NAVIDAD AGRIDULCE
La Navidad se acerca. Para algunos, a paso de tortuga. Para otros, a ritmo trepidante. Nos quieren vender felicidad, paz, fraternidad, calor familiar, armonía,... Y lo aceptamos casi como un tópico. Algo hay que hacer para romper la rutina de estos días invernales, casi anodinos. Son fechas paradójicas, agridulces. En medio de la alegría, en medio del jolgorio más o menos espontáneo, subyace un recuerdo, una nota de nostalgia, una pena secreta, una gravosa incertidumbre. Son las luces y sombras de la vida, el contraste entre la riqueza y la pobreza - agudizado durante estos días -, la rueda de la melancolía que no para de dar vueltas, el peso del azar, la sombra de una duda, la ilusión de un mañana mejor, los deseos postergados, las ilusiones perdidas,... Es la cara oculta de esta Navidad: la de los que sobreviven rebuscando en los contenedores, la de los que la sufren recluidos en una cárcel, la de los que la eluden en un hospital, la de los que buscan un cobijo para resguardarse del frío, la de los que no pueden soportar el peso de la soledad.
Los niños y los jóvenes quizás sean la excepción. Sólo ellos pueden ser capaces de eludir la melancolía, de cimentar las ilusiones, de evitar los prejuicios, de aquilatar la felicidad, de prescindir de los reuerdos, de mirar con esperanza hacia el futuro. Las Navidades de mi infancia son las que más recuerdo. Eran unas celebraciones, sencillas, entrañables, sin el afán consumista actual, sin el bombardeo publicitario, sin la desmitificación actual. ¿Se han perdido las Navidades tradicionales? Las respuestas podrían ser muy diversas y dispares. O tal vez cada uno recuerda con más cariño lo que vivió en sus años infantiles y se vuelve más escéptico con el paso de los años.
2 comentarios
Nerea -
Y los regalos, si hay, los Reyes, por supuesto.
Un abrazo y ¡felices fiestas!
Javier López Clemente -
Salu2 Córneos.