Blogia
josemarco

VIAJES

UN LUGAR SUBLIME

UN LUGAR SUBLIME

     Una de las rutas más interesantes y uno de los lugares naturales mejor conservados de Aliaga es la que termina en Valloré-Boca Infierno. Aunque se puede realizar en coche o en bicicleta de montaña, lo mejor es ir a pie y recorrer esos doce kilómetros que separan el municipio de este pintoresco rincón bañado por las aguas del Guadalope.

    Salimos de Aliaga a las ocho de la mañana y en menos de media hora atravesamos el barrio de la Aldehuela y dejamos a nuestra derecha la antigua central térmica - un macabro gigante del hollín - y el embalse cada vez más anegado. Por la escombrera - ¡qué pena la dejadez de los responsables de estos residuos! - descendemos a la altura de la abandonada y semiderruida masada del Río para iniciar un recorrido llano por un camino asfaltado que conduce a la planta de cogeneración Neoelectra. Nos sorprende el ruido de esta factoría que, al parecer, ha ahuyentado a los numerosos buitres que habitaban cerca. Continuamos nuestra ruta dejando a nuestra izquierda la masada de la Puente, también abandonada, y poco después comienza un sendero que nos acerca a un estrecho del Guadalope, flanqueado por impresionantes paredes de piedra y coronado por un bosque de pinos bien conservados. No ocurre lo mismo a nuestra izquierda donde todavía se advierten las cicatrices del pavoroso incendio del verano de 2009.

    Pero lo mejor está por llegar. Hay que cruzar el río dos veces para acercarse al estrechamiento del cauce - como vemos en la fotografía - que nos obliga a cruzarlo a nado si queremos continuar nuestra caminata hacia Montoro de Mezquita. Pero como se nos echa el tiempo encima y hemos de regresar antes de que apriete el calor, decidimos dejarlo para otra ocasión. Eso sí, nos detenemos a contemplar este impresionante maridaje entre las rocas y el agua. Un lugar sublime, silencioso, de una solemnidad difícil de explicar. Hay que vivirlo. Por eso lo aconsejo a los que visiten Aliaga y sepan valorar uno de sus mejores parajes naturales.

POR JARQUE DE LA VAL

POR JARQUE DE LA VAL

     Hoy he realizado mi primera ruta ciclista veraniega. Como aperitivo he elegido la más asequible, desde Aliaga hasta Mezquita. Una carretera tranquila, sinuosa y bien señalizada.  Es predominantemente llana, con pequeños repechos y discurre por la margen izquierda del río de La Val. Se pasa por el barrio de Santa Bárbara, por Cobatillas, por Hinojosa de Jarque, por Jarque de la Val y por Cuevas de Almudén. En Mezquita de Jarque, parada obligada en la fuente de la entrada el El pueblo y pequeño descanso.

    De regreso, me detengo en la fuente de cuatro caños de Jarque de la Val, que podéis ver en la fotografía. Un pequeño pilón construido en 1971 y que, según me ha dicho una vecian, recoge las aguas de un antiguo y bien valorado manantial. Jarque se despierta tranquilo en esta mañana soleada de la virgen del Carmen y exhibe sus huertas y sus calles limpias y arregladas. Destaca sobre todo la Casa Consistorial, declarada Bien de Interés Cultural y la iglesia de la Asunción, cuya torre fue restaurada en el 2008.

    La fotografía adjunta está hecha debajo de una morera y al lado del lavadero municipal, todavía en uso y en un buen estado de conservación. Pronto llegarán las fiestas de San Roque y de la Asunción. De momento, el pueblo se anima los fines de semana. Durante el año la asociación cultural El Torrejón organiza otros eventos y mantiene viva la llama cultural y recreativa.

ESCAPADAS

ESCAPADAS

     Ha quedado atrás el turbulento, extraño y paradójico mes de febrero. Lo abandonas con alivio, como quien quiere emprender un nuevo viaje hacia la vida, hacia el renacer, hacia la primavera. Es verdad que el invierno todavía persiste, pero los signos de la nueva estación son ya evidentes: naturaleza exuberante, campos de cereal reverdecidos, ríos con un caudal copioso y luz crepuscular.

     Para disfrutar del paisaje, de la luz, de otros horizontes más abiertos que el cemento y el asfalto cotidiano, lo mejor es emprender una escapada aprovechando el día festivo entre semana. Esta vez la ruta elegida no ha sido el Pirineo, sino la comarca de las Cuencas Mineras, que todavía conserva retazos blanquinosos de la reciente nevada que ha llenado de esperanza a los agricultores y ganaderos. El destino elegido es Aliaga, tu pueblo de toda la vida. Pero intentas aprovechar del paisaje que flanquea esta ruta de hora y media: campos de Belchite con sus olivos centenarios, hondonada fecunda de Muniesa, pintoresquismo de Hoz de la Vieja, vega fecunda del río Martín, desolación ante la vista de la central de Escucha, campos teñidos de blanco en Valdeconejos y el encanto de la Val, con sus pequeños pueblos y sus huertas y bancales.

