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josemarco

IMPRESIONES

SILENCIO INVERNAL

SILENCIO INVERNAL

     Hay días en los que el silencio taladra nuestros oídos,  hiere nuestra sensibilidad, lastra nuestra esperanza.  Y es que esta mañana de febrero en Aliaga,  mañana apacible,  serena, invernal, nos ha sorprendido con una nevada suave y persistente que ha teñido de blanco los tejados,  la huerta y el monte.

    A media mañana me he acercado hasta el Guadalope con un amigo forestal y me ha comentado con sorpresa cómo no hace muchos años,  en días como hoy se oía el alegre y cantarín trinar de los pájaros,  se atisbaban las golondrinas bajo el alero de los tejados o el jugueteo de los petirrojos a la orilla del río.  Esta mañana,  en cambio, mientras paseábamos por la vega y el cascajar, el silencio era casi sepulcral y los chopos cabeceros se mostraban huérfanos de susurros o gorgeos.

    Ante este silencio elocuente de la naturaleza nos hemos preguntado qué estamos haciendo con la flora y la fauna de nuestro entorno,  cuál será el futuro de estos oasis naturales. Si lugares privilegiados como la cuenca alta del Guadalope pierden su esencia,  el legado para las próximas generaciones será un lastre preocupante.

     Mañana de febrero en Aliaga.  Casi nunca me he acercado aquí durante este mes caprichoso, voluble,  paradójico. Un invierno suave, apacible,  pero sorprendentemente silencioso. 

RIBERAS

RIBERAS

     Siempre me ha gustado pasear por las riberas de los ríos. Tiene un encanto especial. Contemplar el heraclitiano y rumosoro movimiento de las aguas me transmite sentimientos de nostalgia, de fugacidad del presente, de suave melancolía. Mi río preferido, por razones obvias, es el Guadalope. Pero hay otros ríos que me acompañan diariamente y que surcan su cauce silenciosos muy cerca de mi casa. Son el río Ebro y sus afluentes el Huerva y el Gállego. El padre Ebro, como le llamaban en la antigüedad, y que ha dado nombre a nuestra península, recoge las aguas de muchos ríos del pirineo navarro y aragonés y surca diversas comunidades autónomas con un caudal desigual e irregular. En invierno y en primavera, cuando se inicia el deshielo, acostumbra a sorprendernos con frecuentes avenidas que cubren sus orillas y anegan muchos campos de la ribera alta. Muchos agricultores se quejan, y con razón, de que el cauce está cada vez más anegado y lleno de maleza. Esa es la causa de que cada vez se desborde más y busque un cauce distinto al habitual.

     Esta mañana, fiesta local de San Valero, he aprovechado para hacer deporte por la ribera del Ebro. Acababa de llover y el pavimento estaba húmedo. Por los aledaños del Pilar, muchos zaragozanos regresaban de comerse el roscón y beberse un vaso caliente de chocolate. La ciudad respiraba tranquilidad y el río seguía su camino impasible, con casi cuatro metros de altura en el puente de Santiago. Es una avenida ordinaria. No tiene nada que ver con las de 2003 ó 2007. Pero llama la atención de los ciudadanos. Muchos observaban con sorpresa esos miles de metros cúbicos de agua que llenarán los pantanos de Caspe y Mequinenza y se perderán en el mar, no sin antes inundar las fértiles tierras del delta del Ebro. Algunos, cuando contemplan esta imagen, piensan en seguida en el trasvase. Pero no se dan cuenta de que en Aragón todavía hay muchas tierras yermas, sin infraestructuras para regadíos y condicionadas por una lluvia tan escasa como irregular.

     De todos modos, siempre es mejor contemplar el río Ebro crecido e impetuoso, que verlo escuálido y disminuido durante los meses de estiaje. Sin embargo, llaman la atención los numerosos islotes de hierba y de maleza que año tras año ganan terreno al agua. Dragarlo quizás no sea la mejor solución, pero algo habría que hacer para evitar esta extraña anomalía.

CALENDARIOS

CALENDARIOS

     Ayer me llegó el último calendario de este recién estrenado 2014. Es un calendario de sobremesa, práctico, manejable, hecho de un material a prueba de tijeras. Contemplo los doce meses que quedan por delante. 365 días que se esfumarán como el vapor de agua y que añadirán una arruga más a nuestro rostro, alguna cana más a nuestro pelo y un pequeño bagaje de experiencias por vivir.

     Siempre me han gustado los calendarios en la pared. Durante mi infancia me gustanba contemplarlos y conocer el santo adjudicado a cada día. Pero el calendario que más llamaba mi atención era el conocido como "taco". Se componía de 365 hojas de tamaño cercano a la octavilla, que se iban arrancando una vez que el día fenecía como hoja caída de un árbol caduco. En ocasiones nos disputábamos con mi hermano quién la arrancaba antes, e incluso la despegábamos antes de tiempo. Todo ello para contemplar ese número por estrenar. Si se trataba de un número en rojo, la impaciencia estaba más que justificada, ya que era un domingo o un día festivo. Desde entonces el rojo tiene una connotación positiva, en contraste con otras tan negativas por su simbolismo de la sangre o de lo prohibido.

