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josemarco

VIAJES

CARRETERAS SECUNDARIAS

CARRETERAS SECUNDARIAS

     Me gusta circular por carreteras secundarias - parafraseando la excelente novela de Ignacio Martínez de Pisón -. Me encanta alejarme de vez en cuando de la monotonía de las autovías y de la impersonalidad de los trenes de alta velocidad para sumergirme en un oasis de curvas, de pequeñas pendientes, de inesperados cambios de rasante y de rutas sinuosas que se perfilan en el horizonte como silenciosas aventuras.

    Esta tarde plácida de finales de enero, mientras regresaba de Madrid a Zaragoza, he decidido abandonar la autovía a la altura del famoso kilómetro 103 para acercarme a esa encantadora ciudad medieval que es Sigüenza. Las austeras encinas castellanas orlaban una carretera solitaria, acogedora, rural. Los veinte kilómetros que separan la antigua carretera general de la ciudad del Doncel han sido sólo el aperitivo de lo que vendría después. Tras una breve visita a la parte más monumental de la ciudad alcarreña, he decidido tomar la ruta que conduce hacia Medinaceli. Y lo he hecho por dos motivos: para recordar los seis meses vividos en la residencia marista durante el otoño-invierno de 1971 y para volver a evocar el pulso sereno de un paisaje con el que me he identificado inmediatamente, de unos pueblos - casi aldeas - que se quedaron grabados para siempre en mi memoria. He contemplado el Otero, vestido de verde y orlado de pequeños pinos. He observado la silueta inconfundible de la llamada Huerta del Obispo. He adivinado el humilde cauce del río Henares, libre todavía de la contaminación. He disfrutado con la contemplación de Alcuneza, de Horna, de Ambrona y de Torralba. Sólo la presencia de un ruidoso rebaño rompía el hechizo de una tarde invernal casi eterna, incandescente.

     Cuando uno viaja sin prisa, cuando uno se desplaza sin los agobios del reloj, cuando uno se deja llevar por el aliento del paisaje y por el hechizo de la soledad, valora más el contraste con el bullicio de la gran ciudad, con el hormigueo de un Madrid variopinto, tumultuoso, con la agitación interminable de los habitantes de la capital. 

UN CAMINO CON HISTORIA

UN CAMINO CON HISTORIA

     Hay caminos asépticos, monótonos, impersonales. Hay veredas que, aparentemente, no conducen a ninguna parte. Sin embargo, hay senderos y rutas con una historia de siglos a sus espaldas y con un eco literario innegable.  En España podemos destacar, entre muchos otros, el Camino del Cid. El héroe castellano medieval recorrió ocho provincias en su destierro de Burgos a Valencia. Dos de ellas - Teruel y Castellón - conservan todavía tramos de esta ruta histórica. Para fomentar el uso de estos itinerarios y para impulsar la literatura de viajes, el Consorcio Camino del Cid ha convocado la segunda edición de un premio literario para obras que se basen en esta ruta milenaria.

    Uno de los tramos más interesantes - y que se puede recorrer por senderos de montaña señalizados - es el que enlaza Mora de Rubielos (Teruel) con Jérica (Castellón). Como se puede observar en el mapa adjunto, la ruta surca los límites de las dos provincias y enlaza poblaciones de similares características climáticas y orográficas. En esta última población estuvo el Cid camino de Valencia y, al parecer, la conquistó a los musulmanes en 1098. Así ha quedado reseñado en los siguientes versos del Cantar de Mío Cid: "Por menos de una batalla esto no se resolverá; / vayan los recados a los que nos deben ayudar, / los unos a Jérica, los otros a Alucad". (versos 1106-1108)

UN PUEBLO PINTORESCO

UN PUEBLO PINTORESCO

      Como escribía José María Quadrado a mediados de siglo XIX, mientras recorría gran parte de la geografía española para salvaguardar los monumentos más importantes de la piqueta, de la ruina o del abandono, hay lugares que se caracterizan por su pintoresquismo, es decir, por su originalidad, por su contraste, por la ruptura de la armonía y por un cierto carácter agreste y primitivo. Uno de estos lugares es, sin duda alguna, la población de Jérica, en la comarca del Alto Palancia, en la provincia de Castellón.

     Desde la autovia mudéjar todavía se puede contemplar en lontananza la famosa Torre de las Campanas. Es la imagen típica de la localidad y la única de estilo mudéjar de toda la Comunidad Valenciana. Pero para disfrutar de Jérica hay que abandonar la autovía - esos "caminos trillados" de los que hablaba Quadrado - y acercarse hasta la plaza de este pequeño pueblo. Los edificios variopintos llaman la atención, el antiguo casino atrae la mirada de los visitantes y los arcos y estrechos pasadizos nos recuerdan a otros pueblos del Bajo Aragón turolense. Jérica ofrece, además, un entorno paisajístico privilegiado y cantidad de rutas para los amantes de la naturaleza.