     Una vez en Aliaga, disfrutas de su paisaje familiar, siempre nuevo y sorprendente. Y contemplas y recorres toda la geografía de tu infancia, inundada de recuerdos y colmada de nostalgia: el castillo, la porra, el calvario, las calles empinadas, las casas solitarias, la ermita, el cementerio, el merendero y el río. Un Guadalope resucitado - como se observa en la foto -, vital, arrollador, intrépido. Ha dejado de ser el cauce desolado del pasado verano y se enriquece de un deshielo acelerado que se ha llevado por delante el encanto romántico del paisaje nevado.  En cambio, todo es agua, vida, oro para los campos y para los pantanos del Bajo Aragón.

    Ha sido sólo una breve y fugaz escapada. Y regresas a la ciudad con el ánimo templado, con la ilusión renovada y con un pequeño poso de nostalgia al abandonar estos núcleos rurales cada vez más solitarios y despoblados.

VIAJES

VIAJES

     Viajar es abandonar por unas horas lo cotidiano, es iniciar una nueva aventura, es una oportunidad de disfrutar del paisaje, de embeberse de nuevas perspectivas, de intentar tocar el techo de los sueños.

     Hoy nos hemos acercado a uno de los valles más agrestes, solitarios y encantadores del Pirineo aragonés: al valle de Zuriza. Eso sí, después de una visita obligada a Ansó - todo historia y arte - y al imponente monasterio de Nuestra Señora de Siresa. La sinuosa carretera que surca el valle de Zuriza, dejando a la izquierda el río Veral, estaba flanqueada por gran cantidad de nieve. Su espesor iba en aumento a medida que nos adentrábamos en el valle. Tanto es así que hemos tenido que regresar antes de lo previsto. Hemos regresado inundados del blanco de la nieve, de la altivez de las hayas desnudas, del verde infinito de pinos enhiestos y desafiantes, de la sublime severidad de las rocas, del murmullo cantarín de un río que  promete una fecunda primavera.

     Porque, como decía Antonio Machado, hay de disfrutar del recorrido, mirar hacia el horizonte de los sueños, atisbar la luz crepuscular, embeberse del cielo azul y de la tierra amarronada. Por eso hemos hecho una parada en la histórica Ayerbe, con su espectacular torre del reloj y su recoleta plaza dedicada a Ramón y Cajal. Y hemos dejado a la izquierda los imponentes mallos de Riglos, esas eminencias ocres que tanto sedujeron a los viajeros románticos José María Quadrado y Francisco Javier Parcerisa.

     Viajar, surcar el paisaje, adentrarse en caminos sinuosos y poco transitados, contemplar la franja de los Pirineos, borracha de nieve, ascender y descender por los puertos olvidados, evocar otros viajes, otras rutas, otros encuentros. Y soñar con la cercana primavera, cuando las cascadas canten al unísono y reviva la vida aún adormecida.

    (FOTOGRAFÍA: Entrada de las escuelas de Ansó) 

 

UNA ETAPA CLÁSICA

UNA ETAPA CLÁSICA

     Son muchos los itinerarios que se pueden realizar en bicicleta partiendo de Aliaga. Uno puede dirigirse hacia el sur, en dirección a Teruel y llegar hasta Mezquita. A partir de allí surgen un montón de posibilidades: o subir el puerto del Esquinazo (1381 metros) o dirigirse hacia Utrillas y Montalbán, o tomar el camino rural en dirección a Son del Puerto y Rillo. Otra opción es dirigirse hacia el noreste y coronar el puerto de Majalinos (1450 metros) e incluso descender hasta Ejulve, pueblo encantador y nuevo cruce de caminos. Todavía quedan dos opciones más: una de ellas es la que he elegido esta mañana. También en dirección sur, pero hacia la sierra de Teruel, hacia Camarillas. Lo peor de esta etapa clásica de cada mes de agosto son los tres primeros kilómetros de ascenso. Las piernas todavía están un poco entumecidas y el cuerpo aún no se ha adaptado al ritmo del pedaleo. Por eso esta mañana ha tenido que levantarme varias veces del sillín para salvar sin mucho agobio esa primera pendiente. Lo mejor de la subida es la contemplación desde lo alto del barrio de Santa Bárbara y la caricia de la tímida brisa de la mañana.

     Han sido dos horas y media de pedaleo. Aunque quedaba toda la etapa - poco más de 50 kilómetros - moralmente estaba culminada. El resto del itinerario es más llevadero con dos pendientes progresivas entre Camarillas y el cruce de Galve. El Santuario de la Virgen del Campo (en la fotograría) es lo más llamativo de esta ruta desde el punto de vista artístico e histórico. Luego, la contemplación de un paisaje típico de esta zona - colinas suaves reverdecidas, campos amarillos recién cosechados, masadas, granjas y algún abrevadero para el rebaño - ha hecho más llevadera una etapa que volverá a pasar por el puerto del Esquinazo y dejará a la derecha el cauce estival del río de La Val con su cortejo de pueblos y su perfil inconfundible.

     Para el viernes, queda la última alternativa, también en dirección sur, aunque más hacia el este. La carretera que lleva a Miravete de la Sierra y a Villarroya de los Pinares, que surca un valle encantador, el valle del río Miravete - luego Guadalope - y la ascensión al puerto de Sollavientos (1504 metros) para descender luego hacia Allepuz, Jorcas, Aguilar de Alfambra y Camarillas. Una buena etapa para culminar estas rutas de verano. Son itinerarios asequibles para los amantes del deporte de las cos ruedas. Eso sí, hay que programar las etapas de modo progresivo y, si es posible, descansar al día siguiente. La alternancia es buena. Al menos, eso opinan los entendidos en la materia.