     El calendario se remonta a hace muchos siglos. En España uno de los más peculiares es el Calendario Zaragozano. Aún se puede adquirir en muchos establecimientos. Nos puede orientar sobre aspectos relacionados con la agricultura, la luna y sus vaivenes o los caprichos de la meteorología. Pero lo que no indica ningún canlendario son esas fechas que nunca vamos a olvidar. Son fechas que nos recuerdan efemérides gozosas y, por supuesto, momentos de dolor. ¿Quién no recuerda el día del fallecimiento de un ser querido? ¿O el día de su nacimiento, primera comunión o matrimonio? ¿Quién no recuerda la fecha de la muerte del dictador o el día del intento de golpe de estado de Tejero? Lamentablemente recordamos más los hitos negativos que los positivos. Porque el calendario nos hostiga a todos día tras día - como poetiza Raquel Lanseros -. Y nos dibuja un camino incierto,  que queramos o no, tenemos que recorrer como un ciclo que se repite, como un laberinto que se complica a medida que los años se nos van echando encima.

REGRESOS

REGRESOS

     Después de unos días de desconexión, vuelvo de nuevo a mi blog. Han sido unos días de encuentros, reencuentros, lecturas, paseos, reflexión y de sosiego tanto físico como intelectual. Y ya estoy de regreso a la ciudad, a mi ciudad de adopción, a esta Zaragoza paradójica y contradictoria. Es como volver a empezar, recordando la oscarizada película de José Luis Garci. Porque la vuelta a la rutina - es deseable que sea una buena rutina - supone un esfuerzo complementario. El cuerpo se acostumbra a unos hábitos más relajados y la disciplina que nos espera a partir de mañana exige una buena mentalización.

      He puesto regresos porque en estos días de nomadismo, he vuelto de nuevo a la casa que me vio nacer, a la casa de mis padres y de mis abuelos maternos. Y han aflorado de nuevo los recuerdos, la nostalgia, el silencio de las habitaciones solitarias y de los muebles casi arrinconados. Y he recordado la canción de José Antonio Labordeta: "Regresaré a mi casa, la casa de mi padre, abriré las ventanas, y que la limpie el aire". Una letra profunda, punzante, inolvidable, que me ha acompañado mientras dejaba atrás los pueblos solitarios de las Cuencas Mineras al filo del crepúsculo e intentaba olvidar el pasado y entonar un canto al futuro, a un futuro inmediato, a un enero que nos deparará cada día sorpresas y nuevas vivencias.

     Acabamos de estrenar un año y los calendarios lucen su mejor cara. Los amigos, vecinos y conocidos intercambiamos buenos deseos y los 365 días de este año par se presentan plagados de efemérides. Unos días que avanzarán raudos, veloces y que no nos van a dejar un respiro. Por eso es bueno pensar y vivir cada una de las jornadas como un regalo, como una oportunidad más para salir de de la mala rutina, del hechizo de la monotonía, del dejarse llevar sin más. A pesar de la tópica cuesta de enero, siempre me ha gustado estrenar un año. Porque aprovechar cada uno de estos momentos fugaces puede darnos una satisfacción o sumirnos en la melancolía. La melancolía que he experimentado esta tarde al filo del crepúsculo y que me ha llevado a retomar estas páginas que quiero compartir con todos los que os molestáis en leerlas y me animáis a seguir adelante.

CELEBRACIONES

CELEBRACIONES

    No me gusta la palabra fiestas como deseo para estas fechas. Prefiero el término celebración que tiene un matiz más familiar, más personal, más íntimo. De todos modos, a medida que pasan los años, uno intenta vivir estas fechas de un modo muy distinto a las vivencias compartidas de la infancia y juventud. Muchos de los miembros de la familia ya no están entre nosotros, y la mayoría se fueron prematuramente. A pesar de todo, la celebración está ahí y no podemos sortearla como un obstáculo más. Tengo junto a mí a la poca familia que me queda. Y se acuerdan de mí muchos amigos, algunos de ellos desde la distancia.

   De todos modos, la palabra Navidad es tan redonda, tan sugerente, que me resisto a eliminarla de mi vocabulario personal. A pesar del laicismo, a pesar del consumismo, a pesar de la progresiva secularización, siempre llevaré muy adentro el belén de mi infancia, los villancicos en y las celebraciones de estas fechas. Porque en la vida siempre hay algo que celebrar, algo que compartir, algo que mimar y potenciar.

    Por ello, desde estas páginas quiero desear a todos mis amigos y a mis fieles lectores unos días muy felices. Que el calor familiar nos ayude a aliviar la andadura agridulce de lo cotidiano. Y que el bombardeo de lemas y publicidad vacua no nos impida la concentración, el silencio, la lectura sosegada y las tertulias sin reloj. Y que intentemos vivir el presente y no perder la ilusión ni la esperanza.

AL FILO DEL INVIERNO

AL FILO DEL INVIERNO

     Mañana de diciembre en Aliaga. El día se despereza lentamente después de una madrugada con temperaturas rondando los diez bajo cero. La escarcha ha dejado su huella en los tejados, en los corrales, en los campos, en las riberas del río. Hay un manto blanco, casi inmaculado, que engalana las ramas ya desnudas de los chopos eternos. Esos chopos que flanquean el humilde Gualalope cada vez más escondido entre la maleza y las hierbas más rebeldes. El sol de diciembre, ese sol traidor y engañoso, se asoma tímidamente entre las montañas. Su recorrido será breve, fugaz, casi testimonial.