     Conocí la silueta inconfundible de Jérica a finales de los años sesenta. Para acercarnos a Teruel desde Barcelona a disfrutar de las esperadas vacaciones dábamos, a veces, un sorprendente rodeo: viajábamos en un ruimentario tren desde la Ciudad Condal hasta Sagundo y en un convoy casi tercermundista entre Sagunto y Teruel. La torre de Jérica se erguía en el horizonte como una fortaleza inexpugnable. A pesar de que la estación-apeadero quedaba lejos del casco urbano, siempre me sedujo la altivez de esta torre y lo poco que queda de su castillo, destruido - como tantos otros - durante las lamentables guerras carlistas. Después de cuarenta años, he vuelto a Jérica y pienso desviarme del camino para adentrarme en su paisaje, en su historia y disfrutar - ¡cómo no! - de su excelente gastronomía.

EL SECRETO DE SEGOVIA

EL SECRETO DE SEGOVIA

     Pasear por las calles de Segovia desde primeras horas de la mañana hasta el inicio del crepúsculo es un manjar artístico reservado a los más privilegiados. Porque Segovia es arte, es historia, es folklore, es cultura, es tradición. La ciudad castellana no sólo se ha convertido reclamo para todo tipo de turistas por su monumental y sublime acueducto. Segovia ofrece al viajero curioso mucho más que la mole del acueducto, la histórica catedral o el imponente Alcázar. Cada recodo de sus empinadas calles, cada plazoleta, cada manzana de casas ofrece al visitante una sorpresa inesperada, un contundente secreto.

     A principios del siglo XX, el gran escritor madrileño Ramón Gómez de la Serna llevó a la ficción su admiración por el acueducto. Escribió El secreto del acueducto, una novela poco conocida. Ramón expresó su admiración por este monumento, pero hizo extensivo su hechizo a toda la ciudad. Una ciudad que cautivó un siglo antes a los viajeros románticos José María Quadrado y Francisco Javier Parcerisa. Una ciudad que me ha vuelto a cautivar y que no ha perdido aún la esencia de su arte y de su historia. Aconsejo una visita a los que no la conozcan. Por algo está considerada como Patrimonio de la Humanidad.

VIAJE AL LEVANTE

VIAJE AL LEVANTE

Hoy, por primera vez, hemos recorrido toda la autovía mudéjar desde Zaragoza hasta Sagunto. ¡Ya era hora! A pesar de la densidad de tráfico, el viaje ha sido apacible y relajado. Además, a partir de Romanos, se puede contemplar un paisaje distinto. Hemos avistado Romanos, Villadoz, Anento y Villarreal de Huerva desde otra perspectiva. Eso sí, una vez se llega a las inmediaciones de Calamocha, el viaje comienza a hacerse algo más monótono. Son los inconvenientes de una vía rápida, sin áreas de descanso ni restaurantes donde tomarse un café.

Valencia capital nos ha recibido con 23 grados a la sombra. Soplaba una ligera brisa que hemos agradecido. Cerca de la ribera del Turia acababa de terminar una manifestación y paseaban grupos de personas con pancartas, con globos y con un aire lúdico. A lo lejos, poco antes de abandonar Valencia, el mar se mostraba calmado,impávido, acogedor. Las cañas de los pescadores se alzaban desafiando al horizonte. En la ciudad se notaba una calma poco habitual . Los pocos habitantes que quedaban, disfrutarán de los paseos urbanos, de la paz de los jardines y de la tranquilidad de los parques.

Vale la pena cambiar de aires durante unos días y acercarse al campo. Además, ahora el viaje se acorta media hora y son casi veinte kilómetros menos que hace diez años. Son algunas de las ventajas del progreso. Aunque conlleve su lastre de inconvenientes y servidumbres.

ATRAPADOS EN EL HIELO

ATRAPADOS EN EL HIELO

     Vale la pena visitar la exposición de la Lonja de Zaragoza. Hasta el 4 de mayo  se pueden contemplar las fotografías y fragmentos del diario del fotógrafo australiano James Francis Hurley, que acompañó al legendario aventurero de origen irlandés Sir Ernest Shackleton en una empresa audaz e inédita hasta el momento: la primera travesía a pie de la Antártida.

     Con motivo de la celebración del Año Polar Internacional, esta exposición trata de difundir el conocimiento sobre las regiones polares y la importancia de su conservación. Hay que tener en cuenta que la investigación antártica es esencial en problemáticas tan acuciantes como el agujero de la capa de ozono y el cambio climático.

     Shackleton, Hurley y veintiséis hombres más fueron los pioneros de una empresa que no pudieron culminar y de la que salieron vivos de milagro. Es muy ilustrativo al respecto el texto del anuncio que Shackleton publicó en la prensa británica para reclutar a su tripulación: "Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito". ¿Cuántos se alistarían hoy con esas condiciones?

     Fueron dos años de aventura. Partieron en agosto de 1914, recién declarada la Primera Guerra Mundial y regresaron sanos y salvos en otoño de 1916. El barco Endurance quedó atrapado en enero de 1915 en el helado mar de Weddell y a sólo 160 kilómetros de su objetivo. La ambarcación quedó destrozada por el hielo y sólo el tesón y el afán de sobrevivir explican su llegada hacia los centros balleneros de South Georgia, donde fueron rescatados.