RUTA DE CONTRASTES

RUTA DE CONTRASTES

     Mientras se despereza el día, subes en la bicicleta de montaña y tomas la carretera de Aliaga en dirección a Ejulve. Sabes de antemano que el itinerario de hoy va a ser una ruta de contrastes. Contrastes de temperatura, contrastes de desniveles y, sobre todo, contrastes paisajísticos.

     Hoy tienes como meta llegar a Cirugeda, un lugar encantador, que desde hace unos años pertenece al ayuntamiento de Aliaga. Cruzas la Aldehuela y dejas a la derecha el pantano - o lo poco que queda de él - y la estructura esquelética de la central térmica, clausurada ya hace treinta años. Después de una pequeña subida, el paisaje cambia radicalmente y, aunque a lo lejos ya se adivinan las huellas del pavoroso incendio de julio de 2009, todavía vas a poder disfrutar de unos kilómetros de carretera orlados de pinos lozanos, de enebros enhiestos y de seductoras sabinas. Pero poco a poco, a medida que te acercas a las inmediaciones de La Muela, el contraste es evidente, casi brutal. Avistas lo que parecía un sueño y es todavía una amarga realidad: pinos ennegrecidos, paisaje desolado, campos sin cultivar y una sensación casi inexplicable de vacío.

     No continúas hacia La Cañadilla ni hacia Ejulve. Tomas la carretera que te encamina a Cirugeda. Afortunadamente son casi cinco kilómetros salvados de la quema y que mantienen todavía sus señas de identidad. La vegetación no es muy tupida, pero el paisaje vuelve a ser atractivo, encantador. Prefieres no volver la vista atrás hasta que regreses media hora después y vuelvas a contemplar el brutal contraste - como se observa en la fotografía. Mientras tanto, desciendes hacia ese lugar idílico, que prepara sus fiestas patronales de la virgen de la Asunción y que presume de su fuente de cuatro caños con un agua cristalina y de rincones reservados al que busca el silencio y la soledad.

     El contraste se agudiza durante el camino de regreso. Las piernas comienzan a agarrotarse y un solo inclemente parece que presagia una posible tormenta vespertina. Ha sido, de todos modos, una ruta interesante, con el recuerdo agridulce del incendio y la esperanza de que en unos años la incipiente hierba se vea acompañada de pequeños retoños de pinos, enebros y sabinas.

CAMINALIAGA

CAMINALIAGA

      Poco después del mediodía llegaban al pabellón polivalente de Aliaga (Teruel) los que encabezaban la ruta senderista de 28 kilómetros que este año ha alcanzado ya su quinta edición y que se está consolidando como una de las preferidas en el calendario de rutas aragonesas.

      Con una camiseta de color negro en la que lucía estampado el lema Caminaliaga, los casi doscientos participantes en esta V Ruta Senderista Villa de Aliaga han compartido unas horas de comida y de sobremesa después del esfuerzo realizado durante una jornada que comenzaba hacia las siete y media de la mañana y terminaba hacia las dos de la tarde.

       El camino de Aliaga a Miravete ha estado muy bien diseñado y señalizado por la organización del evento. Desde la ermita de la Virgen de la Zarza se asciende por la carretera que conduce a Pitarque, pero muy pronto se desvía a la derecha por sendas esmaltadas de hierbas y arbustos hasta llegar a un alto desde el que se contemplan algunas masadas, campos de cultivo y praderas con vacas pastando. Los avituallamientos ayudan a reponer fuerzas a senderistas de todas las edades y de las más diversas procedencias. Grupos de caminantes siguen una ruta que, después de salvar un pintoresco estrecho, se aproxima poco a poco a Miravete. Son los últimos kilómetros los más agradables para la vista. Y esto sirve, en cierto modo, para aliviar el cansancio y las diversas molestias. Ya cerca de la meta, se divisa la inconfundible torre de la iglesia de este pequeño pueblo  del que dicen que "nunca pasa nada". Un pueblo encantador, un lugar paradisíaco. En la plaza porticada aneja a la iglesia se comparte un reconfortante tentempié y los más valientes emprenden en seguida el regreso a Aliaga para completar esta ruta y sellarla en su libreta de senderistas. Una agenda que van rellenando a lo largo del año y que en verano presenta las rutas más importantes.

      Un día para el recuerdo. Una jornada de convivencia, de amistad y de conocimiento de un entorno paisajístico privilegiado que tenemos que conservar para futuras generaciones. Caminaliaga es un lema lleno de sugerencias y cargado de connotaciones. Un lema que no quedará en el olvido.

     

 

HACIA EL PUERTO DE MAJALINOS

HACIA EL PUERTO DE MAJALINOS

     No había estado todavía en el puerto de Majalinos desde el pavoroso incendio que asoló esta hermosa zona de Teruel hace poco más de un año. En poco menos de hora y media hemos recorrido en bicicleta los veinte kilómetros que separan este puerto de Aliaga. Ha sido un recorrido por una carretera sinuosa y empinada. Ha sido un trayecto que no me ha dejado indiferente. Nos hemos detenido varias veces en algunos recodos del camino. No hemos podido evitar la contemplación de la Muela Cerra, despojada de vegetación, casi huérfana de vida. Eso sí, cubierta de una fina capa de hierba y coronada por algunos pinos que, casi milagrosamente, se salvaron de las llamas de aquellos días de julio de 2009.