     A lo lejos, camina un grupo de excursionistas que han desafiado el frío de las primeras horas y regresan satisfechos camino del molino. En el reciente museo-restaurante repondrán fuerzas y disfrutarán de un paisaje nuevo, casi inédito. Eso sí, cuando llegue la tarde, al filo de las cinco, tendrán que abrigarse y buscar un lugar donde seguir compartiendo inquietudes y proyectos. Porque la vida sigue. Aunque en este valle, al filo del invierno, las horas parecen detenerse y el silencio es el rey de la naturaleza.

     Hay muchas maneras de disfrutar de este paisaje invernal. Lejos de la ciudad, lejos del bullicio, lejos de los hechizos prenavideños. Una buena lectura, una entretenida tertulia, unas partidas de guiñote y el fuego del hogar como testigo mucho de las largas tardes invernales.

NOVIEMBRE (III)

NOVIEMBRE (III)

     Un sol otoñal se cuela por los cristales en esta mañana aparentemente apacible de noviembre. Digo apacible porque aún no me ha golpeado el cierzo del valle del Ebro que lame las esquinas y altera el sosiego de las aceras. La mañana se presenta tranquila. Eso sí, con una agenda distinta a las del fin de semana. Café con leche y churros en la cafetería-restaurante Los Tulipanes, un lugar acogedor en el que uno se encuentra como en su propia casa. Luego me acerco a una tienda de muebles que ha roto los precios esta semana y está abarrotada de clientes. Eso queremos todos: ofertas, bonificaciones, precios especiales. Porque el fantasma de la crisis sigue ahí, en cada recoveco de las calles, con mendigos a la puerta de los supermercados, con buscadores de algo para sobrevivir en el vientre oscuro de los contenedores, con los establecimientos cerrados, llenos de polvo y dejadez.

     Mi regalo matinal - o auto-regalo - ha sido la revista TURIA, su número 108 que coincide con su treinta aniversario. Se celebró en Teruel el martes. Y rinde homenaje a la que fue iniciadora y codirectora Ana María Navales. También colaboran escritores de primera fila como Paul Auster y Fernando Savater. Hojeo la revista con cariño, con deleite y me detengo en una página de poesía que me llama la atención y no puedo evitar leer antes de llegar a casa. Me identifico totalmente con el poema de Luis García Montero y lo plasmo aquí como un regalo otoñal para todos los docentes, para todos los adolescentes que acuden a nuestras aulas, para todos los que empezamos a ver la vida desde una atalaya agridulce.

                                            VIGILAR UN EXAMEN

                                   Ser dos ojos

                                  que deben contemplar la triste historia

                                  del joven español que se hace viejo.

                                   Al fondo de la clase,

                                   un murmullo de himnos, canciones y protestas.

                                    Miro en aquel pupitre

                                   a ese niño que fui. Estaban las preguntas

                                   en un folio marcado con yugos y sotanas.

                                    De memoria sabía

                                   rezar, callar, decir que sí, perdón,

                                   no me lo tome en cuenta.

                                    Me veo adolescente. El muchacho de al lado

                                   aprendió sus lecciones. Yo procuro copiarme

                                   para correr y luego

                                   imaginar los ríos de montaña,

                                   el agua pura

                                   hasta donde no llegan las mentiras,

                                   ni el privilegio impune,

                                   ni la pobreza calculada

                                   como una enfermedad de la nación.

                                    En la última fila

                                   rebusca en su libreta el joven descarado

                                   que ya no tiene miedo,

                                   que no soporta el gris,

                                   que no piensa perder porque desprecia

                                   el dinero del rey

                                   y la corona del banquero.

                                    Vigilar un examen

                                   sobre historia de España. Ser dos ojos

                                   de persona mayor

                                   doctorada en antiguas esperanzas

                                   que una vez más observa

                                   la fatuidad, la corrupción, la falta

                                   de pudor en los jefes de la tribu.

                                    No hay nada más cansado en este mundo

                                   que corregir exámenes. Ver cómo pasa el tiempo,

                                   envejecer, sentirse tachadura

                                   sobre papeles amarillos,

                                   víctima y responsable

                                   de un amargo suspenso general.   

                                      

 

NOVIEMBRE (II)

NOVIEMBRE (II)

    A medida que avanza el mes, los acontecimientos se acumulan como en una montaña rusa. No hay día en el que no aparezcan turbios asuntos de corrupción, engorros judiciales, decisiones polémicas. No hay día que termine sin el lastre de unas horas vividas al filo de la navaja. Porque, a pesar de la cauta autocomplacencia del gobierno, la crisis sigue muy viva en este país y el número de parados continúa en aumento. Es verdad que lo mejor es mirar la botella medio vacía. Pero cuesta creer las previsiones optimistas cuando se comprueba cada día que el cierre de fábricas continúa, que miles de autónomos tienen que bajar la persiana y que los expedientes de regulación de empleo se multiplican.

    En lo meteorológico, noviembre está mostrando, por fin, su aspecto más invernal. Como un dios Jano, ha exhibido las dos caras: la del clima apacible de primeros de mes y la del frío y la nieve de los últimos días. Es como un anticipo del invierno y para algunos, un anticipo de la Navidad. Esa Navidad que ya nos quieren meter por los ojos los grandes almacenes y los supermercados con las montañas de polvorones y el señuelo de regalos de todo tipo. Nos anticipamos a los hechos como si quisiéramos huir hacia adelante. Y esta huida del presente es algo casi consustancial al ser humano cuando no quiere comprometerse ni afrontar la realidad por muy cruda que sea.