     "No se ha perdido ninguna vida y hemos pasado por el infierno", concluía Shackleton. Pero lo que despierta más la admiración del visitante de esta muestra son las fotografías de Hurley  y los fragmentos del Diario, que milagrosamente pudo rescatar. Después de esta durísima experiencia, llegó a escribir: "Es imposible concebir, incluso para nosotros, que estamos viviendo en una colosal balsa de hielo y que sólo cinco metros de agua helada nos separan de tres mil metros de océano, mientras viajamos al capricho del viento y las mareas hacia Dios sabe dónde". Se puede afirmar sin duda alguna que esta expedición ha sido una de las más importantes de la época contemporánea.

DE VALDELINARES A LA RIBERA ALTA

DE VALDELINARES A LA RIBERA ALTA

      El olvido del cable de conexión del ordenador en Zaragoza el pasado miércoles, me ha mantenido alejado durante cuatro días de esta página en blanco. Hay que reconocer que este alejamiento temporal del ordenador portátil y de la navegación por la red ha sido, en cierto modo, positivo. Porque la excelente climatología de este largo puente me ha permitido esquiar por primera vez en la estación turolense de Valdelinares. Paradójicamente, es la más cercana de Aliaga - a sólo 46 kilómetros - y una de las últimas estaciones invernales aragonesas que he conocido (sólo me falta acudir a la vecina de Javalambre). El día de la Constitución la afluencia de esquiadores a Valdelinares desbordó todas las previsiones: colas para comprar el forfait, colas para alquilar esquís y largas colas para acceder a los telesillas. Había pocas pistas abiertas y demasiadas ganas de esquiar. Los comentarios - casi todos en valenciano - no tenían desperdicio: "Podrían haber abaratado un poco los forfaits"; "se nota la falta de previsión"; "hay pocas pistas abiertas";...Había opiniones para todos los gustos. De todos modos, es verdad que redondean mucho los precios y que hacen el agosto en pleno mes de diciembre. Hasta cobran un plus de tres euros por cada forfait. Si te descuidas y no lo canjeas antes de las cinco de la tarde, no te devuelven esa simbólica fianza. ¿Os imagináis cuántos miles de euros pueden recaudar por este pequeño "impuesto"? Menos mal que al final todo se olvida si el día ha resultado a pedir de boca en lo que al esquí se refiere.

    Los tres días restantes me he acercado a la comarca valenciana de la Ribera Alta. Los días han sido espléndidos y las noches apacibles. El color rojizo de los caquis contrastaba con el verde de los naranjos, casi todos despojados ya del preciado fruto. No ha sido un año de buena cosecha, aunque los agricultores están bastante satisfechos. Peor les ha ido a los caquis, que han sufrido las consecuencias de cuatro días de tempranas heladas. Algunos han aguantado el tipo; otros, no. El campo exhibe toda su lozanía después de las generosas lluvias de octubre. Ha sido un otoño de lluvias copiosas. Todo lo contrario a lo ocurrido en otras zonas de España, especialmente en Aragón. El Júcar se desliza con orgullo hasta su desembocadura en Cullera y el río Verde muestra su mejor imagen a su paso por Massalavés, muy cerca de su nacimiento. Lástima que gran cantidad de esa agua haya ido directamente al mar y no haya supuesto una aportación importante a los embalses de la cuenca del Júcar.

     El regreso hacia Zaragoza ha sido más llevadero que en otras ocasiones. La inauguración provisional de las famosas cuestas del Ragudo es un alivio para el tráfico y supone un sensible acortamiento del tiempo de viaje. Por fin ya están unidas por autovía Valencia y Teruel. En menos de una hora y media se puede viajar de una capital a otra. ¡Quién lo hubiera imaginado hace dos o tres décadas! Hasta podríamos decir que los once años de larga espera han merecido la pena. Pero eso supondría una mentira piadosa.

LA MAGIA DEL MONCAYO

LA MAGIA DEL MONCAYO

    Hoy he logrado realizar, por fin, una de mis aspiraciones en lo que a travesías de montaña se refiere. Después de muchos años de intentos, aplazados por diversos motivos, esta mañana he ascendido a uno de los picos más representativos de Aragón y a la cima más elevada del Sistema Ibérico. Desde primeras horas de la mañana, en un excelente día otoñal, nos hemos dirigido hacia Vera del Moncayo no sin antes detenernos en el Monasterio de Veruela, que estaba todavía cerrado para los visitantes. La mole del Moncayo se divisaba diáfana desde la carretera nacional que enlaza Zaragoza con Soria. A lo lejos, hemos podido contemplar la cresta del Moncayo, que tanto hechizó a Quadrado y a Parcerisa a mediados del siglo XIX, la silueta casi mítica de esa prominencia orgullosa que despertó la admiración del romántico sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, la espalda teñida de los colores del otoño que tanto sedujo a Machado cuando la contemplaba desde tierras Sorianas en primavera hace precisamente cien años, la sombra amenazante y casi sublime de ese dios que ya no ampara, en palabras de nuestro gran poeta y cantautor José Antonio Labordeta.

