UNA SANTA ASOCIADA AL FOLKLORE
Mientras Pablo Piferrer y Francisco Javier Parcerisa se disponían a emprender un viaje por el Principado de Cataluña en 1839, cuando la guerra carlista creaba pánico y desconcierto en algunas regiones de España, un intelectual de la época - J.M. Avrial - escribía una interesante y bien documentado artículo sobre la celebración de la fiesta de santa Águeda - martirizada en el siglo III a manos del gobernador Quinciano - en el pueblo segoviano de Zamarramala.
En esta década tan convulsa del siglo XIX, el costumbrismo se convirtió en un lugar común y los escritores románticos y realistas explotaron ese filón al máximo. El fragmento de J. M. Avrial me recuerda descripciones similares en alguno de los once volúmentes de Recuerdos y Bellezas de España. Tanto Piferrer en el volumen de Mallorca, como José María Quadrado en los tomos de Asturias y León y de Aragón se recrean en la contemplación del vestuario de los habitantes de la isla balear, de los trajes de los maragatos o de la indumentaria de los habitantes de los valles oscenses de Hecho y Ansó, plasmada por Parcerisa en una excelente litografía.
La descripción de esta fiesta de las mujeres casadas en Zamarramala - que se remonta según Caro Baroja y otros historiadores al siglo XIII, en plena reconquista del Alcázar - tiene ingredientes folklóricos, aderezos costumbristas y trasfondo realista. Todo un regalo para los amantes de la historia, de la tradición y de la buena literatura. Porque santa Águeda sigue teniendo en pleno siglo XXI la frescura de lo popular. Y si no que se lo pregunten a los cientos de personas que guardaban impacientes a las puertas de la parroquia del Portillo de Zaragoza para venerar las reliquias de la santa. Una vez más, religión, tradición y folklore se dan la mano. Y todo ello dentro de la semana de Carnaval. ¿Es que la celebración que describe el autor decimonónico no tiene algo de carnavalesca?
El siguiente fragmento nos puede ayudar a reflexionar sobre las fiestas populares y su repercusión en el ciudadano de a pie:
El tamboril y la dulzaina les anuncian desde muy temprano que aquel es día de asueto y holganza; los dos alcaldes primero y segundo, se disponen a ceder su autoridad, en honor de su santa patrona, a las lindas alcaldesas que, engalanadas con todo el lujo zamarriego, se presenten a recibir de manos de sus esposos la vara de la justicia y la autoridad que aquella vara representa, quedando reducidos los alcaldes, así como todos los maridos, a la obediencia y servidumbre, porque como dicen en el pueblo, aquel día mandan ellas".Esta autoridad era efectiva cuando había que resolver alguna riña o disputa entre mozos, etc.Las alcaldesas, llegada la hora de la misa, salen de casa con dulzaina y tamboril al frente, en medio del estrépito de los cohetes, y en el templo, ocupan en banco concejil o de la justicia.A la salida de la misa, que es mayor y solemne, se colocan en los lados de la puerta y piden limosna para la santa, y cuando no queda nadie dentro vuelven a casa con la misma pompa. En el resto del día, las mujeres no hacen nada y los hombres se tienen que encargar incluso de la comida de los niños.A la tarde, con la venida de la alcaldesa mayor, se anuncia el baile, en el que sólo las mujeres casadas intervienen, hasta las más viejas. Mientras tanto, los hombres juegan en la taberna y los chiquillos imitan los ademanes coreográficos de sus madres. Si algún varón indiscreto pretende entrar en la rueda, al punto es expulsado a alfilerazos. Las alcaldesas piden a los curiosos, que van a ver tan extraña fiesta, limosna, siempre para Santa Águeda. Una comida en la que entran los hombres cierra la fiesta, y el día siguiente "Santa Aguedilla", que llaman, rota la ceremonia no sólo bailan las casadas, sino también los casados, las solteras y los mozos.
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