     Hay otros ámbitos en los que noviembre se manifiesta de modo especial. Porque en lo cultural continúan los recitales poéticos en La Campana de los Perdidos. Anoche nos deleitaron con sus versos las poetas Estela Puyuelo, Reyes Guillén e Inés Ramón. Excelente velada y sugerente declamación. En lo deportivo, el miércoles se homenajeó a Fernando Cáceres, uno de los héroes de la recopa del 95. ¡Qué lejos queda ya aquel 10 de mayo! Cada vez valoramos más aquella gesta cuando estamos viendo al Real Zaragoza deambulando como un zombi por los campos de segunda división. Ayer sufrió una derrota humillante en Jaén. Porque el equipo no juega a nada y el zaragocismo está realmente preocupado. Otros asuntos entretejen la vida cotidiana. Pero los dejamos para otro día. De momento, voy a releer con detención el poemario de Prudencio Herrera Historia de mujeres habitadas. Mi paisano de Aliaga prepara su presentación en Zaragoza para el próximo día 4. Hablaremos del evento. De momento, habrá que disfrutar de esta mañana dominical gris, opaca y paradójica, como muestra de estas fechas del calendario.

 

NOVIEMBRE (I)

NOVIEMBRE (I)

     Con frecuencia nos dejamos llevar por las fechas, por los meses, por las estaciones. Y la verdad es que no deja de ser un tópico del que intento desembarazarme año tras año. Y, eso sí, cada año llega a su cita el mes de noviembre con su simbolismo otoñal, con los últimos frutos de la huerta, con el ocre y el amarillo engalanando el paisaje y con un reguero gris de infinita nostalgia.

     Sin embargo, este mes de noviembre parece algo distinto. No sólo por el clima, que es más suave y apacible que otros años sino por el talante optimista que intento hacer mío cada día. No es fácil, pero es lo mejor. Como dice Luis Cernuda - el gran poeta andaluz de la Generación del 27 del que se conmemora el cincuenta aniversario de su muerte en el exilio mejicano - hay que mirar adelante como el peregrino, como Ulises, y no volver la vista atrás, aunque nos seduzcan los señuelos falsos del pasado.

     El pasado fin de semana estuve en Aliaga, en Alcañiz y en La Fresneda. Durante tres días me embebí del paisaje otoñal que flanquea las orillas del Guadalope, del paisaje agreste de las inmediaciones de la capital del Bajo Aragón turolense y, sobre todo, del encanto histórico, arquitectónico y natural de La Fresneda, un pueblo desde el que pude contemplar la cuenca del Matarraña, los campos de olivos, de almendros, de vid y los pinares oscuros y misterios. Me encantó este pueblo cercano a la provincia de Tarragona y no muy lejos de la de Castellón. Me encontré con personas acogedoras, abiertas, hospitalarias y regresé a casa embebido de arte y de historia.

                                        Peregrino

                                                                  ¿Volver? Vuelva el que tenga,
                                                                  tras largos años, tras un largo viaje,
                                                                  cansancio del camino y la codicia
                                                                 de su tierra, su casa, sus amigos,
                                                                 del amor que al regreso fiel le espere.

                                                                   Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
                                                                  sino seguir libre adelante,             
                                                                   disponible por siempre, mozo o viejo,
                                                                   sin hijo que te busque, como a Ulises,
                                                                   sin Itaca que aguarde y sin Penélope.

                                                                    Sigue, sigue adelante y no regreses,
                                                                    fiel hasta el fin del camino y tu vida,
                                                                    no eches de menos un destino más fácil,
                                                                    tus pies sobre la tierra antes no hollada,
                                                                    tus ojos frente a lo antes nunca visto.

    Porque conocer lugares nuevos, pasear por sus empinadas calles, ascender a lo más alto y contemplar la amplitud del paisaje ensancha el alma y llena de alegría el corazón. Este es el talante del peregrino, del que tiene curiosidad intelectual, del que mira siempre hacia adelante. Como Cernuda, como León Felipe, como Ulises.

(Foto: Calle mayor de la Fresneda con la plaza del ayuntamiento al fondo)

 

RETOS

RETOS

     Dicen que la vida es un reto constante. Que los breves años que van desde la niñez a la vejez son como la subida y bajada de una montaña. Primero contemplas la cumbre desde lejos, te ilusionas e intentas lograr tu objetivo. Ya en la cima, disfrutas con emoción de unos momentos de efímera felicidad; y luego emprendes un descenso acelerado hasta el valle que te vio nacer y crecer. Es una de las metáforas más logradas de nuestra andadura vital. Como un reto, como una conquista, como una meta por alcanzar.

     Pero para avivar la llama de este reto fundamental - el único - es necesario vivir otros retos que pueden ser de todo tipo. Estos se ajustan a la edad, cultura y otras condiciones personales. Hay retos profesionales, retos académicos, retos familiares y retos deportivos. Hoy me voy a centrar en estos últimos, ya que el deporte siempre ha sido una de mis aficiones - no me atrevo a decir pasiones - y, gracias a él, he logrado mantenerme en forma y poder llevar una vida sana y equilibrada, dentro de lo que cabe. Porque es verdad que los retos se ganan día a día. Esta mañana lo he experimentado participando en la carrera por la integración organizada en Zaragoza por Ibercaja cada año a finales de octubre. Una excelente temperatura ha permitido que casi doce mil personas nos hayamos dado cita para compartir unos minutos de deporte sano sin ningún afán por competir. Tal vez el único objetivo de cada uno de los corredores era superar su propio récord: bajar de los veinte minutos, de los treinta o de los cuarenta.

