ADIÓS A UN GRAN NOVELISTA
A primeras horas de la mañana se ha agotado la vida de uno de los novelistas más representativos de la literatura española del siglo XX. Nos ha dejado, acompañado por sus seres queridos, Miguel Delibes, escritor vallisoletano que comenzó su andadura como redactor del periódico "El Norte de Castilla" y culminó su dilatada trayectoria creativa con una de sus mejores novelas, El hereje.
No es la primera vez que escribo en esta bitácora sobre el autor de Los santos inocentes. (Ya hablé de Miguel el 21 de mayo de 2007 y el 4 de noviembre de 2008). En mis últimos años de Bachillerato y en mi primera etapa de Magisterio descubrí a este escritor que me sedujo de inmediato por su ética y por su estética. Me atrajeron algunas de sus primeras novelas, como La sombra del ciprés es alargada, El camino, Las ratas o Diario de un cazador. Encontraba en su prosa algo distinto. Me identificaba con su valoración del mundo rural y me calaba hondo la caracterización de algunos de sus personajes, en especial los niños o los seres intrahistóricos olvidados en el anonimato. Más tarde continué con la lectura del resto de sus novelas - me quedan pocas por conocer - y me emocioné con Cinco horas con Mario, El disputado voto del señor Cayo, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje.
Tengo entre mis manos tres de sus primeras novelas. Una de ellas - Las ratas - dedicada por el propio autor en el Paraninfo de la Universidad Central de Barcelona. Con su dedicatoria - "Para José María, con mi afecto" - recuerdo hoy los momentos felices que me ha brindado la lectura de sus novelas, el léxico castizo que he ido asimilando, el talante vital que me ha transmitido, su preocupación por el planeta, su amor a la naturaleza, su concepción realista de la vida. Las novelas de Miguel Delibes son como un espejo que refleja gran parte de la vida española de la segunda mitad del siglo XX. Son un tesoro para los amantes de la buena prosa y para los que se dedican a fomentar la cultura.
Como homenaje a Miguel, voy a transcribir tres fragmentos de sus primeras novelas. Pueden ser representativos de su prosa ágil, coherente y preñada de honda sensibilidad.
Fragmento de La sombra del ciprés es alargada (Premio Nadal, 1947):
Por las contraventanas abiertas penetraba el alba; un alba triste y espantosamente anodina; un amanecer bajo de color, desmejorado, gris... Me poseía la impresión de estar viviendo unas horas ya vividas. Como si no recordase más que estos instantes de otra existencia anterior, diluida ya en la madeja del tiempo. Mis sentimientos estaban como adormilados. Tenía los ojos y el corazón atrozmente secos, como si alguien previamente me los hubiera estrujado hasta sacarles la última gota, de hiel o de sangre.
Fragmento de El camino (1950):
Le gustaba al Mochuelo sentir sobre sí la quietud serena y reposada del valle, contemplar el conglomerado de prados, divididos en parcelas, y salpicados de caseríos dispersos. Y, de vez en cuando, las manchas oscuras y espesas de los bosques de castaños o la tonalidad clara y mate de las aglomeraciones de eucaliptos. A lo lejos, por todas partes, las montañas, que, según la estación o el clima alteraban su contextura, pasando de una extraña ingravidez vegetal a una solidez densa, mineral y plomiza en los días oscuros.
Fragmento de Las ratas (1962):
Poco después de amanecer, el Nini se asomó a la boca de la cueva y contempló la nube de cuervos reunidos en consejo. Los tres chopos desmochados de la ribera cubiertos de pajarracos, parecían tres paraguas cerrados con las puntas hacia el cielo. Las tierras bajas de don Antero, el Poderoso, negreaban en la distancia como una extensa tizonera.
3 comentarios
Luis Antonio -
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Saludos cordiales.
filo -
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