos y disfrutando del olor a azahar es algo difícil de explicar. Porque el azahar no sólo es aroma, el azahar es tacto, el azahar es movimiento, el azahar es un proceso imparable que culmina con ese diminuto fruto que en menos de nueve meses se convertirá en naranja navelina, clementina o valencia.

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