    Ha sido una nueva ocasión para medir nuestra fuerza física y mental. Para aspirar a superar un nuevo reto, por muy pequeño que parezca, para expresar mediante el esfuerzo esa metáfora de la vida basada en el superación, la tenacidad y, sobre todo, el equilibrio. Y si, además, hay un motivo solidario, mejor que mejor.

TARDE DE DOMINGO

TARDE DE DOMINGO

     Me dicen mis amigos y mis lectores que ahora me prodigo poco en mi blog. Que escrribo mucho menos. Y la verdad es que no es por falta de tiempo. Tal vez la inspiración no sea la misma o quizás ya se ha desvanecido la ilusión de los primeros años. También es cierto que esta página ha encontrado nuevos competidores como el ebook, el facebook o incluso el nuevo móvil inteligentes. De todos modos, siempre hay algo de lo que escribir, algo que compartir, algo que comunicar al filo de este crepúsculo dominical de un otoño disfrazado de serena primavera.

     He titulado así esta última entrada porque me ha venido a la mente la letra de una canción del dúo Amaral. En ella dibujan una tarde dominical tranquila, sosegada y un poco anodina. Me pregunto por qué las tardes de domingo suelen tener esta mala fama. ¿Por la cercanía del lunes? ¿Por el contraste con las vivencias de la noche del sábado? Seguramente hay de todo un poco.

     En estas tardes de domingo me gusta mirar hacia el futuro a muy corto plazo y prepararme mentalmente para la semana que está a punto de comenzar. Es bueno tener en la mente esbozos de ilusión y pequeños planes. Lo primero será el trabajo de docente, desde luego. Pero luego vendrán los pequeños eventos vespertinos, el fluir del día a día y los ratos dedicados a la lectura y a la creación literaria. Porque es bueno que al día le falten horas y que la mente siga despierta y activa. De otro modo se podría caer en pequeños bajones anímicos, algo que no recomiendo a nadie. Eso sí, ya se encargarán los agoreros de saturar la red de malas noticias, de recordarnos efemérides desagradables y de pintar de gris el futuro.

     De momento, aquí están estas líneas, escritas mientras contemplo cómo la noche va ganando terreno al día y cómo el domingo nos va diciendo adiós con un sabor agridulce y esperanzado.

CONTRASTES

CONTRASTES

      El otoño es una estación de contrastes. Contrastes que unas veces se transforman en paradojas y otras en simples contradicciones. A medida que avanza el mes de octubre la naturaleza se va despojando lentamente del verdor azulado del estío y se convierte en un manto amarillento surcado de grises amarronados.

      Pero esos contrastes se manifiestan con más nitidez cuando uno viaja en pocas horas desde el bullicio de la ciudad, vestida artificialmente de fiesta y de jolgorio, y la paz de los pueblos solitarios de la sierra, sólo alterada por el humilde rumor del río o por el murmullo de una cascada. En ese momento fugaz y efímero, como todas las vivencias más o menos intensas, el clima otoñal transmite silencio, serenidad y sosiego. Una paz que los urbanitas difícilmente son capaces de apreciar ni valorar.

      Lo experimenté la semana pasada, cuanto realicé un viaje relámpago a Aliaga y me paseé por las orillas del Guadalope. Mientras contemplaba el perfil de las casas del barrio bajo y el color amarillento de los chopos centenarios, me acordaba de esos árboles talados sin motivo aparente en las calles de mi barrio, de ese río cada vez más contaminado, de esas aceras llenas de suciedad y de residuos. Son despojos otoñales, fruto del capricho del hombre. Afortunadamente, todavía quedan oasis en los que refugiarse de vez en cuando en busca del solaz que no nos ofrece la gran ciudad.

 

OTOÑOS

OTOÑOS

     Esta noche entrará de nuevo el otroño meteorológico y se esfumará definitivamente otro verano. Un verano efímero, cálido, prometedor. Pero este nuevo equinoccio, en el que los días compiten con las noches, marca el inico de un otoño que se va incorporando con suavidad, con dulzura, como si no quisiera herir de nostalgia a los amantes de la luz y de los crepúsculos dilatados.

      Porque, en realidad, vivimos varios otoños. Al menos, dos estaciones distintas con una misma denominación. El otoño dulce de finales de septiembre y del mes de octubre y el otoño austero y crepuscular de noviembre y de principios de diciembre. El primero se resiste a abandonar esa placidez de las tardes veraniegas y esos amaneceres con un sol todavía generoso; el segundo se embebe paulatinamente de sombras y nos sumerge en la melancolía.

     Nunca me ha gustado esa acotación progresiva de las horas de luz. Nunca me ha gustado ese despojo de los árboles y esa tonalidad amarillenta de los valles y de los montes. Es como si nos robaran algo de vida, como si atenuaran sibilinamente nuestras ganas de vivir. De todos modos, hay que buscar en el otoño el aliento del paisaje, que se viste de colores inusuales, la generosidad de la tierra que nos ofrece sus últimos frutos y ese sosiego de la naturaleza que nos invita a aprovechar con más intensidad las horas centrales del día. Sin olvidar, desde luego, ese otro otoño cultural que sobrevive sin tregua a pesar de los recortes y la alargada sombra de la crisis.