     Tenía muchas ganas de llegar a La Cañadilla - barrio pedáneo de Aliaga - y contemplar cómo están después de un año las casas, los cultivos, las huertas, los bancales, los pequeños pinares. Y, como soy optimista por naturaleza, he respirado con alivio cuando he avistado un pequeño núcleo rural pintoresco. Como se observa en la fotografía, La Cañadilla parece que quiere renacer de sus cenizas, de días de desolación, de noches interminables. Curiosamente, en el camino hacia el último recodo que culmina en el puerto de Majalinos, hemos observado que los pinos que se salvaron de la quema son los que están más cerca de núcleos habitados, de campos de cultivo, de pequeños corrales.

     Pero lo más crudo, lo más desolador, es el último kilómetro de ascenso al puerto. Aunque ha desaparecido la ceniza y el olor a quemado, quedan todavía los esqueletos de los pinos, los restos de las sabinas calcinadas, las huellas de los enebros. Todo quedó arrasado. Hay mucha tarea pendiente para el futuro. Me ha sorprendido que ni siquiera hayan cambiado las señales de tráfico. Desde más de mil cuatrocientos metros se puede contemplar Ejulve, la Zoma y gran parte del valle que llega hasta la Venta de La Pintada. Se ven algunos brotes verdes pero eo paisaje, como un ave fénix, tardará aún unos años en recobrar un aspecto aceptable. Afortunadamente, hemos pasado de la desolación a la tristeza. Eso sí, con un pequeño y silencioso alivio.

POR LA SIERRA DE ALBARRACÍN (2)

POR LA SIERRA DE ALBARRACÍN (2)

      Nuestro recorrido de ayer por la Sierra de Albarracín culminó de la mejor manera posible: visitando esta ciudad medieval que, sin lugar a dudas, es una de las más pintorescas de España. Esta ciudad turolense, Monumento Nacional desde 1961, recibe al viajero con su silueta inconfundible, a orillas del río Guadalaviar y flanqueada por el imponente cinto de murallas que culminan en el castillo del Andador.

     Pasear por las calles empinadas de Albarracín, observar con detención cada rincón, cada casa, cada escudo, cada blasón, cada reja, cada visillo, cada llamador, es recrearse con el arte medieval en su estado más puro. Porque en Albarracín reina el color rojizo, ese ocre del yeso que, en contraste con el amarronado de la madera, colma los sentidos por su originalidad y sencillez. Porque Albarracín, aunque tiene sus  principales atractivos monumentales - La Catedral, el Palacio Episcopal, la iglesia de Santa María, la Plaza Mayor,... - hay que afirmar que el monumento principal de Albarracín es la ciudad misma, con su sabor popular y aristocrático.

     He visitado varias veces esta ciudad. Y tengo que reconocer que, cuanto más la visito, más me encanta. Parece una novia que se engalana día tras día para despertar la admiración de los miles de turistas que recorren cada año sus empinadas y sinuosas callejuelas.  De todos modos, me gusta acercarme a Albarracín desde los Montes Universales, siguiendo el cauce del río Guadalaviar. Porque esta ciudad, además de su reclamo artístico, está enclavada en un privilegiado paraje natural. Vale la pena caminar un poco por sus alrededores para comprobarlo. La naturaleza ha sido generosa con esta sierra y el paisaje pintoresco y sublime ha despertado la admiración de muchos viajeros y artistas.

     Quiero plasmar lo que escribí en mi tesis doctoral - Recuerdos y Bellezas de España. Ideología y Estética (2005)- sobre esta ciudad y su entorno natural:

     En las cercanías de Albarracín, la impetuosa corriente del agua vuelve a cobrar protagonismo, deslizándose violentamente y atravesando un valle inhóspito y salvaje. La ausencia de vegetación incrementa el protagonismo de las rocas que, al igual que en el Monasterio de San Juan de la Peña o en la montaña de Montserrat, se suspenden amenazantes:

     "Atravesada bien pronto la población en incesante subida, sálese de ella por otra puerta que flanquean dos gruesas torres, y aparecen en sinuoso giro los barrancos por cuyo fondo se derrama el Guadalaviar mugiente y verdinegro. Baja el río de la empinada sierra por entre pardas moles de desnuda roca, cuyos angulosos cortes y pliegues que las jaspean revelan allí vastas canteras no explotables todavía: ninguna vegetación reviste aquellas colinas volcanizadas, templando la desolación solemne del paisaje: y el que remonta la corriente por el sendero abierto en la orilla, ve con espanto las peñas desgajadas amenazando su cabeza". (Recuerdos y Bellezas de España, Volumen de Aragón, José María Quadrado en 1844).

 

POR LA SIERRA DE ALBARRACÍN (1)

POR LA SIERRA DE ALBARRACÍN (1)

     La provincia de Teruel, esa eterna desconocida, reserva siempre al viajero una sorpresa paisajística y medioambiental. Hoy nos hemos dirigido desde Zaragoza hasta Orihuela del Tremedal, en plena Sierra de Albarracín y en plenos Montes Universales. Desde la capital aragonesa tomamos la autovía mudéjar - eso sí, con el depósito de gasolina bien lleno por si acaso - y nos dirigimos a la salida de Santa Eulalia del Campo, (hay otra Santa Eulalia del Gállego en Huesca). Tomamos una sinuosa y cuidada carretera autonómica y nos dirigimos a este pueblo cuyas casas aparecen arracimadas en torno a la esbelta torre de la Iglesia dedicada a San Millán de la Cogolla, al que el poeta medieval Gonzalo de Berceo dedicó unos sentidos versos. Pero nuestra meta está un poco más allá, en plena sierra, en el reino de los pinares del rodeno, en el reino del verde.

