A VISTA DE PÁJARO
Un paseo matinal por los alrededores de Aliaga lleva consigo el ascenso de alguna pequeña montaña y la contemplación del paisaje de este hermoso valle desde cualquier eminencia dentro del itinerario. La sierra tiene unas ventajas que el llano no nos ofrece. El ascenso rompe la monotonía del paisaje y nos ayuda a ver lo cotidiano de un modo distinto. Es como la vida misma.
Hoy me he dirigido hacia la carretera de Camarillas. Desde la Porra, he tomado un sendero pedregoso que va ascendiendo progresivamente hasta la carretera. Un atajo que ha sido utilizado durante muchos años por los caminantes y por las caballerías. A mitad del camino, el abrevadero que llegó a saciar la sed del ganado está casi seco y abandonado. La misma sequía que el río La Val. Hace muchos años que no veía el cauce de este río tan desolado. Al llegar a la carretera, compruebo que hay una máquina excavadora y que la están arreglando. Quieren añadir un carril más a este tramo que no se ha reparado nunca. Me sorprenden estas obras en tiempos de crisis. Casi no pasan coches. Parece una ruta desolada y fantasmal. Eso sí. La vista que contemplo desde un mirador del Parque Geológico es impresionante: Aliaga en el fondo del valle, con la torre de la iglesia y la hilera verde de chopos cabeceros; hacia el norte Hinojosa de Jarque y Jarque de la Val, que parecen un mismo pueblo; y, sobre todo, cerros, colinas, pequeños picos y los plegamientos que indican que hace miles de años esta zona estuvo bañada por las aguas de algún mar oculto.
Desciendo hacia el barrio de Santa Bárbara y me acerco a la partida de campos que bordean el río La Val. Compruebo con tristeza cómo la hierba va ganando terreno, los frutales pierden sus ramas, las paredes se desmoronan y las lindes desaparecen. El abandono y la soledad son el denominador común de unos campos que hace cuatro décadas producían todo tiempo de hortalizas y frutas de invierno. Al acercarme al cauce del río, compruebo de nuevo los devastadores efectos de la sequía. Cada vez se estrechan más sus márgenes y cada vez se parece más a una acequia. Sólo los chopos sobreviven a este deterioro del paisaje. A vista de pájaro se apreciaban mejor todos los detalles del valle, pero ya más cerca se pueden comprobar los efectos de los inviernos desolados y de la escasez de agua.
Me quedo con la sensación agridulce de lo que fue y con la incertidumbre de lo que serán estas sierras cada vez más agrestes y solitarias. Eso sí, lo pintoresco del paisaje gana terreno día tras día.
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