     Vuelve el otoño, vuelve el curso escolar y se adivina el regreso a la rutina. Eso sí, en Zaragoza todavía queda un paréntesis festivo que nos recuerda de nuevo las fiestas y celebraciones del pasado verano. Es la semana del Pilar que rompe de nuevo la monotonía de los días y marca el final de una etapa festiva, lúdica y trasnochadora antes de sumergirnos en esos largos meses que, con o sin nostalgia, siempre nos van a dejar un resquicio para la reflexión y la esperanza.

FIESTAS

FIESTAS

     A medida que se esfuma el verano, las fiestas de los pueblos llegan puntuales a su cita y marcan un antes y un después de la actividad anual, muchas veces monótona y anodina. Antes la fiesta suponía, además de su orientación religiosa, un respiro y un alivio para aquellos trabajadores del campo que veían con satisfacción cómo llegaba a los graneros el cereal o cómo la uva recién vendimiada se recogía en las cooperativas. Estoy hablando, por supuesto de las fiestas rurales, las fiestas más populares y las que conservan todavía ciertas raíces.

    Sin embargo, desde hace unas décadas, las fiestas han cambiado mucho. Han surgido las peñas - que en algunos pueblos crecen como setas -, se han creado las comisiones de fiestas y se han multiplicado actos lúdicos de todo tipo. Y, aunque en esencia parecen las mismas, no lo son ni mucho menos. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los que participamos en las fiestas residimos fuera y acudimos sólo cuatro o cinco días o el fin de semana. Los que viven el el pueblo, que son pocos, son los que sueñan más con las fiestas, los que las viven con más ilusión y los que intentan conservar algo del pasado.

    En Aliaga acaban de terminar unas fiestas multitudinarias. Hay que destacar el papel de la comisión y la aportación de las peñas. Pero también hay que quedarse con los festejos taurinos - tan tradicionales es este pueblo - y con los actos en honor de la patrona, la Virgen de la Zarza. Personalmente echo de menos los fuegos artificiales de la noche del día siete, los juego populares en las eras largas y el baile en la calle mayor o en alguna de las plazas como la del Bote. Es verdad que todo ha cambiado y que hay que innovar. Pero no costaría mucho compaginar actividades de siempre con nuevas iniciativas.

    De todos modos, las fiestas también suponen un reencuentro con los amigos, una alteración de los rígidos horarios habituales, una visita a lugares emblemáticos del pueblo, un cambio de talante, una actitud más abierta y tolerante. Lástima duren tan poco y sean tan efímeras como este verano que se nos escapa de las manos como lluvia de arena. 

LAVADEROS

LAVADEROS

     El regreso a la ciudad después de tres semanas en el pueblo viene acompañado de recuerdos no exentos de nostalgia. Uno de los lugares más tradicionales de los pueblos de toda España es el lavadero. Cuando en los pueblos no había agua corriente (de eso no hace tantos años) las mujeres acudían con su canasta mimbre llena de ropa al lavadero para realizar esa tarea que hoy ya no valoramos porque tenemos lavadora en casa y parece que eso ha existido siempre. Pero los lavaderos no sólo eran un lugar para hacer la colada. Allí se encontraban las mujeres del pueblo, comentaban los hechos más relevantes, compartían inquietudes y rompían un poco la rutina de las cuatro paredes de la casa.

    Ahora los lavaderos se conservan como una reliquia y muy pocas personas se acercan a ellos. En la página Teruel pueblo a pueblo de facebook hay una sección dedicada a los lavaderos. En ella se muestran 84 fotos de para todos los gustos y colores. Hay lavaderos antiguos, restaurados, pequeños, recoletos, acogedores, a la intemperie,... Pero todos tienen en común ese sabor a pasado, a vestigios de décadas ya casi olvidadas, a rincones semiabandonados y condenados a un futuro incierto si nadie lo remedia.

    Conozco varios lavaderos, especialmente de la provincia de Teruel. Por supuesto, el de Aliaga es el que me trae más evocaciones, tanto de mi infancia como de la infancia de mi hijo. Allí hemos jugado a barcos, allí nos hemos refugiado de las tormentas, allí nos hemos escondido, allí hemos buscado la sombra en los calurosos días de verano. Pero, además del lavadero de mi pueblo, recuerdo con cariño el de Cirujeda, anejo auna fuente y a un pequeño parque infantil fresco y recoleto. Cada verano me acerco a este barrio rural de Aliaga y me asomo a su poza y saboreo el agua fresca. También recuerdo el de Cobatillas, cerca del cauce del río Seco, semiabandonado y olvidado, pero muy acogedor. El último lavadero que me llamó la atención fue el de Tronchón, pueblo que visité por primera vez la semana pasada. Es un lavadero distinto, original, muy bien conservado. También me impresionó hace unos ocho años el lavadero de Cuevas de Cañart: parece una obra de arte. Y lo es. Pero todavía conservo en mi retina otros lavaderos de la provincia de Teruel, la mayoría de la comarca de las cuencas mineras. En el de Montoro de Mezquita aún lavaba la ropa una vecina hace pocos años.

    Fuera de la provincia de Teruel y de Aragón, quiero evocar al lavadero de Massalavés, en el que mi hijo ha pasado muy buenos ratos a la hora de la siesta, buscando la sombra y el rumor del agua. Todavía alguna mujer se acercaba a lavar alguna prenda hace unos diez años. Hoy está restaurado y muy bien conservado.

     No sé qué será de los lavaderos en el futuro. De momento, la mayoría están en un aceptable estado de conservación. ¿Se les podría dar otro uso? De todos modos, ahí están como huella visible y sonora de los quehaceres de hace dos generaciones.