     El paraje al que nos dirigimos se halla a una altura de 1650 metros, en la misma carretera de Albarracín. Es una instalación para campamentos de verano, propiedad de la Diputación General de Aragón. El lugar no puede ser más acogedor. Está alfombrado por una hierba esponjosa y dominado por unos pinos esbeltos que nos regalan una sombra matinal. Como se puede observar en la fotografía, sólo algunos pabellones revelan que el lugar está reservado para que durante los meses de verano, niños y adolescentes disfruten del aire libre y se alejen por unos días de las servidumbres de la ciudad. Hoy el lugar estaba especialmente húmedo y se notaba la huella de las lluvias recientes. Numerosos riachuelos surcaban las torrenteras y diversas especies de setas y hongos asomaban entre el musgo y los pequeños arbustos. Toda una sinfonía de colores, de murmullos, de luces y de sombras. Es el reino del rodeno, el reino de lo verde, salpicado del rojo amarronado de los pinos y del ocre de las piedras de unas montañas silenciosas y espectrales.

UNA VIDA EN LIBERTAD

UNA VIDA EN LIBERTAD

     Hace una semana tuve la oportunidad de conocer uno de los pueblos más pintorescos de la comarca del Baix Camp de Tarragona. A poco más de treinta kilómetros de Reus se encuentran una serie de núcleos rurales semiabandonados en torno al pequeño municipio de Mont-ral. Uno de ellos es L’Aixavega. En este pequeño pueblo - más bien aldea - viven permanentemente cuatro personas y muchos, muchos gatos. Llama la atención al entrar en el pueblo el recibimiento que te brindan estos animales, que disfrutan de una vida al aire libre, una vida en libertad, siempre muy bien atendidos por sus dueños.

     Desde pequeño siempre hemos tenido gatos en mi casa de Aliaga. Recuerdo dos de ellos a los que cogí mucho cariño. Los bauticé como Novelas - pelo de color gris-blanquecino y aspecto soñador - y Frasquín - pelirrojo, más agresivo y más rebelde. Esta misma mañana he contemplado dos gatos en los jardines del instituto. Estaban tumbados a la sombra del vivero, huyendo del calor asfixiante del mediodía y recreándose en su innegociable libertad. En L’Aixavega los casi treinta gatos que conviven en la casa acuden puntualmente a sus dos comidas diarias, disfrutan del aire libre y reciben agradecidos el cariño de las personas que los visitan.

   Individualistas, territoriales, dormilones, mimosos, atléticos, ágiles, egoístas, misteriosos, perceptivos, los gatos han sido y siguen siendo la fuente de inspiración de muchos escritores que, valiéndose de ellos, consiguen transmitir a la literatura intriga, misterio y suspense. El poeta, ensayista y escritor argentino Jorge Luis Borges compartió su vida con dos gatos y les dedicó este poema:

 

A un gato:


No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

(Fotografía: gatos en la galería de la casa de L’Aixavega)

CAMPAMENTOS DE VERANO

CAMPAMENTOS DE VERANO

    Hay muchas maneras de romper la rutina de este casi tórrido verano. Una de ellas es desplazarse al Pirineo, plantar la tienda de campaña y disfrutar durante unos días del aire libre y de la naturaleza más savaje.

     Javier inició esta aventura el año pasado. Después de cuatro años consecutivos en el campus de fútbol de Villanúa, decidió cambiar de actividad y enrolarse en un campamento que ofrece actividades de todo tipo: desde barranquismo hasta las más inesperadas travesías de montaña.

     El lugar elegido por la organización ALTABÁN es el valle de Pineta, un enclave excepcional del Pirineo aragonés,muy cerca del Monte Perdido y del circo de Marboré. Desde ese lugar realizarán excursiones a Aínsa, a Bielsa y al cercano y casi idílico valle de Gistaín. Es una buena alternativa a la rutina estival de la gran ciudad, a la masificación de las playas, al poco creativo ir y venir a la piscina más cercana.

      La montaña es un regalo para los sentidos, un reto para los amantes de la aventura y un oasis de paz en estos tiempos de contaminación acústica y ambiental. Por eso, la labor de tantos jóvenes monitores y de tantos promotores de campamentos de verano para jóvenes y adolescentes es digna de elogio y admiración.

EN EL CASTILLO-PALACIO REAL DE OLITE

EN EL CASTILLO-PALACIO REAL DE OLITE

     Uno de los lugares más emblemáticos de la historia, la cultura y el arte de la Comunidad Foral de Navarra es, sin lugar a dudas, el Castillo-Palacio Real de Olite. Este enclave - considerado Monumento Histórico-Artístico desde 1925 - merece una visita sosegada y dilatada.

