HATAJOS
Cuando el verano agoniza lentamente y se adivina un incipiente y sereno otoño, las ovejas y los corderos ramonean por los campos yermos y por las riberas de los ríos sedientos en busca de su alimento cotidiano. Son los hatajos, esos pequeños rebaños de ovejas y cabras que esmaltan el campo y el monte de un color pardusco y de una tomalidad blanquiamarronada.
Siempre me ha gustado contemplar el regreso de los hatajos a sus rediles, corrales o cobertizos. Es una estampa muy machadiana, muy presente en Campos de Castilla. Son muchos los poetas y narradores que nos han acercado a este paisaje idílico, desde los escritores clásicos, pasando por el poeta toledano Garcilaso de la Vega.
Cada vez quedan menos hatajos por la geografía aragonesa. Los pastores se van jubilando y no encuentrarn un relevo generacional. En la sierra turolense todavía se pueden contemplar pequeños rebaños en los valles de La Val, del Alfambra o del Guadalope. En medio de la soledad del paisaje, resuenan tenuemente sus esquilas y acentúan como contraste un silencio de siglos.
Durante mi último viaje de regreso a Zaragoza, aún pude contemplar cuatro hatajos en una zona muy próxima a Aliaga. Parece un milagro comprobar cómo sobreviven a la sequía, al calor y a las inclemencias del tiempo. Estos animales son una metáfora del estoicismo y de una filosofía de la vida muy distinta al ajetreo y estrés de los que vivimos en las ciudades. Eso sí. Su vida se nos antoja muy rutinaria y con pocas expectativas. Todo tiene sus pros y sus contras. Como la vida misma.
Hoy les he comentado a mis alumnos la homofonía de la palabra hatajo. Ninguno ha sabido responder a la acepción de pequeño rebaño. Y muy pocos conocían la de camino que acorta y que suele presentar mayores dificultades. La Lengua y la vida. La Literatura y la vida. Y la lección filosófica de lo cotidiano.
0 comentarios