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josemarco

DESDE MI VENTANA

DESDE MI VENTANA

     En esta tarde invernal de un domingo de enero, observo desde mi ventana que el día se prolonga paulatinamente y le va robando minutos al crepúsculo. Desde mi ventana, observo la copa de los árboles más altos de la calle Monasterio de Silos, en el barrio de las Fuentes. Es una calle corta, tranquila y muy oscura cuando llega la noche. Los chopos que orlan una de sus aceras parece que quieran despuntar antes de tiempo, como si quisieran anticipar con impaciencia una primavera todavía lejana. Se codean en las alturas con las antenas, con las chimeneas, con las azoteas más altas. Es la convivencia casi ilógica entre la naturaleza y el cemento, entre lo espontáneo y lo artificial, entre la vida y la muerte.

     Me gustan estos crepúsculos invernales. Invitan a la reflexión, a la creación literaria, a la lectura reposada, al silencio. De vez en cuando, un ruido de sirena rompe la calma. Tal vez sea una ambulancia, o un coche de policía, o un camión de bomberos. Son las servidumbres de vivir en una ciudad que cada vez se hace más grande e impersonal. Eso sí, en los barrios parece que se vive como en un pequeño pueblo. La gente se conoce por las calles. Cientos de fisonomías nos son familiares. Aunque nunca les hayamos dirigido una sola palabra, ni un saludo, ni un adiós. Es el anonimato de los núcleos urbanos. Un anonimato que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Porque, a veces, nos apetecería hablar con unos y con otros, compartir sus inquitudes, intercambiar ideas. Pero, en otras ocasiones, preferimos que nadie nos detenga. Las prisas o la impaciencia nos empujan aquí o allí. Como la noche empuja al día en este crepúsculo de un domingo de enero.

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