     El viernes por la tarde, después de una breve estancia en Carcastillo, donde aprovechamos para comer en un acogedor restaurante y tras acercarnos al monasterio cisterciense dedicado a Santa María de la Oliva, llegamos a Olite para culminar una jornada dedicada a la cultura, al arte y a la naturaleza. La ciudad de Olite, la auténtica ciudad, está detrás de la parte amurallada que todavía se conserva. Después de atravesar una calle estrecha y sinuosa, con ecos medievales, divisamos el castillo-palacio, esa joya de los castillos europeos, ese regaló que nos dejó Carlos III, el Noble, a finales del siglo XIV. Han pasado 600 años y, gracias al cuidado y restauración de sus torres y dependencias, el castillo se muestra en todo su esplendor. Visto desde el aire parece un bosque de torres, cada una con su propia fisonomía y originalidad.

     Durante casi dos horas recorremos las dependencias del castillo-palacio, subimos y bajamos por las casi interminables escaleras de caracol de piedra y, sobre todo, contemplamos desde estas privilegiadas atalayas - especialmente desde la Torre del Homenaje - la ciudad de Olite, su entorno, su campiña, su dilatado horizonte verdeamarillo. Es como si regresáramos a la  Baja Edad Media, a esa época feudal en la que comienzan a florecer las ciudades, en la que los nobles se disputan el poder y la riqueza con la monarquía, en la que la vida giraba en torno a estos casi desmesurados monumentos.

     Todavía falta mucho por restaurar. Lástima no queden más restos de la fortaleza primitiva. Las guerras y saqueos han acabado con gran parte de esta riqueza arquitectónica. De todos modos, nos vamos con buen sabor de boca y con el deseo de volver para visitar con más calma otros edificios de esta maravillosa ciudad, como la iglesia de Santa María. 

POR LA RUTA DE LOS MONASTERIOS

POR LA RUTA DE LOS MONASTERIOS

     Navarra forma parte del Camino de Santiago. Por ello está salpicada de monasterios y de iglesias medievales. Uno de los más antiguos es el monasterio de Leyre, situado al pie de esta sierra y muy cerca del impresionante embalse de Yesa. Este cenobio es de los más antiguos de Navarra, ya que se remonta a tiempos de los godos. La historia del monasterio de San Salvador - su nombre primitivo - está ligada a la del reino de Navarra y en su cripta se encuentra el panteón real.

     Accedemos al monasterio por una carretera empinada, estrecha y sinuosa. Antes de visitar su interior, contemplamos la excelente panorámica del pantano de Yesa y de la sierra que cobija al edificio. La hostería está abierta para visitantes y peregrinos y en esta fría mañana se celebra una boda en la iglesia del monasterio. Los benedictinos le han vuelto a dar vida desde mediados del siglo XX. Hoy es un lugar agradable y acogedor, especialmente en los meses más apacibles.

     De regreso a Zaragoza, y antes de detenernos en Olite, nos acercamos al monasterio de la Oliva - que curiosamente da nombre a la calle zaragozana donde vivimos -. Es un edificio impresionante - como se observa en la fotografía -, acogedor y muy bien situado estratégicamente. Está dedicado a Santa María de la Oliva y es uno de los mejores ejemplos de arquitectura cisterciense. Me ha impresionado el interior de la iglesia, que me recuerda a la de Veruela y, sobre todo, el bellísimo claustro gótico del siglo XIV. Numerosos visitantes acceden al recinto y algunos de ellos pernoctan en la hospedería que, con tanto acierto, dirige una comunidad de monjes benedictinos.

VISITA AL CASTILLO DE JAVIER

VISITA AL CASTILLO DE JAVIER

     En un pequeño valle, no lejos de las montañas que custodian el monasterio de Leyre, y a ocho kilómetros de Sangüesa, se encuentra el castillo de Javier. Pocos conocen que esta fortaleza nació como torre de señales y vigilancia entre los siglos X y XI. La mayoría de los visitantes, especialmente los que son de fuera de Navarra, asocian el castillo a San Francisco Javier, que nació en este municipio en 1506 y destacó durante este siglo por su labor evangelizadora en África y en Asia. Los jesuitas siguen cuidando este recinto, que es visitado anualmente por miles de peregrinos.

     Hace más de dos décadas participé en la popular Javierada. Fue un fin de semana de marzo duro y austero. Además, la meteorología complicó ese recorrido a pie desde Pamplona a Sangüesa y, al día siguiente, desde Sangüesa a Javier. Ayer hicimos el recorrido en coche. Después de visitar Sos del Rey Católico, abandonamos las tierras aragonesas para adentrarnos en la Comunidad Foral de Navarra. Nos acompañó un campo sorprendentemente tapizado de verde y un cielo azul teñido de pequeñas nubes grises. Javier quería conocer el lugar del que recibe el nombre. Es curioso comprobar que hay una pequeña metonimia: a los niños no se les llama Francisco Javier - salvo contadas excepciones - sino Javier.

     Fue una visita corta, porque el día nos iba a deparar otras sorpresas. Contemplamos de lejos la silueta del castillo y bajamos hacia la basílica, de evidente estilo neoclásico.  Lo más significativo de la capilla es la imagen de nogal del Santo Cristo del siglo XIV. Lo demás está en consonancia con la devoción y la fe de cada uno. Ayer recordaba muy poco de mi primera Javierada. Mi visita tuvo más un motivo artístico y sentimental. Javier fotografió el castillo como recuerdo de su primera instancia en el castillo que da nombre a tantos miles de españoles.