     Ha sido una subida difícil, exigente, progresiva. Ha sido una ascensión zigzagueante hasta la cresta de la cadena montañosa. Ha sido un recorrido del que he podido disfrutar casi tanto como cuando ascendí a los tres grandes del Pirineo Aragonés - Monte Perdido, Posets y Aneto - hace casi treinta años. Javier iba abriendo camino y me ha servido de guía precoz con su entusiasmo y sus ánimos. En en camino nos hemos encontrado con unos cincuenta montañeros que perseguían el mismo objetivo. Ya en la cumbre, hemos tenido que resguardarnos de un cierzo frío que parece ya crónico a esas alturas. En la cima, la fotografía de rigor - Javier con una pequeña bandera de su querido Real Zaragoza - y la contemplación de un paisaje tan vasto como nuestra vista podía alcanzar. Los Pirineos se veían a lo lejos hacia el norte. Y en el valle pequeños pueblos que punteaban de blanco un paisaje verdeamarillo: Lituénigo, San Martín del Moncayo, Trasmoz, Añón y Tarazona. En la vertiente soriana, Ágreda, Noviercas y algunos pueblos más pequeños casi desdibujados por el contraluz de un sol otoñal insolente.

    El descenso ha sido rápido y francamente maravilloso. Hemos dejado la cumbre con una cierta nostalgia y con el deseo de volver. Tal vez en primavera y, si puede ser, con ese manto de nieve que atraía e inspiraba a Antonio Machado. Pero el Moncayo tiene más tesoros escondidos. Lo importante es descubrirlos poco a poco. Y degustarlos. Como ese exquisito menú con el que hemos culminado una mañana de aventura y de regreso a la montaña. A una de nuestras montañas más legendarias.

OTOÑO EN LA SIERRA TUROLENSE

OTOÑO EN LA SIERRA TUROLENSE

    El color ocre y amarillo del otoño viste de nostalgia las riberas de los ríos Alfambra y Guadalope. El agua se desliza clara, cristalina, escasa. Las lluvias han brillado por su ausencia desde el mes de mayo y los montes muestran su color agrisado, en contraste con el verde de la vecina comunidad valenciana. El destino de nuestro viaje es el monte de Castelfrío, situado entre El Pobo, Cedrillas y Monteagudo. Hay un bosque de pinos jóvenes donde suele abundar el rebollón por estas fechas, pero este año es una proeza llenar una cesta de este espontáneo fruto otoñal. El día invita a realizar una travesía a pie o en bicicleta. Las bajas temperaturas matinales van aumentando paulatinamente hasta llegar a los veintitantos grados al mediodía. Desde la cumbre de Castelfrío contemplamos numerosos pueblos, perdidos en lontananza: Aguilar de Alfambra, Ababuj, Jorcas, Allepuz, Orrios, Perales, Escorihuela y Alfambra. Se dominan varias comarcas, en especial la comarca de Teruel. A lo lejos, se adivina la capital, oculta detrás de una loma verdinegra. Es un paisaje becqueriano, azoriniano, machadiano.

    Ya de regreso hacia Aliaga, nos dirigimos hacia Monteagudo del Castillo, dejamos Allepuz a nuestra izquierda y llegamos al puerto de Sollavientos al filo del mediodía. Placidez en las cumbres y solaz otoñal en los valles casi solitarios. Sólo algún hatajo de ovejas pone una nota de pintoresquismo entre el amarillo de los chopos y el verde de los pinares. Nos dirigimos a Villarroya de los Pinares y atravesamos Miravete, acompañando al rumoroso río Guadalope, que acaba de ver la luz. Hasta Aliaga nos acompaña una sinfonía de colores y de tenues sonidos. Aunque lo más destacado es ese silencio elocuente que nos transmite diversas sensaciones, aparentemente contradictorias. Es la soledad de los valles azorinianos, la atracción de los parajes pintorescos que tanto sedujeron a románticos como Gustavo Adolfo Bécquer, la desnudez de la naturaleza machadiana, tan cercana a las vecinas tierras de Soria. Jornada de sensaciones y de nostalgia. Otoño apacible en medio de unos parajes con su peculiar encanto, lejos de la agitación de la gran ciudad.

