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josemarco

PUNTO Y APARTE

PUNTO Y APARTE

     Tengo ganas de abandonar la ciudad durante el mes de agosto. Porque Zaragoza muestra en agosto todas sus inclemencias y miserias - tal como afirmaba Manuel Vilas en su excelente columna de Heraldo -. Las ciudades en agosto se disfrazan de polvo, sufren el asedio de las obras, se vacían de viandantes y sólo muestran su cara más amable durante las primeras horas del día o en las dilatadas noches de terrazas y de paseos sin rumbo.

      Esta mañana he comenzado a despedirme por unos días de la ciudad del Ebro. Nada más salir de casa, he comprobado cómo talaban varios pinos de la calle Monasterio de la Oliva en el barrio de Las Fuentes. Los árboles estorban en la ciudad. Y en el campo son víctimas de devastadores incendios. Me dan pena las calles sin árboles. Me dan pena las calles invadidas por el cemento y acosadas por el tráfico. He caminado después por el centro de la ciudad y he observado un movimiento inusual de maletas sobre ruedas, de equipajes cargados de ilusión, de maleteros casi atestados. Es el inicio anticipado de un mes de vacaciones para muchos, un mes de huida de lo cotidiano, un mes para olvidarse de la gran ciudad.

      Mientras regreso a casa para preparar mi huida veraniega, un sol inclemente cae sobre las aceras. Resulta difícil encontrar una sombra a esas horas del medio día. Ni siquiera los parques se han librado de las obras. Más cemento en el parque Bruil, más asfalto en el Camino de las Torres. ¿Cómo estará Zaragoza en septiembre? ¿Habrán avanzado las obras? ¿Se podrá transitar por la calle Salvador Minguijón? ¿Disfrutaremos de más kilómetros de carriles bici? ¿Habrán replantado alguno de los árboles talados indiscriminadamente? Estos y otros interrogantes sobrevuelan por mi mente mientras me dirijo hacia Aliaga. Encuentro literario el fin de semana y ruta ciclista hacia Cirugeda a través de un paisaje desolado y ceniciento.

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