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josemarco

MAESTRO DEL RELATO CORTO

MAESTRO DEL RELATO CORTO

     Siempre he admirado la obra del escritor, poeta y crítico estadounidense Edgar Allan Poe. No sólo me han atraído sus excelentes poemas, como El cuervo o Las campanas. He surcado también con interés sus páginas en prosa poética, teñidas de un tenue hilo de misterio y terror. Sus cuentos o relatos breves - como Los crímenes de la calle Morgue, El escarabajo de oro o La carta robada han despertado durante décadas el interés de millones de lectores. Porque Edgar Allan Poe supo renacer de sus cenizas y, a pesar de su vida turbulenta y efímera, - falleció a los 40 años - ha dejado un legado imborrable a todos aquellos que buscan en la literatura el suspense, la originalidad y el aliento de la prosa poética.

     Ayer tuve la oportunidad de asistir en FNAC de Zaragoza a la presentación de una nueva edición de "Cuentos Completos" de Poe, con motivo del bicentenario del escritor. Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, estuvo acompañado de los creadores aragoneses Manuel Vilas y Patricia Esteban, autores de sendos prólogos a dos cuentos de Poe. No pude quedarme a la mesa redonda posterior sobre "Poe en la literatura de terror actual". Me comenta un amigo que fue jugosa y muy participativa.

     Como homenaje a este genio del relato corto, plasmo un fragmento del texto  Silencio, que puede servir de contraste y de bálsamo para los que vivimos abocados al estrés, ruido y urbanismo incontrolado de la gran ciudad. Poe se revela como un maestro de la descripción en prosa poética.

" - Escúchame - dijo el demonio apoyando la mano en mi cabeza -; la región de que hablo es una sombría región de Libia a orillas del río Zaire. Y allí no hay ni calma ni silencio. Las aguas del río son de un tinte azafranado y enfermizo y no corren hacia el mar, sino que palpitan eternamente bajo la pupila roja del sol con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se extiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y dirigen hacia el cielo sus largos cuellos espectrales, mientras inclinan a uno y otro lado sus cabezas sempiternas. De ellos se levanta un rumor confuso que se parece al rugido de un torrente subterráneo. Y entre sí, suspiran. Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, densa, horrible selva. Allí, como las olas en torno a las Hébridas, la maleza está en perpetua agitación. Pero ningún viento agita el cielo. "

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