INQUIETUD EN EL MUNDO RURAL
Resuenan en la capital más centralizada o centralista de Aragón los ecos del hombre del campo, de los habitantes de comarcas en declive como las Cuencas Mineras, de los olvidados invierno tras invierno, de esta España vacía que camina irremediablemente hacia la inanición. Los tractores surcan las calles de Zaragoza para pedir más ayudas, más consideración y más inversiones para los agricultores y ganaderos de nuestra comunidad. Una comunidad autónoma en la que, gracias a la factoría Opel - pue esperemos se mantenga muchos años - y a su privilegiada situación geográficas, goza de los privilegios de la industria. Pero lo que ocurre es que el valle del Ebro se lleva la palma y para las demás comarcas quedan las migajas.
Basta viajar cualquier fin de semana a unos de estos pueblos que rondan o apenas superan los cien habitantes en invierno para darse cuenta de que el fantasma de la soledad avanza día tras día, de que las calles están vacías y las casas totalmente cerradas, de que la ausencia de vecinos, cada vez más envejecidos, sume a estos lugares en la más absoluta tristeza. Sin embargo, algunos aún se salvan de la quema - al menos de momento -. Así en Aliaga todavía disponemos de un supermercado, de un centro médico comarcal y de una pequeña industria. pero eso no es suficiente. Ni mucho menos. Hace unos meses cerró la gasolinera y también cesó en su actividad el hotel de montaña del Molino. Son duros golpes para una población que tuvo tanta vida y actividad a mediados del siglo pasado.
El único consuelo que nos queda es que el turismo siga en alza y que las iniciativas privadas para invertir en la zona sigan adelante. De momento, me alegró contemplar un grupo de niños jugando en la escuela del puablo. Muy pocos, pero suficientes para mantener un pequeño resquicio de esperanza para el futuro del medio rural aragonés.
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