VERUELA, SÍMBOLO Y TRADICIÓN

VERUELA, SÍMBOLO Y TRADICIÓN

     Hace siglo y medio, el poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer permaneció durante casi un año en una de las celdas del Monasterio de Veruela, cenobio cisterciense ubicado en la ladera norte del Moncayo. El escritor sevillano aprovechó los meses de su estancia para colaborar en la prensa madrileña y para recorrer el entorno privilegiado de este cenobio que acababa de ser desamortizado. Gustavo reflejó estas impresiones en nueve excelentes "Cartas desde mi celda". En una de ellas nos habla del castillo de Trasmoz, de la brujería y de un cementerio solitario, acogedor e incluso pintoresco.
     Diez años antes - en el otoño de 1844 - dos intelectuales de la época visitaban Veruela el día 1 de noviembre, entonces dedicado a todos los difuntos. Estos viajeros intrépidos, interesados por la belleza de los monumentos artísticos y por su pervivencia para la posteridad, plasmaron el el volumen "Aragón" de la serie artístico-documental "Recuerdos y Bellezas de España" sus impresionea ante la sublimidad de este recinto, abandonado por los monjes tras la desamortización de Mendizábal y convertido poco después en hospedería. En aquel otoño frío y desapacible, José María Quadrado y Francisco Javier Parcerisa experimentan una estremecida emoción al contemplar la soledad, la amenaza de ruina y el entorno agreste y casi inhóspito de un lugar presidido por la formidable mole del Moncayo, que ya había recibido las primeras nieves.
     El escritor balear y el dibujante barcelonés se dejan envolver por los ecos de la belleza natural y del latido artístico y expresan una serie de sensaciones aparentemente contradictorias, acordes con la estética de lo sublime y con la captación romántica del paisaje claramente connotativa. Así describe Quadrado la contemplación del monasterio de Veruela a mediados del siglo XIX:


          Un monasterio bizantino del siglo XII nos aguarda pues a dos leguas de Tarazona y a una milla del pueblo de Vera: situado  en reducida llanura, su horizonte tiene algo de austero que degenera en monótono, si el Moncayo no descollara en frente, dominándolo ora cual poderoso protector, ora cual deidad formidable, soplando sus helados vientos a través de los sonoros corredores y alfombrando asimismo los techos con el mismo blanquísimo velo que cubre casi todo el año su propia cabeza.

IMÁGENES DE UN VIAJE

IMÁGENES DE UN VIAJE

     Desplazarse en coche una mañana pre-primaveral de un sábado de marzo da para mucho. O para casi nada, según como se mire o se enfoque. Tomar la Vía Hispanidad y luego el inacabado Cuarto Cinturón nos acerca a los montes de Torrero y al futuro enclave del cacareado "Puerto Venecia". Muy cerca aparece el macroedificio de la multinacional sueca "Ikea", con su silueta azulada y su icono amarillo, solo y erguido en medio del páramo zaragozano. Un poco más a la derecha contemplamos las grúas que coronan los edificios de Valdespartera, cada vez más impersonales y abigarrados. A partir de ahí, nos dirigimos hacia Muel por le autovía mudéjar - la autovía eternamente inacabada -. A la izquierda,, edificios encadenados, construcciones anárquicas, urbanizaciones en pleno secarral: Cuarte, Santa Fe, Cadrete, María de Huerva, Mozota y Botorrita. ¿Les va a favorecer la cercanía a la capital del Ebro? El tiempo lo dirá.

     Ya en Muel, atravesamos un pueblo casi desierto, sesteando en esta mañana ventosa de marzo. Huele a cerámica, a cemento, a abono, a huerta, a primavera. Desde allí hasta Mezalocha, una carretera de las de antes, estrecha y sinuosa. Una carretera para ciclistas, para turismos de poca cilindrada, para el que no tiene prisa. Florecen los almendros y los manzanos. Las vides se mantienen todavía en la invernada. A lo lejos, el campanario de Mezalocha, que pide a gritos una restauración. Y, al fondo, el río Huerva, saneado pero cada vez más diminuto. Y un poco más arriba, el pantano, casi lleno, para tapar la boca a los agoreros y pesimistas. Es verdad que tiene que llover, pero no es para tanto. También hay que ahorrar y dosificar el uso del agua. Y pocos se lamentan de la irresponsabilidad de la mayoría.

     Son imágenes de una mañana de marzo camino de Mezalocha. Un viaje corto. Un viaje que nos ofrece una mirada distinta de la realidad. Un viaje que nos aparta un poco del tedio ciudadano, de los dimes y diretes de los políticos de turno, del agobio semanal, de los planes condenados al fracaso, de la incertidumbre de todos los días.

POR LAS CINCO VILLAS

POR LAS CINCO VILLAS

   La mañana otoñal de este sábado de noviembre invita a romper la rutina laboral de la semana y a acercarse a una de las comarcas aragonesas más pintorescas. Esta comarca zaragozana hace de cuña entre la provincia de Huesca y la comunidad de Navarra. Nos encaminamos desde Zuera en dirección norte hacia Las Pedrosas, en dirección a Erla y llegamos a Luna. Pero nuestro destino es Biel, que nos sorprende por la solidez de sus casas señoriales, las estrechas calles empinadas y, sobre todo, la iglesia de San Martín, construida en el Renacimiento sobre una primitiva iglesia románica. Hoy conserva todavía su aspecto de fortaleza medieval, al estilo de tantas iglesias fortificadas como el castillo de Loarre. El paisaje es encantador y el río Arba se desliza humilde y presuroso por un valle verdeamarillo que rezuma otoño por todas partes.   