POR LA COMARCA DE LAS CINCO VILLAS

POR LA COMARCA DE LAS CINCO VILLAS

     No es la primera vez que recorro de sur a norte esta comarca zaragozana. Hoy he abandonado el asfalto y el cemento de la gran ciudad para disfrutar del marrón piedra de algunos monumentos medievales, caminar por calles empedradas y empinadas y embeberme del verde primaveral de los campos de cereal o de los chopos ribereños.

     La primera etapa de la ruta de hoy ha sido la histórica y monumental Sos del Rey Católico. Esta villa, situada al noroeste de la provincia de Zaragoza y casi lindante con Navarra, llama la atención por sus casas solariegas, sus estrechas calles de piedra y sus monumentos históricos. Allí nació en el Palacio de los Sada Fernando el Católico en 1452.

    Pasear por sus calles, contemplar sus palacios y ascender hasta lo más alto del castillo es como un viaje hacia el pasado. Un viaje en el que la piedra se convierte en poesía y las casas silenciosas se apiñan como racimos de uva. A pesar de la mañana desapacible, han sido muchos los visitantes que desfilaban por las calles y contemplaban los portales, los blasones, los aleros y la cuidada arquitectura medieval.

     El pueblo zaragozano fue declarado en 1968 Conjunto Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural. Hay que recordar también que en 1985 sirvió de escenario para el rodaje de la película La vaquilla, de Luis García Berlanga.

 

PAISAJE INVERNAL EN ALIAGA

PAISAJE INVERNAL EN ALIAGA

     Como muchos zaragozanos, y a pesar del día desapacible y de las exageradas predicciones meteorológicas, hemos aprovechado esta fiesta local para alejarnos del entorno habitual y disfrutar de un día al aire libre. Esta vez hemos elegido Aliaga como lugar de destino. Nuestro querido pueblo presentaba esta mañana un aspecto invernal, mostraba una fisonomía envidiable, un encanto difícil de describir en estas líneas.

      Porque Aliaga no sólo ofrece al visitante una temperatura ideal en las noches de verano, un color inusual en las tardes de otoño o una sinfonía de olores y colores en primavera. Aliaga muestra su cara más oculta en estos días invernales, en los que la nieve se alía con unos tímidos rayos de sol para revelar sin recato su auténtica fisonomía. El valle silencioso comienza a desperezarse lentamente del largo letargo invernal. Desde el castillo, los tejados brillan al unísono y las huertas se empapan de una humedad que será de oro dentro de pocos meses. A lo lejos, se divisa la pequeña cúpula de la ermita y la silueta inconfundible del pabellón polideportivo.

     Ha sido un día de contrastes, una jornada de ida y vuelta, una visita casi relámpago al lugar que me vio nacer. De regreso hacia Zaragoza, nos hemos acercado hasta Castel de Cabra, muy cerca de Montalbán. Unos amigos se han desplazado a su pueblo para disfrutar también de la nieve y del invierno. Es otra manera de entender el ocio, lejos de las celebraciones multitudinarias y de las aglomeraciones de las estaciones de esquí. Al final de la tarde, la nieve comenzaba a cuajar en la carretera a la altura de Hoz de la Vieja. Por eso hemos regresado con precaución, sin prisas, sin agobios. La ciudad del cierzo nos ha recibido como el año pasado, con un tiempo que invita a quedarse en casa. Un tiempo que invita al recuerdo, a la reflexión, a disfrutar de lo que queda de este largo fin de semana.

POR EL VALLE DE TENA

POR EL VALLE DE TENA

     Aprovechamos la mañana preprimaveral del sábado para acercarnos al Valle de Tena, una zona con encanto. A poco más de veinte kilómetros de Huesca, en el pantano de Arguis, ya se adivinaba la huella que ha está dejando el invierno en los montes, valles, ríos y embalses. Una vez alcanzado el puerto de Monrepós, la panorámica del Pirineo oscense es inigualable. El manto blanco que cubre con generosidad las montañas más altas parece una postal, un telón de fondo de un teatro que la naturaleza brinda al visitante. El descenso hasta Sabiñánigo - punto de partida del Valle de Tena - es suave, sosegado y revelador. Cada curva reserva una sorpresa, cada eminencia hace gala de contrastes, cada recodo del camino regala al viajero los frutos sazonados del invierno: luz, color, silencio y amplitud del horizonte.

     Eso es, en definitiva, lo que nos tiene reservados el Valle de Tena. La naturaleza, el arte - iglesias románicas y arquitectura popular -, la historia, los recintos lúdicos, los rincones insospechados, la huella del paso del tiempo,...todo se conjuga en variopinta armonía para atraer al que desea cambiar por unas horas el cemento frío de la gran ciudad por el color blanco de la nieve y el tono oscuro de una naturaleza que no ha despertado aún del letargo invernal.

     Para los que no conocen el Valle de Tena, hay que apuntar como lugares más relevantes la situación privilegiada de Biescas, a orillas del Gállego; el Balneario de Panticosa, cargado de historia, misterio y modernidad; la impresionante arquitectura popular de Sallent de Gállego; los centros invernales de Panticosa y Formigal, para los amantes del esquí; los museos de Larrés y de Sabiñánigo; los embalses de Búbal y de Lanuza; los picos altivos que surgen como fantasmas entre zonas de árboles de hoja perenne, y muchos otros atractivos más que el viajero sensibilizado podrá descubrir. Eso sí, si el viaje se realiza con calma, sin prisas y sin horarios.