(En la foto: El lavadero de Aliaga)

TRONCHON

TRONCHON

     Poco a poco voy conociendo todos los pueblos de la provincia de Teruel, de mi tierra. El pasado día 25, fecha de mi cumpleaños, me acerqué con los míos a la localidad turolense de Tronchón. Esa mañana pudimos disfrutar de un paisaje agreste, salvaje, pintoresco. El viaje de casi una hora desde Aliaga a este rincón encantador nos acercó a Pitarque, nos aproxímó e Villarluengo y nos permitió contemplar a lo lejos la silueta inconfundible de un pueblo con raíces medievales y huellas renacentistas. Es un pueblo enclavado en un lugar estratégico, baluarte defensivo durante las guerras carlistas y famoso por el exquisito queso de oveja y cabra, citado por Cervantes en El Quijote.

    Las calles de Tronchón son empinadas, recoletas, adustas. Descendiendo por una de ellas y dejando a la izquierda el histórico trinquete y la esbelta y desnuda torre de la iglesia, llegamos a Casa Matilde, uno de los lugares más visitados de la población. Allí nos recibe una mujer menuda, campechana y llena de amabilidad. Desde el primer momento nos sentimos como en casa. Porque Matilde es la dueña de una casa rural restaurada que ofrece a los visitantes un menú como los de antes: copioso, variado y muy nutritivo. Vale la pena acercarse a Tronchón para saborear los entremeses, el rabo de todo o el solomillo de casa Matilde.

    La tarde fresca, a pesar de estar todavía en agosto, nos permite acercarnos a visitar Casa Colás, en La Cañada de Benatanduz, otro pueblo pintoresco enclavado en un valle elevado y otoñal. La carretera es sinuosa y está cortejada por montañas escarpadas y desfiladeros sublimes. Nos recibe con los brazos abiertos los descendientes de la familia de mi abuelo materno. Me dice mi primo que los Colás descienden de Fortanete y se establecen luego en Troncón y en La Cañada. Precisamente me muestra un escudo de armas de una fachada de una cada de Tronchón. La tarde se desliza lenta, con una lejana amenada de tormenta que no llega a cuajar. Regresamos a Aliaga por Fortanete, por Villarroya de los Pinares, por Miravete. Lugares con encanto, castigados por un implacable clima invernal y por el lastre de la emigración. Masadas abandonadas, casas solitarias y una inmensa nostalgia.

    Un día para recordar. Una ruta para reeditar con más calma. Un paisaje de ensueño. Unos rincones arcádicos. Una soledad que grita desde dentro.

(FOTOGRAFÍA: Uno de los rincones más pintorescos de Tronchón).

TORMENTAS

TORMENTAS

     En las sierras montañosas de la provincia de Teruel son frecuentes las tormentas de verano. Los habitantes de estos pueblos miran al cielo a media mañana y casi adivinan cómo van a evolucionar las nubes a partir del mediodía. Al filo de las tres de la tarde, el cielo se viste de un gris cárdeno y comienza el eco intermitente de los truenos, que parecen rocas que se desprenden de un cercano monte. Es una tormenta más de las muchas que este verano están afectando a muchos valles de la comarca de las Cuencas Mineras, del Maestrazgo o de Gúdar-Javalambre. El ambiente se torna más fresco por momentos y hay que echar mano del paraguas o del impermeable para salir a dar una vuelta o a comprar algo al supermercardo.

      Hace años que las tormentas estivales no se prodigaban tanto por esta zona. El verano pasado fue tan seco, que el río Guadalope bajaba sin agua en numerosos tramos. Este año, sin embargo, ocurre todo lo contrario. El agua fluye abundante por estos valles y alegra las huertas y las vegas de su entorno. Pero lo peor de todo es cuando el agua viene acompañada de granizo. Algunos lo barruntan al observar el color de las nubes: más cárdenas, casi negras como la noche. Pueblos como Villarroya de los Pinares o Cobatillas han sufrido el azote del granizo. Esto se suma a la primavera casi invernal que ha dejado sin fruta a casi toda la zona. Menos mal que el cereal - todavía sin cosechar por esta zona- aún sobrevive a la humedad y al granizo. Al menos aparentemente.

     De todos modos, llena de satisfacción comprobar cómo renacen las fuentes casi olvidadas, cómo serpentea el agua por barrancos casi siempre secos, cómo el monte muestra sus mejores galas y sus más que envidiables colores. Lo que está claro es que, de momento, hay que aprovechar las frescas y azuladas mañanas del mes de julio para disfrutar de la naturaleza y dejar las tardes al albur del cielo grisáceo, como el que observamos en la foto del pasado fin de semana en Aliaga.

EL HECHIZO DEL PIRINEO

EL HECHIZO DEL PIRINEO

     Después de más de una década, hemos regresado a uno de los valles más impresionantes del Pirineo Aragonés: el valle de Gistaín. Desde Barbastro, capital del Somontano, el río Cinca nos acompaña con sus aguas cristalinas, verdeazuladas, que alimentan los embalses de Mediano y del Grado, al cien por cien de su capacidad después de una primavera generosa en lluvia y nieve. Pero lo mejor todavía no ha comenzado: el valle del Cinqueta, que tantos recuerdos guarda en su seno, nos acerca hasta el camping Los Vives, renovado, moderno, acogedor, y poco después ascendemos a Saravillo, uno de los pueblos más pintorescos de Aragón. Desde allí emprendemos una ruta ascendente hasta el refugio de Lavasar y comenzamos a disfrutar de un paisaje engalanado de verdes y arropado por el silencio y la soledad.

