EL RASTRO DE LA PLAZA DE TOROS

La mañana dominical de este otoño disfrazado de primavera invita a muchas actividades al aire libre. Una de ellas es acercarse a los aledaños del Instituto Ramón y Cajal de Zaragoza - entre la calle Mayoral, la calle Pignatelli y la plaza del Portillo - y codearse con multitud de personas que visitan, ojean o manipulan objetos antiguos, artículos de segunda y tercera mano o sorprendentes y sospechosas antigüedades. Hace meses que no me acercaba a este recinto y hoy he ojeado libros a precio de saldo, he comprobado la multitud de objetos inservibles que se deshechan cada día y, al mismo tiempo, he acompañado a Javier a cambiar cromos de la liga 2006-2007.
Uno de los mejores escritores del siglo XX, Ramón Gómez de la Serna, escribió un excelente libro sobre el Rastro madrileño. Pero eran otros tiempos y otras antigüedades las que se podían contemplar en la Ribera de Curtidores. Ahora, con el cambio de los hábitos de consumo y con la progresiva desaparición de lo artesanal, cada vez son menos las antigüedades que merezcan la pena y cada vez son más los zarrios, es decir, los cacharros sin apenas valor, procedentes de subastas, de robos o de quién sabe dónde. Ya lo decía Patxi Andión en una famosa canción: "Lo que usted no quiera para el Rastro es". Y esa es la pura realidad.
De todos modos, este rastro zaragozano, que ha cambiado tantas veces de ubicación y que todavía lo quieren trasladar. (Nadie desea tenerlo cerca) sigue atrayendo a muchos ciudadanos durante las mañanas dominicales. La mayoría no compra nada pero, al menos, curiosea, saluda a algún conocido y se recrea en un ambiente más lúdico y pintoresco que de negocio o compraventa.
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zaforas -