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josemarco

CAMPOS EN AGOSTO

CAMPOS EN AGOSTO

     Cuando llega el tercer fin de semana de agosto, el pueblo turolense de Campos - perteneciente al municipio de Aliaga - cambia de fisonomía y sus casas vuelven a acoger a tantos vecinos dispersos por Barcelona, Madrid, Zaragoza o Valencia. Da gusto contemplar la plaza llena de niños, jóvenes y mayores. Aunque sólo sea por unos días. Mientras se juega un consolidado campeonato de guiñote en una sala cultural ubicada en el edificio del antiguo ayuntamiento, los niños saltan en las colchonetas hinchables y los jóvenes bailan al compás de la música de una dico móvil. Eso sí, en la plaza ya no está el viejo olmo, símbolo ancestral de este pueblo. Un pueblo que en los años cincuenta llegó a superar los trescientos habitantes y ahora apenas llega a veinte. En las paredes de un cuidado salón-biblioteca observo fotos en blanco y negro de finales de los años cincuenta y primeros de los sesenta. En ellas aparecen niños de mi tiempo en edad escolar, jóvenes agricultores, escenas de diversión en las calles, ceremonias religiosas... Eran momentos importantes para este pueblo eminentemente agrícola y con una mina de carbón que tuvo vida efímera. A partir de los años sesenta, se comenzó a desangrar como tantos pueblos de su entorno. Sus habitantes tuvieron que emigrar para encontrar una salida laboral o profesional. Y las calles se llenaron de silencio y soledad. Un silencio que se rompe por unos días. Porque los vecinos de Campos aman su pueblo y tienen intención de mejorar sus servicios culturales y sociales.

    Ayer tarde pude comprobar de nuevo esta paradoja: ahora que los pueblos se quedan vacíos, se mejoran las infraestructuras y dotaciones. De todos modos, hay mucho camino por recorrer. Y en ello están los habitantes de este lugar encantador situado a casi mil trescientos metros de altitud.

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