     Verde de boj, verde de pinos, verde de castaños y avellanos. Sinfonía de verde y sombra sutil que acaricia nuestros cuerpos sudorosos. Ascensión casi continua pero con frecuentes remansos que hay que aprovechar para hidratarse, tomar aliento y contemplar a lo lejos los pueblos diminutos, pos picos altivos, los valles casi inaccesibles. Siempre me ha sorprendido esta zona del Pirineo por su paisaje agreste y su magia singular. Ayer volví a experimentar estas sensaciones a medida que me acercaba al Ibón de la Basa de la Mora, también llamado Ibón de Plan. Al filo del mediodía contemplamos por fin este remanso de agua clara flanqueado por escarpadas montañas y alimentado por pequeños glaciares que aún conservan el blanco de una nieve tardía y generosa. A partir de ahí, lo mejor es dejarse acariciar por el silencio, por la magia del paisaje verdeamarronado, por la sutileza de las flores amarillas, por el rumor de las cascadas ocultas, por la atracción de la altura y del riesgo.

     El descenso ha sido más llevadero. Pero hay que parar de vez en cuando para volver a disfrutar de este paisaje irrepetible. Y contemplar a vista de pájaro el cauce del humilde Cinqueta, y atisbar a lo lejos la inmensa mole del Posets, y adivinar el perfil de las montañas aún nevadas que orlan el valle de Pineta y señalan la senda inconfundible del Monte Perdido. Eso sí, antes de regresar a la civilización, cómo no detenernos de nuevo en el camping Los Vives y recordar, evocar con cierta nostalgia un verano ya lejano e inolvidable.

DESPEDIDAS

DESPEDIDAS

     Ya se acerca un nuevo final de curso. Parecía que no iba a llegar nunca este verano tardío y perezoso. Pero, mediado el mes de junio, todo huele a vacaciones, a final de etapa y a sueños de futuro.

     Acabo de regresar de Teruel, la primera ciudad que conocí. Una ciudad de provincias tranquila, acogedora, silenciosa. Los alumnos de segundo de bachillerato de la capital y de la provincia se presentaban a las Pruebas de Acceso a al Universidad, a la llamada Selectividad. Una prueba que, según se dice, tiene los días contados. El polémico ministro Wert se ha empeñado en recuperar la reválida de los años sesenta y en poner continuas trabas a lo largo del itinerario educativo. Esperemos que esta ley se quede en nada y no llegue a ver la luz.

    Compás de espera de más de cinco mil alumnos aragoneses para conocer los resultados de estos exámenes y para decidir qué grado universitario van a cursar en el futuro. Un futuro ilusionante, aunque oscurecido por la espada de dámocles del paro juvenil. ¿Tendrán que salir de España para encontrar trabajo? ¿Tendrán que acceder a cualquier trabajo no cualificado? ¿Podrán presentarse a oposiciones si es que se convocan? Toda una retahíla de interrogantes, todo un rosario de incertidumbres.

     Mientras corregía los ejercicios de Lengua Castellana y Literatura, me he dado cuenta - aunque ha sido más bien una confirmación - del déficit expresivo de nuestros alumnos de bachillerato, de la pobreza de vocabulario, de la ausencia de coherencia en sus escritos. Una asignatura pendiente que tiene difícil solución, a no ser que se comience por la base: desde primaria. Una expresión que se empobrece por la ausencia de un hábito lector, por el predominio de lo audiovisual y de las nuevas tecnologías, por el poco valor que otorgamos a los libros que - como decía un texto de la prueba - nos parecen demasiado caros.

    El final de curso tiene un sabor agridulce. Alegría por la etapa culminada y nostalgia por dejar atrás momentos felices, intensos, emocionantes. Las vacaciones de verano son un buen paréntesis. Y pueden ser un oasis para la lectura al aire libre, para las visitas culturales, para la consolidación de experiencias enriquecedoras, para la práctica de los idiomas, para el olvido, para la memoria, para la esperanza.

     Mientras el sol calienta con fuerza en esta mañana preveraniega, releo un poema del libro Ecorché de Brenda Ascoz e intento reconciliarme con la vida y con el futuro:

                                  Abrir las palmas

                                  para que de ellas liben

                                  las abejas. Liben dolor.

                                  Descanso del tormento

                                  en el tormento. Cambiarle de nombre.

                                  Alguien, una voz cansada y rota,

                                  nos exige valor. Abrir las palmas de las manos,

                                  mostrales

                                  su vacío imposible.

 

HUELLAS

HUELLAS

                                        No es fácil olvidar
                                       las huellas del pasado
                                       sin retorno.
                                        Huellas de soledad y de misterio,
                                       huellas de vida
                                       huellas de amor sincero.

                                        A veces se reflejan
                                       ... como una sombra dulce
                                       en el recodo gris de las
                                       mañanas.
                                       Pero su sino es
                                       ir a contratiempo
                                       de la vida que fluye
                                       acelerada.

                                        Huellas que son heridas
                                      del tiempo y la memoria.
                                       Huellas que son estrías
                                      en este árbol añoso
                                      y efímero
                                      que es la vida.
                                       Huellas que son cadenas
                                      que nos atan esclavos
                                      a los sueños oscuros,
                                      a los delirios sordos,
                                      al peso de las sombras,
                                      a la hora violeta
                                      del ocaso.