   Para el regreso elegimos otra ruta que nos acerca a Luesia, pueblo rico en monumentos y con buenos servicios. De camino hacia Ejea de los Caballeros dejamos a la derecha Farasdués, rico en granjas y en producciones agrícolas. La vista de Ejea desde la dirección norte no es nada atractiva. Parece un arrabal. Sin embargo, luego aparece la ciudad zaragozana con sus avenidas y su animación habitual. Del resto del camino destacaría la altiva y suntuosa torre mudéjar de Tauste y poco más. La lluvia otoñal nos acoge en Zaragoza y el verde de los campos se torna gris. Un gris otoñal y urbano. Un gris de noviembre.

HACIA EL PUERTO DE MAJALINOS

HACIA EL PUERTO DE MAJALINOS

   En la última etapa de esta minivuelta ciclista veraniega nos hemos dirigido hacia el este y hemos coronado el cuarto puerto de la semana: el puerto de Majalinos (1.450 metros) que sirve de límite entre la comarca de las Cuencas Mineras y la de Andorra, Sierra de Arcos. Hemos salido de Aliaga a las 9 de la mañana en un día fresco y un poco desapacible. De todos modos, la temperatura era ideal para pedalear. El primer núcleo habitado es La Aldehuela. Desde allí hemos contemplado el esqueleto de la central térmica y un pantano cada vez más anegado. (¡Qué lástima verlo todo así!) Una vez en al alto de La Aldehuela, hemos iniciado el descenso hacia la masada del Río y hacia el cruce de Boca Infierno. Un cartel en inglés indica que, a pocos kilómetros, hay una central de cogeneración eléctrica con gas, que algunos intentaron presentar con el ficticio cartel de piscifactoría. La polémica está servida.  Una vez atravesado el puente del río Guadalopillo, comienza una larga ascensión hasta el cruce de Cirugeda, pequeño núcleo rural perteneciente al ayuntamiento de Aliaga. Desde allí continúa la subida hasta La Cañadilla, otro pequeño caserío en el que sólo vive una familia durante todo el año. El paisaje es extraordinario: pinos, sabinas, enebros, acacias,... orlan ambos lados de la carretera y proporcionan sombra, humedad y sosiego. Desde La Cañadilla comienza ya el ascenso al Majalinos. No es un puerto demasiado duro porque la subida es progresiva. Además, con un buen desarrollo y un ritmo pausado, se puede alcanzar la cima sin demasiados agobios. Ya en la cumbre del puerto, reposo, tentempié, satisfacción y excelente panorama - como el que aparece en la fotografía -. Una buena etapa para cerrar esta breve temporada ciclista estival.

POR LA SIERRA DE TERUEL

POR LA SIERRA DE TERUEL

                                       Vista panorámica de Aguilar del Alfambra

Después de más de una semana sin escribir, quiero plasmar en esta página algunas de mis andanzas en bicicleta durante estos días. Mis quince días de vacaciones en Aliaga me brindan la oportunidad de recorrer los pueblos más cercanos. En otoño o primavera prefiero los pueblos de la Val - Cobatillas, Hinojosa, Jarque, Cuevas de Almudén y Mezquita -; sin embargo, en verano me inclino más por los pueblos de la sierra de Teruel. El clima más benévolo y mi mejor preparación me permiten ascender por la ribera del río Gadalope hasta Miravete de la Sierra, seguir hasta Villarroya de los Pinares y, tras un pequeño refrigerio en la Fonda Mari Carmen, continuar el ascenso hasta el puerto de Sollavientos (1507 metros). Una vez allí y, después de disfrutar de una excelente vista panorámica, el descenso hacia Allepuz es apasionante. Allí encuentro un restaurante a pie de carretera donde se puede almorzar con tranquilidad y degustar la famosa conserva. Tomo luego la carretera hacia Aliaga - ¡qué pena de pavimentación - y me encamino hacia Jorcas, pueblo pequeño pero con unos habitantes muy inquietos y emprendedores. Mi próxima etapa es Aguilar del río Alfambra, pueblo encantador, orientado al sur y cuna del padre del famoso escritor Vicente Blasco Ibáñez. Su alcalde Vicente y mi amigo Teófilo me hablan de proyectos de futuro para un pueblo que en invierno apenas ronda los cuarenta habitantes. Entre otros proyectos está la futura construcción de un edificio que albergará los servicios esenciales para el pueblo. Este Multiservicio, que ya funciona en otros pueblos como Olba o La Cañada de Benatanduz, está dando buenos resultados y podrá frenar en cierto modo ese éxodo que es casi irreversible. Me comentan los habitantes de Aguilar que la gente acude para las fiestas y luego se va marchando a su lugar de trabajo o residencia. Hay un dato curioso: Ahora emigran más vecinos a Teruel que a Zaragoza, Valencia o Barcelona. Y algunos, como Teófilo se han comprado una casa en el pueblo y vuelven con asiduidad. Me voy satisfecho de Aguilar y continúo por la ruta de la sierra. Atravieso Camarillas - su iglesia sigue desmoronada - y tomo el camino hacia Aliaga. Buena travesía, excelente mañana. Cansancio en las piernas y frescura en la mente.

