ACTUALIDAD DE SENDER
El novelista aragonés Ramón J. Sender es uno de los narradores más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, no sé por qué motivos, está injustamente olvidado. Por eso, es una buena noticia que la Asociación Aragonesa de Escritores haya organizado, con motivo del Día del Libro, una lectura continuada de una de las obras más emblemáticas del escritor oscense, la pequeña obra maestra Réquiem por un campesino español.
La breve novela, publicada en 1953 con el título inicial de Mosén Millán, nos acerca a los momentos más trágicos de la guerra civil española en un pequeño pueblo altoaragonés. Sender no sólo evoca la injusta condena de Paco el del molino, sino que muestra su ideología y critica el papel de la Iglesia en esos años tan convulsos.
Voy a tener la oportunidad de participar en esta lectura colectiva y, aunque no sé qué fragmento me corresponderá, estoy dispuesto a releer con ilusión una de las mejores obras de Sender. El acto tendrá lugar de cinco a ocho de la tarde en el edificio Paraninfo, en la sala Pilar Sinués. Estáis todos invitados.
Tengo entre mis manos un ejemplar de Réquiem, firmado por Jesús Vived Mairal, estudioso de Sender, a quien dedicó la obra. Es de la colección destinolibro y corresponde al número 15. Es de febrero de 1980 y ya iba por su sexta edición. Luego se multiplicarían las ediciones y reediciones con motivo de la muerte del autor, en 1982, y después de la adaptación cinematográfica de Francesc Betriu.
Pero el mayor homenaje que le podemos brindar a uno de los mejores novelistas de todos los tiempos es leer o releer su obra. Una pequeña y gran novela que comienza con estas pinceladas de realismo y sencillez expresiva:
"El cura esperaba sentado en un sillón con la cabeza inclinada sobre la casulla de los oficios de réquiem. La sacristía olía a incienso. En un rincón había un fajo de ramitas de olivo de las que habían sobrado el Domingo de Ramos. Las hojas estaban muy secas, y parecían de metal. Al pasar cerca, Mosén Millán evitaba rozarlas porque se desprendían y caían al suelo. Iba y venía el monaguillo con su roquete blanco. La sacristía tenía dos ventanas que daban al pequeño huerto de la abadía. Llegaban del otro lado de los cristales rumores humildes".
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