FUGACIDAD
La semana pasada, mientras noviembre se desvanecía entre la bruma gris y la brisa húmeda, escribí un poema en mi muro de facebook. En él intenté reflejar mi huida más o menos inconsciente de este mes anodino y decadente. Y ayer, en la columna semanal de Heraldo de Cristina Grande, citaba unos versos de esta composición para sumergirse en este final de mes lluvioso - el título de la columna es Paraguas - y amarillento. "También queríamos celebrar - dice Cristina - que dejábamos atrás el mes de noviembre, que no sólo desagrada a Susana Tamaro y a José María Ariño". Mi admiración y gratitud para este gran escritora.
También Federico García Lorca en su Romance de la guardia civil española, cita metafóricamente este mes asociado a los malos presagios y a la inminencia de la tragedia: "Los relojes se pararon / y el coñac de las botellas / se disfrazó de noviembre / para no infundir sospechas". El poeta granadino asocia el penúltimo mes del año con la mezcla agridulce del deseo de vivir y la inevitable fatalidad de la cercanía de la muerte.
Voy a plasmar el poema ahora que estamos ya en pleno mes de diciembre, a las puertas de la Navidad y en vísperas de unos días de descanso:
Caen las hojas silentes,
cadenciosas,
amarillas.
Y forman un tapiz bajo la lluvia
de este noviembre suave,
aserenado.
Así pasa la vida.
Y las horas, minutos
y segundos
se esfuman en silencio.
Y nos van despojando
de sueños de futuro,
de vanas esperanzas,
de caricias de luz,
de ensoñaciones.
Somos como ese árbol
casi desnudo ya
y estremecido
al borde del camino.
O encerrado tal vez
en un alcorque gris
de la ciudad desierta
al filo del ocaso.
Es tan breve el momento,
tan fugaz el instante
que nos obliga a ser,
a contratiempo,
lámpara que se extingue,
rosa que se marchita
y corazón que late
acelerado.
Huimos del otoño,
náufragos de la noche
sin un destino claro
bajo la lluvia gris
y acaso despertamos
en medio de un vaivén de caracolas,
acunados sin más
como esa hoja aleve
frágil
desnuda ya
hacia el ocaso.
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