EL VALLE DE HECHO

EL VALLE DE HECHO

   La Val d'Echo o el Valle de Hecho es un paraje encantador en todos los sentidos. A pesar de la escasez de agua - aunque este verano se nota más verde que el anterior - emprender la ruta desde Jaca hasta Hecho, pasando por Puente la Reina, es un placer para la vista: una buena carretera nos acerca en dirección norte y paralelamente al río Aragón Subordán al pueblo de Hecho. Es una villa encantadora: rincones pintorescos, chimeneas originales, calles empedradas, limpieza y silencio por doquier.

   Pero lo mejor está por llegar: después de una breve visita al Monasterio de Siresa, del que sólo se conserva la iglesia de los siglos IX-XI, nos encaminamos por una carretera cada vez más estrecha y sinuosa a la Selva de Oza, uno de los rincones más salvajes y frondosos del Alto Aragón. Es una hermosa masa forestal de hayedos y abetos que cautiva al viajero e invita al paseo tranquilo, a la reflexión o al reposo. Es una auténtica selva que se dirige hacia el Puerto de Palo, lugar de paso desde Francia y ruta de muchos contrabandistas o evadidos de la Segunda Guerra Mundial. Hay que dejar el coche cuanto antes y caminar, aunque sea sin rumbo fijo. Cada recodo del camino tiene su encanto. La flora y la fauna se hermanan para recordarnos que aún quedan rincones naturales en el Pirineo, que a toda costa hay que cuidar, mimar y preservar.

LOS BAROJA Y TERUEL

LOS BAROJA Y TERUEL

    El escritor, periodista y crítico literario Francisco Lázaro Polo sintetiza en un jugoso artículo, dentro de la sección “Cuadernos Turolenses” del último número de la revista TURIA, las impresiones de los hermanos Baroja – Pío y Ricardo –  como fruto de su recorrido por diversas comarcas de Teruel.          

    Es curiosa y poco conocida la breve estancia en Teruel del mayor de los Baroja, destinado al Archivo de Hacienda de la capital. En el capítulo “Otros relatos” de su obra Gente del 98 narra con asombrosa plasticidad y con un toque de humor su viaje desde Madrid a Teruel, hasta Cuenca en Ferrocarril y hasta Teruel en diligencia atravesando los Montes Universales, en plena Sierra de Albarracín. Ricardo lo califica de “Viaje Extravagante” y años después lo plasmará en dos aguafuertes de la serie Escenas Españolas: “Interior de una posada” y “Patio de una casa de labranza”.      

      La experiencia turolense de Pío Baroja fue más prolongada y enriquecedora. En varias de sus obras recuerda sus incursiones por distintas comarcas turolenses. En sus Memorias evoca un viaje en automóvil por el Bajo Aragón en compañía de José Ortega y Gasset. En La nave de los locos el autor nos cuenta sus andanzas por tierras turolenses por boca del personaje Alvarito Sánchez de Mendoza. Pero son las novelas Los confidentes audaces (1930) y, sobre todo, La venta de Mirambel (1931) las que mejor evocan la experiencia viajera del autor de La Busca por las tierras bajoaragonesas, el Matarraña y el Maestrazgo. La venta de Mirambel  es, sin duda alguna, la novela barojiana del Maestrazgo.        

     Una buena propuesta para compaginar dos aspiraciones culturales en este caluroso verano: leer la novela barojiana y visitar Cantavieja y su comarca. Especialmente Mirambel.  

UN ENTORNO NATURAL PRIVILEGIADO

UN ENTORNO NATURAL PRIVILEGIADO

            Este domingo me he desplazado con mi familia a Nuévalos para visitar el Monasterio de Piedra. Estuve allí hace más de veinte años y prácticamente no recordaba casi nada de lo que hoy hemos podido contemplar. Lo que más sorprende es que, en medio de una zona seca, casi esteparia, surja este vergel, este oasis natural. Todo ello gracias al curioso y original serpenteo de un río denominado precisamente río Piedra.

            Lo primero que hemos visitado ha sido el monasterio cisterciense del siglo XIII. Poco queda ya de ese cenobio, que fue primero castillo musulmán y después estuvo habitado por los monjes hasta el siglo XVIII. La desamortización de Mendizábal en 1835 y el abandono y saqueo posterior lo privaron de casi todas sus riquezas escultóricas. En 1940, cuando lo compró la familia Muntadas, sólo quedaba el claustro y algunas dependencias que hoy hemos podido visitar: la bodega, la sala capitular y el refectorio. Lo que más sorprende es la iglesia en ruinas y las huellas de una restauración barroca que afean el gótico original.

            Pero lo mejor estaba por llegar: la visita al Espacio Natural Protegido del Monasterio de Piedra. Iniciamos un recorrido de casi dos horas por un itinerario surcado de árboles centenarios, lagos naturales, originales cascadas, fauna autóctona y variada flora. Mientras recorría estas cuevas y pasadizos y ascendía o descendía escaleras, me venía a la memoria el viaje que José María Quadrado y Javier Parcerisa realizaron a este pintoresco lugar en el otoño de 1844. Estaba muy reciente la huella del saqueo de las guerras carlistas y el escritor menorquín y el dibujante catalán captaron con especial sensibilidad la huella que la naturaleza dejó en este rincón de la provincia de Zaragoza y el estruendo constante e imparable de esa singular cascada de 50 metros denominada “Cola de Caballo”. Hoy he leído en una inscripción que Federico Muntadas descubrió en 1860 la gruta Iris, que desciende paralelamente a la cascada y atraviesa materialmente la caída del agua. Me han entrado mis dudas, porque Parcerisa ya dibujó del natural en 1844 una litografía de ese preciso lugar. ¿Se podría acceder desde el exterior? Lo intentaré averiguar, si es posible.

