CAMPANAS
Las hay de todas las formas, de todas las texturas, de todos los tamaños. Por metonimia se llaman también bronces. Pero lo que más llama la atención es su sonido singular, único, inconfundible. Tengo guardados en mi mente los sonidos de numerosas campanas, pero son las campanas de Aliaga, mi pueblo natal, las que llevo en el fondo de mi corazón.
Son varios los sonidos que desde hace décadas ondeaban en el aire del valle del Guadalope y llegaban a todos los rincones de la localidad. Distinguía especialmente el sonido solemne, pausado, profundo de la campana de la iglesia parroquial, del sonido cantarín, alegre, festivo, de la campana y el campanico de la ermita de la Virgen de la Zarza. Asociaba el sonido de las campanas a diversos acontecimientos, tanto festivos como luctuosos. Todavía recuerdo el toque de campanas cuando acababa de fallecer algún vecino del pueblo. Me estremecía al oír ese contrapunto de sonidos lentos que expresaban un contraste entre el agudo y el grave que despertaba la curiosidad de todos los vecinos en torno al nuevo difunto. En Semana Santa, enmudecían las campanas y daban paso a las matracas o a las carraclas. También sonaban las campanas de modo acelerado cuando había un incendio o una desgracia colectiva. Afortunadamente, eso no ha ocurrido demasiadas veces.
Las campanas marcaban también el paso de las horas. De madrugada, cuando había tan pocos relojes en las casas, el sonido de las campanas nos ayudaba a conocer la hora exacta e incluso las medias horas o los cuartos. Ahora ya casi no les prestamos atención. Además, la megafonía está supliendo muchas de las funciones de los antiguos campanarios. Eso sí, en Aliaga aún se mantiene la tradición de bandear - darle la vuelta entera a la campana - el día de San Juan Bautista, patrono de la parroquia. Antes lo hacían los quintos; ahora se reclama a voluntarios con fuerza y mucha maña.
En la literatura y en el cine las campanas siempre han tenido un protagonismo esencial. Basta recordar clásicos como La Regenta de "Clarín", Tristana de Galdós o la célebre obra de Hemingway, Por quién doblan las campanas. En Zaragoza hay un local que se llama la Campana de los Perdidos y en Velilla de Ebro una jugosa leyenda asociada a una campana. Pero dejo para otro día estas consideraciones literarias y artísticas.
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