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josemarco

DE VALDELINARES A LA RIBERA ALTA

DE VALDELINARES A LA RIBERA ALTA

      El olvido del cable de conexión del ordenador en Zaragoza el pasado miércoles, me ha mantenido alejado durante cuatro días de esta página en blanco. Hay que reconocer que este alejamiento temporal del ordenador portátil y de la navegación por la red ha sido, en cierto modo, positivo. Porque la excelente climatología de este largo puente me ha permitido esquiar por primera vez en la estación turolense de Valdelinares. Paradójicamente, es la más cercana de Aliaga - a sólo 46 kilómetros - y una de las últimas estaciones invernales aragonesas que he conocido (sólo me falta acudir a la vecina de Javalambre). El día de la Constitución la afluencia de esquiadores a Valdelinares desbordó todas las previsiones: colas para comprar el forfait, colas para alquilar esquís y largas colas para acceder a los telesillas. Había pocas pistas abiertas y demasiadas ganas de esquiar. Los comentarios - casi todos en valenciano - no tenían desperdicio: "Podrían haber abaratado un poco los forfaits"; "se nota la falta de previsión"; "hay pocas pistas abiertas";...Había opiniones para todos los gustos. De todos modos, es verdad que redondean mucho los precios y que hacen el agosto en pleno mes de diciembre. Hasta cobran un plus de tres euros por cada forfait. Si te descuidas y no lo canjeas antes de las cinco de la tarde, no te devuelven esa simbólica fianza. ¿Os imagináis cuántos miles de euros pueden recaudar por este pequeño "impuesto"? Menos mal que al final todo se olvida si el día ha resultado a pedir de boca en lo que al esquí se refiere.

    Los tres días restantes me he acercado a la comarca valenciana de la Ribera Alta. Los días han sido espléndidos y las noches apacibles. El color rojizo de los caquis contrastaba con el verde de los naranjos, casi todos despojados ya del preciado fruto. No ha sido un año de buena cosecha, aunque los agricultores están bastante satisfechos. Peor les ha ido a los caquis, que han sufrido las consecuencias de cuatro días de tempranas heladas. Algunos han aguantado el tipo; otros, no. El campo exhibe toda su lozanía después de las generosas lluvias de octubre. Ha sido un otoño de lluvias copiosas. Todo lo contrario a lo ocurrido en otras zonas de España, especialmente en Aragón. El Júcar se desliza con orgullo hasta su desembocadura en Cullera y el río Verde muestra su mejor imagen a su paso por Massalavés, muy cerca de su nacimiento. Lástima que gran cantidad de esa agua haya ido directamente al mar y no haya supuesto una aportación importante a los embalses de la cuenca del Júcar.

     El regreso hacia Zaragoza ha sido más llevadero que en otras ocasiones. La inauguración provisional de las famosas cuestas del Ragudo es un alivio para el tráfico y supone un sensible acortamiento del tiempo de viaje. Por fin ya están unidas por autovía Valencia y Teruel. En menos de una hora y media se puede viajar de una capital a otra. ¡Quién lo hubiera imaginado hace dos o tres décadas! Hasta podríamos decir que los once años de larga espera han merecido la pena. Pero eso supondría una mentira piadosa.

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