EL GATO SOLITARIO
Te acercas con cautela y miedo en el cuerpo a ese pequeño caserío que todavía conserva algunas paredes de adobe y algunos tejados rojizos. Durante los quince kilómetros que ha durado el viaje has sentido un oscuro desasosiego que ha ido aumentando a medida que te aproximabas a la zona quemada el verano pasado. Han pasado ya más de ocho meses, pero la huella del fuego y de la ceniza sigue omnipresente en ese paisaje tan familiar hasta hace poco. Pensabas que las lluvias del otoño y las nieves del invierno iban a borrar la huella de la fatalidad. Pero no ha sido así. Es verdad que algunos pequeños brotes de pino pugnan por renacer de las cenizas, es verdad que en el horizonte se divisa algún árbol salvado milagrosamente de la tragedia. Pero, en el fondo, todo está igual o peor de lo que te imaginabas.
Por eso, al llegar a ese caserío solitario rodeado por los meandros de la estrecha carretera y casi oculto en el seno de un valle hasta hace poco pintoresco, no puedes evitar un gesto de tristeza y de decepción. Aunque ya te lo imaginabas, te das cuenta de que la vida en ese valle ya no será como antes. Ya no se oye el balido de las ovejas, ni el campanilleo de las vacas, ni el aullido de los perros. Un silencio de plomo contrasta con el azul celeste de esta tarde de abril algo desapacible. Te acercas a la primera casa y observas un pequeño regato que nace de las entrañas de la colina. Te gustaría beber un poco de agua como hacías antaño. Pero no te atreves. Todavía parece un agua cenicienta, plomiza, como oxidada. Y es que la vida que nace de las entrañas de la tierra lucha día a día contra el poso de los campos arrasados, contra la tiranía del fuego, contra el dolor del bosque castigado cruelmente hace menos de un año. Sólo oyes a lo lejos el maullido lastimero de un gato. Quizás busque a su amo o tal vez haya sobrevivido como testigo mudo de aquellos días grises e implacables.
* La fotografía pertenece a la web telecinco.es
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José María -
Magda -