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josemarco

EL FINAL DEL VERANO

EL FINAL DEL VERANO

     Si me preguntaran cuándo pienso que es el final del verano, no sabría dar con la respuesta más atinada. Confluyen tantas vivencias. Y tantas circunstancias. Y tantos recuerdos Y tanta incertidumbre ante el futuro...

     De todos modos, hoy, día 7 de septiembre, inicio de las fiestas patronales de mi pueblo - Aliaga -  suele ser para mí un momento culminante de ese momento efímero y fugaz que mantendrá durante cinco días la llama encendida del verano en este rincón encantador de la sierra turolense. Desde mi despacho de Zaragoza, a sólo hora y media de mi pueblo, pienso en el pregón de esta mañana con el que habrán empezado las fiestas, en las vaquillas de esta tarde en la soleada plaza de la iglesia y - en este momento - en el inicio de la ofrenda de flores en el Santuario de la Virgen de la Zarza.

     Pero mi mente viaja una vez más hacia el pasado y evoca brumosamente un verano de los años sesenta que quería prolongar a toda costa hasta el 10 de septiembre, último día de las fiestas. Para un niño de once años, que no había salido prácticamente de su pueblo, las fiestas de septiembre suponían el final de una etapa feliz y el inicio de otra mucho más incierta, gris y anodina. Por eso, cuando me propusieron irme a estudiar fuera a principios de septiembre, puse como única condición que se me permitiera disfrutar de las que quizás iban a ser mis últimas fiestas durante muchos años. Luego las volví a vivir como adulto. Pero ya no iba a ser lo mismo. La ilusión de un niño no se puede cambiar por nada. Y esa ilusión suponía soñar con los toros, con las orquestas que desfilaban por la calle mayor, con los bailes en las plazas o en la carretera delante de los bares, con los fuegos artificiales desde el puente de la Virgen, con el bullicio que recorría día y noche la espina dorsal de un pueblo minero.

      Ese fue mi final de verano. Y ese será seguramente estos días el final del verano para los que han dejado atrás los festejos del pueblo, el solaz de las playas o las aventuras por montes y veredas. Un final que todos intentaremos prolongar de uno u otro modo. Lo ideal sería que ese poso de la melancolía sea dulce y nos invite a soñar con días inolvidables. Eso sí, a pesar del paso del tiempo.

1 comentario

Luis Antonio -

Pues a mí el otoños me resulta muy seductor. Lo espero casi con impaciencia.

Un abrazo