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josemarco

CERVERA DEL RINCÓN

CERVERA DEL RINCÓN

     Cada mes de agosto aprovecho para acercarme a pueblos casi olvidados que conforman la geografía del Teruel profundo. Son enclaves solitarios, pintorescos, perdidos entre las montañas agrestes y los valles profundos. Uno de estos pueblos es Cervera del Rincón, situado al abrigo de una de las estribaciones de la sierra de San Just y envuelto en el silencio y la soledad, incluso en pleno verano.

     En invierno no llega a la veintena de habitantes, pero en verano los hijos del pueblo o sus descendientes vuelven unos días a la tierra que les vio nacer y recorren sus campos, ascienden a sus montañas o se acercan a lugares que ha mimado la naturaleza como Las Parras de Martín. Sus más de mil doscientos metros de altitud lo emparentan con localidades cercanas como Son del Puerto, Pancrudo, Rillo, Fuentes Calientes o Mezquita de Jarque. Pero Cervera es peculiar. Destaca su torreón medieval, sus peirones y el frontispicio de la iglesia de la Asunción.

    Para ir desde Aliaga a Cervera tomamos una pista forestal asfaltada que parte desde Mezquita de Jarque. A la izquierda dejamos el nacimiento del río La Val y a la derecha se asoma Son del Puerto, entre altivas rocas y oscuros pinares. Pero todavía hay que acercarse hasta las abandonadas minas de Rillo y dirigirse hacia Pancrudo, municipio al que pertenece Cervera. Todo han sido malabarismos para visitar a unos familiares que residen en Valencia y buscan en verano unas temperaturas suaves y una inusual tranquilidad.

    Ahora Cervera del Rincón ya no es un pueblo perdido al final de la carretera. Me comenta mi primo que han asfaltado la pista que se dirige a Las Parras de Martín y desde allí pueden acercarse a Utrillas para comprar o para pasar un día de ocio. Decidimos por eso regresar a Aliaga por Las Parras y, de paso, conocer un nuevo pueblo de la provincia. Un lugar casi desconocido para muchos aragoneses y muy valorado por la orografía que dibuja el cauce del río Martín: cascadas, cuevas y pozos imponentes. La ruta es difícil y complicada, pero el paisaje que observamos merece una nueva visita con más calma. Ya anochece cuando dejamos a la izquierda la factoría Casting Ross y llegamos a Utrillas. Ahora sólo nos queda una parada casi obligada: la fuente del vaso. Saboreamos el agua fresca y cristalina que baja de la sierra y llegamos a casa con una sensación agridulce. Dentro de pocos días estos pueblos volverán a quedarse casi vacíos: sin niños en las calles, sin chimeneas humeantes en invierno, sin un bar donde charlar o jugar la partida de guiñote.

1 comentario

Ignacio -

Gracias por acordarte de este pueblo que es el de mis abuelos, has hecho una descripción muy acertada, aprovecho para mandarte la nueva dirección de Terra, espero pasaras bien las fiestas de Aliaga