     Hacía años que no recorría este valle. Hoy sólo ha sido un recordatorio y una nueva visión del paisaje. Un paisaje totalmente invernal, con un manto de nieve generoso, con el hielo como invitado, con los riachuelos y torrentes a punto de convertirse en cascadas sonoras, con las calles empredradas por ese manto blanco que cruje, con la amenaza de aludes en algunas zonas, con las carreteras castigadas por el crudo invierno - especialmente la que accede al Balneario - y que piden a gritos un adecentamiento. Me ha sorprendido gratamente la estación invernal de Formigal, aunque me temo que las urbanizaciones previstas - grúas y proyectos por doquier - vayan ganando terreno a una naturaleza virgen y generosa.

     Habrá que esperar un par de meses más para volver a disfrutar de este valle en primavera, cuando los árboles comiencen a teñirse de un verde luminoso, cuando los rebaños regresen a la montaña, cuando la nieve comience a derretirse y nos regale el rumor de torrentes cristalinos. Pero el invierno también ha vestido al Valle de Tena de un encanto que se prolonga durante los doce meses del año.

SIGÜENZA, CIUDAD MEDIEVAL

SIGÜENZA, CIUDAD MEDIEVAL

     Hace ya tiempo que quería acercarme a esta ciudad castellana, que conserva todavía un auténtico sabor medieval. Sigüenza está asentada en una pequeña colina, a orillas el río Henares - que nace en su término municipal - y coronada por un majestuoso castillo, transformado actualmente en Parador Nacional. Pero Sigüenza nos ofrece mucho más: sus callejuelas empinadas reservan al viajero una sorpresa en cada recodo, sus establecimientos conservan un auténtico sabor tradicional y nos reconcilian con la artesanía más primigenia, sus restaurantes nos ofrecen una grastronomía variada, a caballo entre lo más clásico y lo más imaginativo. Cada vez que regreso a Sigüenza, descubro nuevas fisonomías en sus edificios más emblemáticos: la majestuosa catedral, con dos torres que la convierten en fortaleza, invita a la contemplación reposada y muestra - eso sí - un progresivo deterioro en ese frontis entre el románico y el gótico; la Plaza Mayor se renueva año tras año, sin perder su aliento renacentista; la ermita del Humilladero, mudo testigo de tantos peregrinos, de tantas procesiones, de tantos acontecimientos sociales y religiosos es un retazo de arte e historia.

     Mi última visita en Sigüenza, antes de regresar a Zaragoza, es al hostal y restaurante "El Doncel". Enrique y Eduardo - este último cursó sus estudios de Hostelería en el Instituto de Miralbueno -, han restaurado un edificio antiguo y han creado un ambiente acogedor. Sus platos son para comensales con buen paladar, sus postres son exquisitos y su atención y servicio merecen todos los elogios. Charlamos un poco con Eduardo - flamante maître o jefe de sala - y recordamos sus tiempos de estudiante en Miralbueno. Me habla de sus inquietudes de cara al futuro. Se advierte en su mirada un espíritu vocacional. Realiza su trabajo con mimo y dedicación. Y quiere formar a futuros alumnos en el saber hacer hostelero y gastronómico. Porque Sigüenza vive del turismo. Y la hostelería es uno de sus pilares. En estos tiempos de crisis se agradece ese entusiasmo juvenil y ese espíritu emprendedor.

EL HECHIZO DE MADRID

EL HECHIZO DE MADRID

     La capital de España siempre ha cautivado a literatos e historiadores. Madrid, en el corazón de la meseta, respira aire casi primaveral en esta tarde agradable del mes de enero. Antes de la llegada del crepúsculo, grupos de turistas pasean con curiosidad por el Parque del Retiro, fotografían la Puerta de Alcalá y se acercan con curiosidad a algunas de las más de cien vacas artísticamente decoradas que se esparcen por el centro histórico de la ciudad.

     Pasear por el centro de Madrid al filo del anochecer es sumergirse en un río de viandantes que sortean el intenso tráfico del Paseo de Recoletos y se encaminan hacia la Puerta del Sol, el centro neurálgico de la ciudad. Pasear por el Madrid histórico es embeberse de cultura, alimentarse de arte, emborracharse de sorpresas inesperadas. Porque Madrid siempre ofrece al visitante una fisonomía distinta, siempre brinda al viajero una rendija hacia lo insólito. Caminar por esas calles abarrotadas de ciudadanos de todos los países y culturas es sumergirse en un mundo distinto, distante y variopinto.

    He vuelto de nuevo a la capital de España. He viajado hacia el centro en ese tren de cercanías que me ha llevado inconscientemente hacia ese fatídico 11 de marzo de 2004. He ascendido por la carrera de San Jerónimo y he contemplado la fachada del Palacio las Cortes, escoltada por  los leones, cual mudos testigos de un Golpe de Estado que casi dio al traste con la joven democracia. Me he detenido en la Puerta del Sol, en ese borroso kilómetro cero, en la impresionante Plaza Mayor, en la Plaza de Oriente, en la Plaza de España. He caminado por la Gran Vía, orlada de reclamos para el consumidor, salpicada de salas de cine, teatro y otros espectáculos. He descendido hasta Atocha, dejando a mi izquierda el Museo del Prado y el Jardín Botánico. Han sido tres horas de recuerdos, de sensaciones, de nuevas experiencias.