            Día de visita a uno de los monasterios cistercienses de Aragón. Están mejor conservados el de Veruela y el de Rueda. Pero el de Piedra merece un viaje como éste para disfrutar de su entorno natural privilegiado. Es un regalo para los sentidos en este día del Medio Ambiente y en esta etapa de sequía y de abandono del paisaje.

POR TIERRAS DE TERUEL

POR TIERRAS DE TERUEL

            Fin de semana en Aliaga. Contemplo con deleite la tardía primavera machadiana, con el renacer de las hojas de los chopos que flanquean la orilla del Guadalope y el brotar de las flores de los manzanos y perales: excelente contraste cromático. A Aliaga llegamos desde Andorra, donde los alevines del San José han logrado un valioso empate en un terreno de juego en excelente estado. Visito la nueva Andorra, con aspiraciones a ciudad, y reflexiono sobre la despoblación en Aragón, especialmente en la provincia de Teruel. Andorra y algunas poblaciones cercanas del Bajo Aragón – Alcañiz, Alcorisa, Calanda, Albalate – se van a salvar de momento de esa despoblación galopante que deja a los pueblos vacíos, a merced de la hiedra y de las zarzas. Aliaga está en ese triste camino, aunque hay muchos núcleos rurales en Teruel que le aventajan en esta metáfora de la muerte. Contemplamos alguno de ellos desde la solitaria carretera que une la Venta de la Pintada con Aliaga: Ejulve, La Cañadilla, Cirugeda. ¿Qué ocurrirá en estas zonas dentro de unos cincuenta años? ¿Serán coto de caza para algunos privilegiados como pretende el señor Boné? De momento, las perspectivas no son nada buenas.

            Ya en Zaragoza, vivo el final de un día de Aragón poco reivindicativo y predominantemente lúdico. Calles tranquilas, ciudadanos relajados. Libros en Independencia y resaca de un sábado en el que el Real Zaragoza ha vuelto a dar la de arena y ha iniciado un declive que le puede llevar casi al abismo. ¿Ganará alguno de los cuatro partidos que quedan? Lo dudo. Que acabe pronto la liga y que termine esta pesadilla. Y, si puede ser, que sigamos con Cani y con alguno más de la cantera. Los demás pueden pedir carta blanca, siguiendo el ejemplo de Savio. Y con la Romareda en su sitio, por supuesto.

CANTAVIEJA

CANTAVIEJA

Casi todos los pueblos del Alto Maestrazgo turolense tienen un encanto especial. Y todas las fechas son idóneas para dejarse caer por estas tierras frías y, aparentemente, inhóspitas. Uno de los núcleos rurales más importantes de esta comarca es su capital, Cantavieja. La he visitado recientemente y he vuelto a sentir el sabor agridulce que experimentó el joven José Antonio Labordeta cuando en el ya lejano 1967 realizó una excursión con sus alumnos del Instituto Ibáñez Martín y del Colegio Menor San Pablo. Én el último número de la revista Turia (76) aparece un poema que escribió el cantautor y que refleja el subtítulo del artículo: "Un soplo de libertad en pleno franquismo". Los versos no tienen desperdicio:

Nunca sabemos dónde está la vida.

La plaza - el polvo y la agonía la rodean -

aparece desierta. Tras de una ventana

- hay luto en el ánimo del hombre -

una mujer contempla las arcillas:

barrancos, como cadáveres abiertos

llenos de sol, reverberan hacia el silencio.

Alguien - siempre hay un náufrago

para contar la historia de las piedras - vende

frutas tempranas. Todo lo demás

tuvo su historia y ahora reposa.

Solo el campanario

suena la brisa

y abajo, lejanamente, un ganado dormita su tristeza.

Cantavieja pervive

como un gran esqueleto de la tierra.

ALCARAZ

ALCARAZ Hay sueños dulces y sueños amargos. Hay sueños agradables y sueños para olvidar. Mi sueño de hoy con Alcaraz ha sido dulce, agradable y nostálgico. Allí pasé dos años de mi vida como profesor en el pequeño Instituto comarcal "Pedro Simón Abril" y allí disfruté de un entorno paisajístico ideal: Sierra del Segura, nacimiento del río Mundo,... El pueblo es un tesoro artístico e histórico: Desde la torre del Tardón, hasta la plaza Mayor, sin olvidar sus calles recoletas y sus mansiones señoriales. Os invito a visitar esta villa de Albacete y que la contempléis en vivo, no como un sueño. Seguramente repetiréis y os llevaréis recuerdos inolvidables para soñar o imaginar con nostalgia