TIEMPO DE DESCANSO
La Semana Santa se ha convertido desde hace unas décadas en un tiempo de descanso, en un tiempo de evasión, en un tiempo de olvido. Descanso del estrés de la vida cotidiana, evasión del ajetreo continuo de la gran ciudad, olvido de los problemas, de las preocupaciones, de la ansiedad, de las pesadillas, del quiero y no puedo.
Aunque son pocos los días de descanso - para la mayoría un simple puente -, estas fechas siempre se han caracterizado por esa salida masiva - este año mermada por la crisis - hacia la playa, hacia la montaña o hacia el interior. Los que tenemos la suerte de disponer de una segunda residencia en el pueblo, nos damos una vuelta para comprobar cómo ha quedado la casa después del largo invierno, si hay agua corriente, si se ha averiado algún electrodoméstico o si la humedad ha atravesado paredes y tabiques. Es, en teoría, el inicio del buen tiempo. Por eso nos atrae durante estos días el verdor de los campos de cereal, las flores multicolores de los frutales y plantas aromáticas, la pequeña cascada de agua, el río humilde y rumoroso, el valle solitario, la montaña impasible, los amaneceres sin agobios, las interminables puestas de sol.
Tiempo de descanso, para el cuerpo y para la mente. Semana mágica para cargar pilas. Semana Santa para tantos creyentes y devotos. Desfile de procesiones por las calles de las principales ciudades. Mezcla de folklore y religiosidad. Sonido agridulce de los tambores. Marcha solemne y silenciosa de miles de cofrades. Crepúsculos de reflexión. Noches de diversión, de reencuentro, de vinos generosos, de cenas interminables. Semana Santa del siglo XXI. Semana Santa laica. Semana Santa respetuosa con todas las manifestaciones de la fe. Semana Santa sin más. Un paréntesis de respiro y sosiego para que no nos ahogue la rutina.
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