ESCAPADA FUGAZ HACIA LA SIERRA
Una fiesta local como la Cincomarzada invita casi siempre a salir al campo, a romper la rutina cotidiana y a olvidarse por unas horas de los asuntos pendientes en la agenda. Este año la fecha no ha coincidido con el momento ideal. Por una parte, no enlaza con el fin de semana y los zaragozanos no podemos disfrutar de un puente más largo y sosegado. Por otra, la climatología ha sido espantosa, lo que ha impedido que la mayoría se desplazaran en coche o en otro medio de locomoción a un lugar más o menos tranquilo. Hasta la tradicional fiesta que se iba a celebrar en el parque de Oriente de Zaragoza ha sido trasladada al próximo 23 de abril.
Algunos hemos desafiado al tiempo y a los elementos adversos y nos hemos escapado por unas horas a Aliaga, nuestro pueblo. Una vez en la provincia de Teruel, el paisaje se ha vestido de un tenue manto blanco que contrastaba con el ceniciento del cielo y con el gris amarronado del paisaje invernal. En las proximidades de Escucha, muy cerca del puerto de San Just, nos precedía un camión que esparcía sal en la calzada. Las quitanieves iban y venían para tranquilidad de conductores y transportistas. Ya en Aliaga, el río de La Val nos recibía con su habitual humildad y con un cauce exiguo pero cristalino.
El viento no cesa y azota los chopos desnudos a lo largo de la ribera del Guadalope. Ya en la partida de Las Tablas, encendemos la estufa y nos reunimos en torno al fuego recordando tiempos no demasiado lejanos. La temperatura se eleva por momentos y, desde la ventana, oteamos un horizonte de nubes fugaces, que danzan inquietas sobre las montañas más próximas. Por la tarde, nos acercamos a la Aldehuela para contemplar, una vez más, el edificio desolado de la antigua central térmica, las aguas verdosas de un pantano cada vez más anegado, la soledad y el silencio de un barrio que parece que dormita durante los largos meses de invierno.
Nada más regresar a Zaragoza, me encuentro con un buzón saturado de propaganda electoral. ¿Para qué tanto gasto en papel?, me pregunto mientras abro uno a uno los diez sobres que me llegan por duplicado. Luego, enciendo el ordenador y consulto la bandeja de entrada del correo electrónico: once mensajes. La mayoría no deseados, no esperados, sin contenido lógico alguno. Es el famoso spam que se cuela día tras día en todos los mensajes virtuales. Me tomo la paciencia de eliminarlos sin más. Algunos son sutilmente audaces. Otros, se repiten hasta la saciedad. Y muy pocos, casi ninguno, aportan algo nuevo, interesante, creativo u original. Desconecto el ordenador y leo un poema de Luis García Montero. Mañana lo compartiré con mis alumnos. Es sugerente, profundo y tremendamente coloquial. Como la vida misma.
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