EL COLOR DEL INVIERNO
Una tenue línea gris dibuja en el horizonte el perfil de una tarde apacible y fría de enero. La nieve no ha sido generosa en la provincia de Teruel. Casi no ha llegado ni a cuajar. Sólo, a lo lejos, las eminencias del Javalambre muestran orgullosas el tono blanquiverde de un invierno húmedo y prolongado. Avanzamos por la carretera hacia el puerto de El Esquinazo: soledad gris en los pueblos, soledad gris en los caminos solitarios, soledad gris en el cruce de Mezquita. El valle de La Val muestra sin recato algunos bancales recién labrados. Hay humedad en el ambiente. Hay soledad en los pueblos. Es el color de un invierno que se prolongará hasta bien entrado el mes de abril.
Ya en Aliaga, atravesamos el pueblo al filo de las tres y vemos a algunos conocidos que se dirigen con puntualidad al bar a jugar al guiñote . Casi sin detenernos, enfilamos la carretera hacia la Aldehuela y, al llegar a la masada del Río, - o a lo que queda de ella - tomamos un camino asfaltado para dirigirnos a la central de cogeneración de gas Neoelectra. Un perro ladrador nos aborda de inmediato. Comtemplamos la planta de la industria y tomamos algún apunte para realizar un trabajo. El río Guadalope se desliza limpio. No hay ningún indicio de contaminación, ni acústica, ni medioambiental. ¿Qué pretendía el Inaga? Nos tomamos un bocadillo a la orilla del río y regresamos sin pausa a Aliaga. El embalse de la Térrmica no está helado, simplemente sobrevive. La escombrera resiste el paso de los años y airea por doquier el gris negruzco de la contaminación. La temperatura ronda los cinco grados. El sol luce con timidez y apura sus últimos rayos. Se ven coches aparcados en la plaza. Damos una vuelta por la casa, por mi casa de toda la vida. Está vacía, fría, solitaria. Rezuma humedad por todas partes. Una humedad gris. Un color gris. El color del invierno.
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